
Morante de la Puebla muestra las dos orejas que le cortó al cuarto toro de la tarde, de nombre Bodeguero y 513 kilos/EFE
'..Esta tarde, lógicamente, Sevilla es el centro del mundo taurino: saludo a aficionados que han venido de Madrid, de Barcelona, de Granada, de Bilbao, de Francia, de Hispanoamérica… Ya se ve, la Fiesta de los toros es algo que no interesa a casi nadie, como sostiene Urtasun..'
Morante sonríe, por fin, en la Maestranza
-Corta dos orejas en una corrida de enorme expectación y toros deslucidos
Andrés Amorós
ElDebate/01/05/2025
Máxima expectación, cartel de «No hay billetes» para ver a tres diestros sevillanos. En el Día del Trabajo, no se les puede llamar trabajadores sino artistas. Leo y escucho: «El cartel soñado, ideal, el que quiere Sevilla»… Aunque estemos todavía en Preferia (de farolillos), la Feria taurina de Abril alcanza ya una de sus cumbres.
Esta tarde, lógicamente, Sevilla es el centro del mundo taurino: saludo a aficionados que han venido de Madrid, de Barcelona, de Granada, de Bilbao, de Francia, de Hispanoamérica… Ya se ve, la Fiesta de los toros es algo que no interesa a casi nadie, como sostiene Urtasun.
Al comentarista le corresponde el papel de no dejarse llevar por la oleada de pasiones que un festejo taurino como éste puede levantar. Intento anotar con cierta objetividad lo que esta tarde he visto, en la Maestranza.
Con un toro de Garcigrande cortó Morante el rabo en esta Plaza. Los de esta tarde han estado cerca de dar al traste con todo: flojos, mansos, deslucidos… Pablo Aguado ha mostrado voluntad; Juan Ortega, algunos preciosos lances, sin llegar a faena completa. Sólo Morante, en su segundo toro, logra cortar dos orejas, haciendo un gran esfuerzo y mostrando que su arte incluye también la lidia: como debe ser.
Aunque los tres diestros de esta tarde compartan una línea estética, no podemos decir que exista, entre ellos, una auténtica rivalidad. Morante rivaliza solamente consigo mismo: ¿con qué ánimo estará esta tarde? ¿Aguantará su salud torear todas las tardes que está firmando? No podemos saberlo, por supuesto, pero esas incógnitas aumentan todavía más la expectación que levanta. Cada una de sus actuaciones se ha convertido en un acontecimiento que atrae a los aficionados y al gran público (lo mismo que buscaba José Tomás, al torear muy poquito).
Recibe José Antonio al primero con verónicas de categoría, el toro se da una vuelta de campana (como harán también varios de sus hermanos). Desde el comienzo de faena, Morante liga muletazos majestuosos: suena en seguida la música. Pero el toro está justo de todo: casta, fuerza, bravura… Acaba rajado a tablas. Sólo al entrar a matar se notan las dudas del diestro. Han sido pinceladas preciosas, no una faena compacta, a un toro muy venido a menos. Con tan poco toro, por grande que sea la estética, todo queda a medias.
A veces, el destino de una faena –y el de una tarde de toros– depende de que se acierte o no, en el momento psicológico preciso. Eso sucede en el cuarto toro: intenta sujetarlo Morante con lances rodilla en tierra pero no lo consigue, el toro se va. Al ver que no logra dar una verónica, porque el toro no pasa, recurre a una garbosa larga cordobesa: surge un clamor. Al escucharlo, insiste en el mismo palo: una serie de largas, rematada con fantasía, al estilo de Rafael el Gallo.
El público recibe esto como lo nunca visto. Probablemente, así es: no lo han visto nunca ellos. Antes, era algo frecuente, una parte del repertorio clásico. No hace falta remontarse a José y Juan; más cerca de nosotros, José María Manzanares y Enrique Ponce han dominado esta suerte. Al realizarla, ha mostrado Morante su inteligencia rápida, su torería; también, lo amplio de su repertorio, por haber estudiado el toreo clásico. ¿Por qué no lo hacen los demás toreros actuales?

