la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 16 de febrero de 2025

Los útiles innovados, la solución para mejorar la corrida de toros / por José Carlos Arévalo y Julio Fernández Sanz


'..Pronto los útiles innovados depararán un mejor juego de un mayor número de toros y, de paso, neutralizarán con evidentes argumentos en el ruedo gran parte del ataque antitaurino, posibilitando un mayor acercamiento de la Fiesta a la sociedad..'

Los útiles innovados, la solución
 para mejorar la corrida de toros

José Carlos Arévalo
Por primera vez en la historia de la tauromaquia un equipo compuesto por científicos, especialistas de las industrias metalúrgica y textil y un taller de fabricación de útiles para lidia dirigido por un matador de toros, han innovado la mayor parte de los instrumentos del toreo, salvo el capote y la muleta. O sea, la divisa, la puya, el estribo derecho del picador, las banderillas, la espada, el descabello y la puntilla.

La ciencia ha aclarado cómo la respuesta neurohormonal provocada en el toro por la divisa, la puya y la banderilla activan la bravura, palían el estrés, bloquean el dolor y motivan su embestida. Y ha marcado gracias a un mejor conocimiento de la anatomía del toro las pautas para la innovación en el diseño de los útiles, descartando lo que de nocivo tenían para el rendimiento del astado y para el buen uso por parte de los toreros. Todos los útiles mantienen su pureza original sin que los adultere mecanismo alguno y ofrecen a la vista el mismo aspecto tradicional.

Los útiles se dividen en dos grupos.

Primer grupo: Estimulantes de la bravura y paliativos del dolor y del estrés: divisa, puya, y banderillas. 

Segundo grupo: letales: la espada, el descabello y la puntilla. El estribo derecho del picador no es un útil, sino un adminículo protector de su pie.

En síntesis, las propiedades positivas de toda la gama es la siguiente:

La divisa no solo muestra la enseña de la ganadería. La incisión de su arpón sobre la piel del toro inicia la respuesta neuroendocrina dirigida a paliar su estrés y lo predispone al combate. Su defecto: cuando cae en mal sitio, el arpón produce reacciones negativas para su comportamiento, sobre todo si cae trasera sobre las vértebras. Y no es de recibo, como sucede a veces, que el toro salga al ruedo sangrando. Al aficionado no le importa, pero al público lo mosquea. El punzón de la divisa innovada aporta la misma reacción positiva y ninguno de los inconvenientes del arpón.

La puya innovada, del mismo tamaño que la actual puya andaluza, elimina el tope que separa la pirámide de la base y, por su fácil penetración, garantiza la sujeción del picador en la suerte desde el primer momento y permite la rectificación inmediata del puyazo mal colocado.

Pero lo más decisivo de la supresión del tope es que no hace necesaria la recarga insistida del picador y su nocivo efecto de descomponer al toro. Por el contrario, facilita picar con temple, medir la intensidad del puyazo. Es, sin duda, una puya más torera.

Además, su pirámide cuadrangular impide el giro sobre su eje (barrenar), lo que evita esos tremendos boquetes sanguinolentos e inútiles. El prestigio del picador que hace mucha sangre viene de antiguo, cuando se hacía la suerte sobre caballos endebles, sin peto o con peto muy ligero y tenía mérito que en tales condiciones el toro quedase picado. La sangre derramada tenía valor de prueba, pero no tenía, ni tiene, el efecto en las prestaciones del toro que se le atribuye.

Otra virtud de la pirámide cuadrangular: una vez levantada la puya que ha penetrado hasta la cruceta, deja una pequeña herida en forma de cruz. El puyazo ha cumplido su cometido e impide un mayor e innecesario derramamiento de sangre, siendo más difícil posteriormente que alguna banderilla penetre en el hoyo del puyazo, con indeseables consecuencias para el futuro comportamiento del toro.

Aclaración: La congestión era una denominación genérica de las dolencias que la antigua medicina precientífica no sabía diagnosticar. Hoy, este término se refiere a la acumulación excesiva de secreciones que dificulta el paso, la circulación o el movimiento, como por ejemplo la congestión o el taponamiento nasal. El mito de la sangre como prueba del atemperamiento del toro ha sido desmentido por la medicina moderna. Ni debilita su fuerza, ni causa anemia, ni existe tal descongestión.

