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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 16 de julio de 2019

No se llamaba «dictador», su nombre es Francisco Franco Bahamonde (1): la verdadera libertad / por Laureano Benítez Grande-Caballero



Es realmente alevoso y repugnante que quienes alzan el puño en alto, enarbolan la enseña republicana y cantan la «Internacional» muestren ese odio tan cerval a quien ellos llaman «dictador», mientras que a la vez ensalzan y glorifican a los mayores dictadores y dementes genocidas que ha habido en la historia, quienes en nombre del comunismo ―dictadura del proletariado— han asesinado a más de 100 millones de personas: Lenin, Stalin, Mao, Fidel Castro, Pol Pot, Maduro, etc.

No se llamaba «dictador», su nombre es Francisco Franco Bahamonde (1): la verdadera libertad

Laureano Benítez Grande-Caballero
(Extraído del libro «El Himalaya de mentiras de la memoria histórica») Alerta digital.com
Muchos de los grandes personajes históricos han tenido apodos, alias, motes, epítetos que, según se los pusieran sus amigos o sus enemigos, podían adquirir significaciones de adulación o de animadversión: Cayo Julio César Germánico «Calígula», Vlad «el Empalador», Iván «el Terrible», Pedro I «el Cruel», Juana «la Loca», José Bonaparte «Pepe Botella», Vladímir Ilich Uliánov «Lenin» ―«El que pertenece al rio Lena”, aunque el genocida bolchevique nació en Simbirsk, ciudad rusa a orillas del Volga―, Jossif Vissariónovich «Stalin» ―que significa «el hombre de acero»―.

Entre toda esta masa de epítetos, hay uno que se aplica con total unanimidad a un personaje histórico singular: «dictador», adjudicado a perpetuidad a Francisco Franco Baamonde, quien en vida fue calificado como Caudillo de España y Generalísimo de los Ejércitos, dos denominaciones que han quedado arrasadas por el despectivo mote de «dictador», que ha pasado a ser el modo universal de referirse a Franco.

Dictadores ha habido muchos, entre los cuales destacan muchos empaladores, una legión de matacuras y quemaconventos, toda una pléyade de genocidas, de demonios exterminadores, de déspotas satánicos creadores de holocaustos apocalípticos. Desde esta óptica, ¿cómo llamar a los enloquecidos asesinos que fueron Lenin y Stalin?: ¿Qué tal quedaría Lenin «el Exterminador», Stalin «el Genocida», Mao «el Ejecutor», Fidel Castro «el psicópata»…?

Es realmente alevoso y repugnante que quienes alzan el puño en alto, enarbolan la enseña republicana y cantan la «Internacional» muestren ese odio tan cerval a quien ellos llaman «dictador», mientras que a la vez ensalzan y glorifican a los mayores dictadores y dementes genocidas que ha habido en la historia, quienes en nombre del comunismo ―dictadura del proletariado— han asesinado a más de 100 millones de personas: Lenin, Stalin, Mao, Fidel Castro, Pol Pot, Maduro, etc.

Ejemplos de totalitarismos son las dictaduras comunistas, que gobiernan a base de purgas, checas, pogroms, gulags y campos de exterminio, cosas que jamás existieron con Franco. ¿O es que acaso alguien puede calificar de demócratas a Largo Caballero «el Golpista» ―protagonista de 4 golpes de Estado―, a Indalecio Prieto «el Pistolero» ―iba con pistola al Congreso―, a Santiago Carrillo «el Chequista», a Dolores Ibárruri «la Pasionaria», etc…

¿Franco dictador? Limitar la democracia a un régimen donde se vota para elegir a individuos desconocidos —e ineptos y chupópteros— puestos ahí por su partido, cuyo principal fin es arramblar con los privilegio y prebendas de sus poltronas, satisfacer su megalomanía, y gobernar con arreglo a los designios de quienes les han puesto en el poder —léase mafias globalistas—, en vez de servir a los intereses y necesidades de la Patria; y, por el contrario, llamar dictadura a una forma de gobierno que restringe la libertad política pero concede una gran libertad en todos los demás ámbitos de la vida, y orienta su práctica al Bien Común, es una falsedad, un engaño.

Cualquier persona que haya vivido bajo Franco, como es mi caso, puede atestiguar que la inmensa mayoría de los que vivimos en la España de Franco jamás tuvimos la sensación oprobiosa de vivir bajo una sanguinaria tiranía, ni mucho menos, ya que disfrutábamos de una inmensa panoplia de libertades.

De ahí la abrumadora adhesión al Caudillo, y la nula oposición democrática que tuvo durante 40 años.

Hubo restricciones en las libertades políticas, pero especialmente para los que, bajo el disfraz de demócratas, eran puro totalitarismo: socialistas, comunistas, anarquistas, separatistas. Entre estos antifranquistas, no había habido ningún demócrata en la República, ni lo hubo bajo la España franquista, ni lo hay ahora.