Morante de la Puebla, en una larga a ese segundo toro/EFE
Con el público ya entregado, José Antonio comienza con gran torería, por alto, cargando la suerte (no dejando pasar al toro, como en lo que Corrochano llamaba «el pase del guardabarreras»). Como el toro protesta, le cambia los terrenos: otro detalle de lidiador. En los terrenos del sol, aunque la res protesta y se para, corre bien la mano; a regañadientes, le saca algunos naturales largos, demuestra que le ha podido. Y, esta vez, sí entra a matar de verdad. Ha hecho un gran esfuerzo: con las orejas en la mano, por fin sonríe, mientras da la vuelta al ruedo, recogiendo puros. (Otra vez el recuerdo de Rafael el Gallo).

Morante de la Puebla, este jueves 1 de mayo en la Maestranza/EFE
Juan Ortega ha conseguido que se le reconozca su singularidad como artista clásico. Tiene una virtud difícil y rara: torear muy despacio, muy despacio, cuando el toro lo permite. Su punto flaco es el habitual en los diestros considerados artistas: que no todos los toros le permiten torear así.

Juan Ortega, con el primero de su loteEFE
Recibe al segundo con bonitas verónicas pero casi sin toro: mansea, tiene muy poco celo y muy corta embestida. Brinda a una señorita: «A una mujer, muy importante en mi vida». Recordando historias pasadas, el público fantasea quién será… Comienza con bonitas trincherillas; al tercer derechazo, pasa un momento de apuro porque el toro parece embestir dormido… hasta que se despierta. Ha mostrado Juan su buen estilo clásico pero no ha logrado imponer su dominio. Después de una buena estocada, el toro va a morir a chiqueros, cantando su mansedumbre.
Recibe al quinto con lances a cámara lenta, su gran especialidad. Dibuja chicuelinas muy airosas, con gracia sevillana. Se equivoca Aguado al replicar por el mismo palo: hay que cambiar… o hacerlo mucho mejor que el otro (no es el caso). Comienza bien la faena de muleta, cargando la suerte pero el toro se viene abajo, se para: no hay más que hacer. Mata alargando el brazo.
En una línea semejante está Pablo Aguado; todavía menos regular que Ortega. Es un diestro muy querido en Sevilla. A algunos toros los torea con una naturalidad envidiable. Igual que Ortega, su estilo da una sensación de fragilidad que aumenta su atractivo.

Pablo Aguado, rodilla en tierra con el último de la tarde, de nombre Tifón y 514 kilos/EFE
El tercero es un manso huido. Aguado intenta fijarlo sin éxito. La lidia es mala, hay demasiados capotazos. Escucho gritos de «¡Fuera, fuera!», dirigidos al toro. En la Maestranza, rechazar así a un toro por ser manso indica el nivel actual del público: los toros mansos también tienen su lidia. Pablo se dobla, rodilla en tierra, y el toro lo imita. Lo deja pasar con suavidad, el toro va a su aire, dibuja algunos pases bonitos pero sin toro. Mata a la cuarta, sin estrecharse.
También dibuja bonitos lances en el último pero el toro mansea, sale huido. Se luce Iván García con los palos, como siempre: le gana la cara, con riesgo, y se asoma al balcón. En la muleta, el toro se para, amaga, mira, sin ningún celo. Mata Aguado a la segunda.
¡Por fin ha sonreído Morante, y nada menos que en la Maestranza! Ha sorprendido al público actual mostrando su conocimiento del repertorio clásico. Torear no es ponerse bonito: cada lance, cada muletazo, deben tener un por qué, en función del toro. La estética se ha de basar en el conocimiento y la inteligencia del diestro: en eso consiste la lidia.
Cuando todo eso se une, como ha sucedido esta tarde, en la faena de Morante al cuarto toro, nace la auténtica belleza, la que nunca sufre apagones: la que nos seguirá iluminando, en el recuerdo.
Ficha
Sevilla. Plaza de Toros de la Real Maestranza. Feria de Abril. Jueves 1 de mayo. «No hay billetes».
Toros de Domingo Hernández, mansos y deslucidos.
MORANTE DE LA PUEBLA, de verde botella y oro, dos pinchazos y tres descabellos (aviso, saludos). En el cuarto, estocada (dos orejas).
JUAN ORTEGA, de purísima y plata, buena estocada (saludos). En el quinto, estocada (saludos).
PABLO AGUADO, de negro y oro, tres pinchazos y estocada (saludo). En el sexto, pinchazo y estocada (palmas de despedida).
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