Por lo demás, la sangre vertida por el toro muy picado no supera los tres litros, y si se tiene en cuenta que el volumen sanguíneo de un toro de 500 kilos está en torno a los 40 litros de sangre circulante, la proporción de sangre perdida es proporcionalmente inferior a la extraída a un humano en una donación. Por lo demás, el bazo, órgano que almacena sangre, repone con rápida eficacia dicha pérdida. En resumen, es una falsa creencia que tranquiliza psicológicamente, pero engaña al matador cuando sortea un toro complicado. Lo que en verdad lo atempera es la fatiga muscular generada por su impacto contra el peto, su esfuerzo y gasto energético al emplearse y también su movilidad humillada al embestir con sus vías respiratorias flexionadas dificultando la respiración. ¿La sangre? Una evidencia impactante, pero de falsos argumentos.

En resumen, picar es imprescindible para la lidia por los beneficiosos efectos de la respuesta neurohormonal que se produce en el toro, pero el daño muscular y la hemorragia por puyazos no aportan ningún beneficio a la misma. La puya es un instrumento que debe servir exclusivamente para estimular la piel del toro, sin restar seguridad al picador, para que centre su atención en el caballo, se gaste empujando y así se atempere. Y punto.

El estribo derecho del picador no es un útil torero sino un trebejo exclusivamente defensivo. En efecto, defiende su pie derecho, lo que justifica su uso. Pero nadie piensa en las consecuencias negativas que tiene, cuando impacta en él el toro más veces de lo que se pudiera suponer, sobre su comportamiento. Quienes lo constatan con frecuencia son los taxidermistas al comprobar las fracturas o fisuras craneales en la frente del toro, amén de lesiones oculares o perioculares, también más frecuentes de lo que se piensa. Estas lesiones son fatales, intolerables cuando afectan a toros muy bravos que podrían haber dado un gran juego. El nuevo estribo acolchado, recubierto de gomaespuma y una capa de kevlar, las evita definitivamente. No hay más que decir.

La banderilla innovada sustituye al arpón por un punzón que penetra en la piel, solo en la piel, y esta lo abraza sujetándolo tanto como se sujeta el arpón. Con el toro cumple su función avivadora al producir las mismas respuestas neuroendocrinas que los útiles que la preceden, le evita un dolor indomeñable porque se aferra a la piel y no actúa cortando continuamente como hace el arpón, no se queda clavada en hueso, y no deteriora su comportamiento cuando las banderillas caen traseras y caídas interesando órganos vitales. Al matador lo salva para siempre de los frecuentes cortes que sufre en la mano derecha cuando al entrar a matar toca pelo.

Segundo grupo

La suerte suprema no es cruel. Valga la redundancia, es un enfrentamiento cara a cara entre el hombre y el toro. El primero con una muleta en la mano izquierda y una espada en la derecha, el segundo con dos cuernos a ambos lados. Suele suceder, pero no siempre, que la hábil inteligencia del hombre venza a la superior fuerza del toro. Y siempre sucede que el público se identifica con su semejante en peligro, el torero, y no con el toro. Por eso, la suerte suprema es letal, pero no cruel.

Otra cosa es la agonía del toro. Puede ser fulminante, y produce efectos catárticos, liberadores para el público, porque desaparece como por encanto el peligro con que el toro inunda la plaza. A veces es algo más larga, con el toro luchando contra su muerte, un baile trágico de brava belleza que el público ovaciona. O puede ser una larga agonía que a nadie gusta y debería ser evitable.

Los tres útiles innovados, la espada, el descabello y la puntilla acortan el tiempo de la muerte del toro. Veamos por qué:

La espada innovada es, en apariencia, igual que las actuales: una hoja que clava y corta, y una empuñadura. Pero es distinta. Está diseñada para minimizar pinchazos en hueso, reducir encuentros fallidos y aumentar su letalidad de acuerdo con la anatomía del toro. No así la espada actual, que deriva de la espada ropera española, una espada a la que se retiró la cazoleta en su empuñadura, de hoja larga (hasta 88 cm según la reglamentación taurina) y estrecha que termina en una punta agudizada, afilada solo en su tercio final de acuerdo con la anatomía humana, pues mata según el arte de la esgrima “por pinchazo en el pecho”. Pero al toro se le mata por la espalda, por el hoyo de las agujas, y no por pinchazo, sino por el corte lateral de su hoja. Los mozos de espadas afilan con esmero el tercio final de la hoja, pero si no ha cortado las estructuras vasculares vitales al penetrar, una vez enterrada hasta la empuñadura, en la zona afilada no hay muerte, de ahí que veamos con frecuencia que los banderilleros se afanan en sacar media espada para que el toro caiga o se eche herido de muerte.

