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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 26 de julio de 2019

Algo bueno pasa en Valencia / por Carlos Bueno



Y el milagro continúa produciéndose en Valencia porque sigue apareciendo savia nueva y porque, sin duda, en materia taurina las cosas se están haciendo bien desde la Diputación, órgano del que depende la plaza de toros y la escuela de tauromaquia.

Algo bueno pasa en Valencia

En los últimos cuatro años los tentaderos y los festejos en los que ha participado la escuela taurina de Valencia ha crecido de forma extraordinaria. El resultado del trabajo está dando sus frutos. Un puñado de alumnos valencianos está triunfando con regularidad y rotundidad por doquier, y la afición valenciana se ha ilusionado como hacía tiempo que no

La celebración en Valencia del tercer Certamen Internacional de Escuelas Taurinas ha puesto de manifiesto el excelente nivel artístico que poseen muchos de los alumnos que en él han participado, en especial los pertenecientes al centro valenciano. Con independencia de las orejas conseguidas, Alejandro Contreras, Javier Camps y Joan Marín sorprendieron por su clarividencia ante la cara de sus antagonistas, por su interesante concepto del toreo y por la calidad en su ejecución.

Sin duda, los tres demostraron ser dignos continuadores de la ilusión que despertaron especialmente Borja Collado y Miguel Polope, y también Miguelito y El Niño de las Monjas. No todos llegarán al destino que se proponen, con suerte sólo alguno de ellos lo hará, pero han levantado una expectación en Valencia que no se vivía desde hace muchos años. Personalmente me sigue produciendo estupefacción que las escuelas gocen de buena salud.

En esta época en la que impera un malentendido buenismo que pone de moda ser animalista antitaurino, ahora que ver una corrida de toros en abierto en la televisión es pura quimera, en tiempos en los que la publicidad taurina es casi clandestina y que las escuelas de tauromaquia no se anuncian en ningún lugar, que continúen inscribiéndose jóvenes con ganas de ser toreros parece cuestión de magia.

Si a todos estos factores le añadimos que la gran mayoría de chavales que están triunfando no tienen antecedentes taurinos y que intentar la aventura del toreo conlleva renuncias, esfuerzos y riesgos notorios, y si además muchos partidos políticos sólo hacen que poner palos a las ruedas de la tauromaquia para impedir su continuidad, el asunto toma tinte de milagro.

Y el milagro continúa produciéndose en Valencia porque sigue apareciendo savia nueva y porque, sin duda, en materia taurina las cosas se están haciendo bien desde la Diputación, órgano del que depende la plaza de toros y la escuela de tauromaquia. El trabajo intensivo de revitalizar el centro comenzó en 2015, cuando los alumnos realizaron 15 tentaderos, ocho más que el año anterior. Se duplicó la cifra la temporada siguiente, se llegaron a 34 en 2017, y el año pasado se alcanzaron 52 días de campo en fincas como las de Cuvillo, Fuente Ymbro, Juan Pedro, Cuadri, Victoriano, El Freixo, Joselito, Algarra, Samuel Flores, La Palmosilla, Fernando Peña, Prieto de la Cal, Nazario, López Gibaja, Daniel Ramos, Jovani, Los Chospes… sin duda un elenco de ganaderías de primer orden donde los alumnos se sintieron motivados y donde pudieron acrecentar sus conocimientos dentro y fuera de las plazas de tientas.

La consecuencia inmediata fue que, campaña a campaña, también se incrementó el número de festejos en los que participaba la escuela de Valencia, y si en 2015 fueron un total de 26, el año pasado fueron 76. El asombro es mayor cuando se sabe que ciertos socios de gobierno han intentado frenar cuanto han podido el apoyo del diputado de asuntos taurinos al sector taurino, lo que confiere superior mérito a los logros conseguidos.

Los datos no dejan lugar a dudas. Los chavales no pueden tener queja porque las facilidades que se les están ofreciendo para el aprendizaje son máximas. Los resultados sobre el albero tampoco defraudan. Todo lo contrario, señalan un futuro ilusionante a pesar de las adversidades políticas, de la corriente anti, de la falta de televisión y de publicidad, y del duro sacrificio que conlleva la aventura de ser torero. Lo dicho, un bendito milagro. Eso sí, fundamentado en el trabajo bien hecho.

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