También dicen de Franco que fue un golpista, pero levantarse contra un gobierno ilegítimo —que accedió al poder mediante un alevoso pucherazo en las urnas—, y además inepto, incapaz de mantener el orden público y la seguridad de los ciudadanos, no puede considerarse propiamente un golpe de Estado, pues al Alzamiento Nacional le amparaba el derecho de legítima defensa frente a una agresión dirigida por potencias extranjeras contra nuestro país, que además pretendía el exterminio de la España católica y conservadora. La Cruzada de Liberación Nacional fue el levantamiento del pueblo español que estaba siendo masacrado por el Frente Popular, cuya persecución a las derechas y a los católicos ponía en gravísimo peligro de exterminio a una parte considerable de la España tradicional. Fue, por lo tanto, un movimiento insurreccional de legítima defensa, que no hacía sino responder a la violencia institucional que la República ejercía sobre sus adversarios.

Franco, aclamado en la plaza de toros de Barcelona en 1951

Otro hecho a tener en cuenta son las circunstancias históricas que rodean el nacimiento de una dictadura. En lo que respecta a la de Franco, resulta risible y esperpéntico que alguien en su sano juicio pueda pensar que un general victorioso en una guerra contra una revolución totalitaria como la que pretendía implantar en España el Frente Popular, una vez derrotado el enemigo, convoque inmediatamente elecciones generales para que los derrotados y los revolucionarios puedan presentarse, volviendo de rositas como si aquí no hubiera pasado nada. ¿Hay realmente alguien que pueda imaginar esta situación imposible?: ganas una guerra, y luego lo vencidos –que llevaban años de supuesta «democracia» organizando golpe tras golpe— vuelven tan tranquilos, e intentan ganar en las urnas lo que perdieron en los campos de batalla. Y, claro, los frentepopulistas bolchevizados sí hubieran convocado elecciones libres, dejando participar en ellas a los partidos de derecha, a los que estaban exterminando sin piedad desde mucho antes del Alzamiento.

Junto a esto, un hecho que puede justificar la privación de libertades políticas en un país es el advenimiento de una época de especial dificultad, de crisis social, política y económica, como sucede en una posguerra, y más si el conflicto ha sido interno, causante de unas heridas y una polarización que llevará tiempo solucionar. Si a esto le añadimos un contexto de crisis total debido a la Guerra Mundial, un país al que a la ruina de la guerra se le añadió a un estado anterior de atraso en casi todos los órdenes, resulta claro que España lo que necesitaba, más que otra democracia fallida, era una época de estabilidad, de orden, de autoridad, de paz, que facilitara la reconciliación y el progreso. Eso fue lo que consiguió el Régimen de Franco.

Manifestación de apoyo a Franco, en Madrid, el 1 de octubre de 1975.

Dicen que Franco fue un dictador, pero el régimen pretendidamente dictatorial que creó desembocó pacífica y rápidamente en una democracia, a través de una Transición modélica que fue el asombro del mundo, lo cual dice bien a las claras que aquella dictadura no era tan «dura», ya que llevaba en sí los gérmenes de las libertades políticas.

Libertades reales, libertades encarnadas en la vida de los ciudadanos, libertades básicas, mucho más importantes que la libertad de elegir en las urnas a personas que luego van a mirar por su partido en vez de por la Patria, que van a defender sus intereses personales, en vez de representar al pueblo que les eligió. Éstas son las auténticas libertades, que Franco garantizó. Como afirmaba José Antonio Girón de Velasco: «Libertad del hombre para aclamar y amar a su Patria, para mandar en su hogar, para arrojar de él las pestes que le infectaban, libertad para trabajar sin el agobio del despido injusto y para percibir para sí y para su familia un salario decente. Libertad de ponerse enfermo, libertad de envejecer, libertad de tener hijos, libertad de participar en la Reglamentación de su trabajo, libertad de defenderse ante Tribunales independientes y, finalmente, señores, libertad de ser útiles a la Patria y libertad de adquirir nuevos derechos y con ellos nuevos deberes y libertad también de poseer el inefable goce de poder cumplirlos. Libertad de responsabilidad; es decir, libertad de poder llegar a tener sobre los hombros la máxima responsabilidad del país, la del mando y libertad por tanto de saber ejercerla».

Pintadas en la estatua ecuestre del general Franco frente al edifico del Born de Barcelona.

Libertades amenazadas hoy por los nuevos milicianos, los escracheadores de la derecha, los acosadores de quien disienta de la ideología progre/roja; los que amenazan, insultan y agreden a quienes no compartan sus ideas; los que revientan los mítines de los partidos identitarios; los que llaman «fachas» a quienes defienden la unidad de España, nuestros valores tradicionales.

¿Acaso alguien puede pensar que los frentepopulistas que han recogido la herencia de los milicianos luciferinos de la Segunda República son demócratas-de-toda-la-vida? ¿Quién, en su sano juicio, puede creer que el Turrión es demócrata, cuando en realidad es un dictador bolivariano ―Pablo Turrión, alias «el bolivariano»―? ¿Acaso hay alguien que pueda pensar que Pedro Sánchez «el Tramposo» ―o «el Mentiroso»― es demócrata de manual?

Y se llaman a sí mismos «demócratas», «antifascistas». Ya lo dijo Churchill: «Los fascistas del mañana se llamarán a sí mismos antifascistas».

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