Pero ¿dónde está la muerte del toro? Mucho más cerca del hoyo de las agujas de lo que pensamos. De ahí que pinchazos hondos, de tan solo 20 cm de profundidad, a veces son letales. En una estocada correcta en el hoyo de las agujas derecho hay tres estructuras vasculares vitales que se pueden afectar: la arteria aorta, la vena cava caudal y la vena porta, ubicadas entre unos 20 y unos 45 cm de la empuñadura. La sección de cualquiera de estos vasos produce la muerte fulminante por hemorragia interna. De ahí que la hoja de la espada innovada esté afilada, por ambos lados, desde la punta hasta 20 cm de la empuñadura. Y cuando la hoja ha penetrado, el menor movimiento del toro basta para que al seccionar una de ellas este caiga fulminado.

Aunque antes, obvio, la espada tiene que haber entrado. Y para lograrlo la hoja de la espada actual termina en una punta agudizada como un estilete. Con un inconveniente: cuando el matador pincha arriba, en vértebra, se queda incrustada en el hueso. Por el contrario, la espada innovada tiene la punta algo más ancha y con forma de corazón, de forma que, si pincha en hueso, tocan antes los bordes que la punta, resbala y sigue entrando.

Por otro lado, la posición de los gavilanes indica hacia dónde corta la espada y estos deben quedar perpendiculares al eje longitudinal del toro para cortar de derecha a izquierda y viceversa para conseguir máxima letalidad, pues si quedan paralelos, la espada corta de adelante hacia atrás y no consigue el efecto perseguido. Por ello, la espada innovada tiene una hoja más ancha, con más dificultades para girar en el espacio intercostal, por lo que queda mejor orientada para cortar en sentido lateral y, además, corta más, pues tiene mejores ángulos de corte un cuchillo japonés, que es más ancho, que un cuchillo jamonero, por lo cual, estocadas defectuosas consiguen el mismo efecto letal que estocadas correctas.

Además de un diseño innovador, otra positiva prestación de la espada innovada se debe a un logro tecnológico. El acero empleado y su tratamiento metalúrgico confiere a la hoja más dureza, eliminando microfisuras y defectos del acero sin perder flexibilidad, y, sobre todo, dándola más ligereza, lo que otorga al matador mayor precisión en su manejo y le permite emplear toda su fuerza en atacar al toro, sin restar contundencia. Un estoque tradicional pesa en torno a los 800 gramos y el innovado exactamente la mitad, como una ayuda, siendo su hoja imperceptiblemente más ancha pero más delgada en su porción final, con un diseño que la hace más letal cuando está dentro del toro.

Obviamente, para que la estocada sea efectiva, el matador ha de hacer la suerte como mandan los cánones, por lo que todo el mérito es del matador. Pero el útil siempre debe estar su servicio, no ser un obstáculo más.

El descabello o estoque de cruceta se implantó en 1936 a raíz de un accidente producido dos años antes en la plaza de toros de La Coruña en que el estoque de Juan Belmonte salió despedido hacia el tendido causando la muerte a un espectador. Con anterioridad, el mismo estoque empleado en la suerte suprema era usado por el matador para descabellar aquellos toros que no caían por el efecto de la estocada y algunos empleaban una espada algo más larga llamada verduguillo. Tras un concurso organizado por el Ministerio de la Gobernación español, el modelo presentado por el matador madrileño Vicente Pastor, que llevaba 18 años retirado, fue el triunfador. Incorporaba un travesaño a 10 cm de la punta, a modo de cruceta, para tratar de evitar que el estoque hiciera efecto ballesta y saliera propulsado. Desde 1936, el estoque de descabellar impuesto no ha tenido ninguna variación.

El descabello se aplica como dicen los toreros actuales “entre las dos orejas, en el remolino”, o como dice la Tauromaquia de Pepe Illo, “entre las dos astas y medio del nacimiento del cerviguillo (morrillo)”. En realidad, el descabello incide en un hueco que hay en el espacio atlanto-axial (entre la primera vértebra cervical o atlas y la segunda o axis) con el objeto de seccionar la médula espinal, descordando al toro y derribándolo por tetraplejia.

Estudios anatómicos y radiológicos efectuados por el veterinario Julio Fernández demuestran que las características de diseño de la hoja bajo la cruceta son mejorables. Por ello, dicho veterinario y el maestro Sales diseñaron un descabello innovado para facilitar su penetración y eficacia que incorpora una hoja recta, en vez de incurvada, y más estrecha, dando curvatura o muerte al resto de la hoja sobre la cruceta para que el matador no tenga que arrimarse más de la cuenta, pues la suerte con un toro herido que no se echa entraña cierto peligro.

Aportaron además información utilísima de los ángulos de ataque cuando está el toro descubierto, con el morro hacia abajo, en que la hoja del descabello debe incidir en un ángulo de unos 45º con la horizontal, y cuando está tapado con el morro hacia adelante, en que debe hacerlo en un ángulo de unos 70º con la horizontal.

Dado que el descabello actual, a pesar de la cruceta, sale despedido de vez en cuando hacia el callejón o incluso hacia el tendido, el maestro Morante de la Puebla estrenó el 12 de junio de 2021, en Valladolid, una innovación de seguridad creada conjuntamente por el propio diestro y su primo y mozo de espadas Juan Carlos Morante. Se trata de una correa de nailon fijada al pomo de la empuñadura sujeta a la muñeca a modo de pulsera. Su función es impedir en caso de derrote del toro en el momento de la suerte del descabello que el verduguillo pueda salir despedido hacia el público o hacia el callejón.

Inspirados en esa brillante idea, el veterinario Julio Fernández y el maestro Sales, mejoraron el sistema de seguridad fijando una cuerda de nailon de metro y medio de longitud a la cruceta unida a una pulsera para el matador o rejoneador. La cuerda queda enrollada como un ovillo, no molesta y queda oculta, por lo cual evita que por derrotes del toro el descabello llegue al callejón, al tendido o lesione a los toreros.

La puntilla se utiliza tradicionalmente para rematar al toro echado por la acción de la espada (o rejón de muerte) o del estoque de descabellar mediante el cachetazo para atronarlo, es decir con el fin de que tenga una muerte rápida. Debe incidir en un hueco ubicado en el espacio atlanto-occipital, es decir, entre el hueso occipital de la parte posterior del cráneo y la primera vértebra cervical o atlas, lugar que se aborda incidiendo la puntilla centrada por detrás del testuz. Su objetivo es seccionar la médula oblongada o el bulbo raquídeo, estructura que contiene centros nerviosos que regulan la respiración y los movimientos del corazón, por lo que su sección no solo produce tetraplejia, sino la muerte del animal sin reflejos cuando se aplica bien. Sin embargo, estudios anatómicos sobre más de 70 cráneos de toros de diferentes ganaderías efectuado por el veterinario Julio Fernández, demuestran que las puntillas tradicionales tienen la hoja demasiado ancha y no penetran bien en el primer hueco de la nuca de algunos toros. Por ello, junto al maestro Sales, innovaron el diseño de la puntilla dotándola de una hoja más estrecha y aportando una cruceta para evitar accidentes si se resbalara la empuñadura.

Los tratados antiguos describían la "suerte del cachetero", en la cual el puntillero se acercaba al toro por un lado y por detrás, mientras el matador lo fijaba por delante con la muleta para que no moviera la cabeza y se "descubriera", ensanchando el hueco al dirigir el morro hacia el suelo. En los comienzos del toreo a pie, los puntilleros eran trabajadores de matadero que se anunciaban en los carteles. En el siglo XIX y comienzos del XX los puntilleros estaban integrados en las cuadrillas de los matadores, hacían el paseíllo con sus puntillas, sin capote, y no intervenían para nada en la lidia. 

Posteriormente, apareció la figura de los puntilleros de plaza: matarifes de matadero que aportaban las empresas para cada corrida y que se vestían de luces. Un exnovillero reconvertido en matarife del matadero de Madrid, Agapito Rodríguez, puntillero de Las Ventas entre 1955 y 1983 y en otras plazas de toros españolas, empezó a destacar por su habilidad en el uso de la puntilla de frente cara a cara, apuntillando incluso a toros devueltos de pie desde un burladero, siendo imitado por otros puntilleros de plaza, cuyos servicios pagaba el matador cuando eran requeridos. En España, todos trataban de imitar en el ruedo al habilidoso matarife Agapito Rodríguez, apuntillando de frente cara a cara, sin ninguna ayuda para fijar al toro. 

En la década de los setenta y ochenta del siglo pasado, por órdenes de sus jefes de filas, los banderilleros terceros de las cuadrillas incorporaron, entre sus obligaciones ineludibles, la de apuntillar a las reses, para ahorrarse su matador el tener que pagar los servicios del puntillero de plaza aportado por la empresa. En 1995 se prohibió el uso de la puntilla en los mataderos españoles, perdiendo los banderilleros terceros toda posibilidad de practicar en el matadero.

Y así llegamos a nuestros días, con una suerte de la puntilla practicada por banderilleros terceros de las cuadrillas ante un toro moribundo, de frente, cara a cara, sin ninguna ayuda para fijar al toro, en que no pocas veces, su actuación encrespa al público que quiere una muerte rápida y eficaz del toro, especialmente cuando lo levantan con sus fallos, demeritando con su actuación no pocas veces la del matador, que pierde muchas veces por su culpa los trofeos.

La Tauromaquia ganaría mucho si se usara la puntilla innovada y además se hiciera la suerte, no de frente, cara a cara, sino por detrás, sin capote, con la ayuda del matador y de los banderilleros, fijando al toro para que no mueva la cabeza y "descubra", como se hacía antiguamente y se sigue haciendo en América, donde esta suerte no causa tantos problemas.

Aclaración de perogrullo. Las bicicletas de competición han evolucionado, son más ligeras y eficaces. Los automóviles de competición han mejorado su aerodinámica. Los barcos navegan a motor. Pero los útiles del toreo son otra cosa. Deben mantener su pureza original, no admiten ser sustituidos por máquinas, un complemento que los adulteraría. De ahí que no proceda la pistola de bala cautiva en sustitución de la puntilla. Pero ello no obsta para que la mejora del diseño de estos útiles a partir del conocimiento científico del toro, sin alterar la esencia de la corrida, los haga más eficaces y faciliten el acceso a una sustancial mejora de la lidia. Quiénes niegan la evolución a un espectáculo que por su singularidad evolutiva siempre ha sido cambiante, y por tanto, siempre vinculado a la sociedad que los produce, se equivocan rotundamente. Esto es así hasta tal punto que un aficionado de hoy, si tuviera opción a presenciar una corrida de hace dos siglos, creería estar viendo otro espectáculo.

Los útiles innovados aumentarán la brillantez de la corrida

Veamos:

Cuando se picó a caballo parado a partir de finales del siglo XIX, dio comienzo el toreo de muleta.

Cuando la arandela contuvo a la puya entre 1917 y 1962, se impuso, de verdad, el toreo ligado en redondo.

La imposición del peto en 1928 dinamizó la evolución de la bravura y depuró la expresión artística del toreo.

Desde la Edad de Plata hasta finales de la década prodigiosa (años 60) se equilibró por fin la extensión e intensidad de los tres tercios, permanecieron vigentes los tres puyazos y no se reprimió el toreo de capa.

A partir de mediada la década de los años 70 crece la romana del toro, aumenta desmesuradamente el peso del caballo y sus avíos protectores, la puya se torna destructora, el toro pierde movilidad, se rompe el equilibrio entre los tercios. El toreo y la bravura prodigan su evolución, pero la lidia involuciona.

Los reglamentos nacionales de 1992 y el vigente de 1996 no dan respuesta a los problemas de la lidia.

A partir de 1995, en que por fin se autorizó el uso de las banderillas colgantes y retráctiles inventadas por el maestro Manuel Sales, cuando otros fabricantes ya habían conseguido imitar el sistema colgante, hoy generalizado, se acaban los accidentes oculares por palotazos de banderillas y se logra un toreo de muleta más reunido.

En los años 20 del presente siglo la puya innovada rescatará el primer tercio, las banderillas de punzón acabarán con las heridas en la mano derecha del matador y las lesiones en órganos internos del toro.

Pronto los útiles innovados depararán un mejor juego de un mayor número de toros y, de paso, neutralizarán con evidentes argumentos en el ruedo gran parte del ataque antitaurino, posibilitando un mayor acercamiento de la Fiesta a la sociedad.

Que así sea

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