Porque aunque lo quieran ocultar, la sangría sigue en la Fiesta al no ser capaz de saturar sus viejas heridas, provocadas por los abusos de un sistema empresarial incompetente y sin capacidad de ilusionar al aficionado.
Las viejas heridas sin suturar
Paco Cañamero
Sigue la sangría de la Fiesta. Sin suturarse sus viejas heridas provocadas por los abusos de un sistema empresarial incompetente y sin capacidad de ilusionar al aficionado. De un sistema que tanto ha flagelado al propio negocio del que vive y que soporta al único espectáculo que maltrata a sus clientes, a los aficionados que pasan por taquilla y, tantas veces, pagan tan alto precio por las entradas. Pero además y eso es la más lacerante es que apenas hay novedades al no promocionarlas y fomentarlas, cargando el aficionado con más de los mismo, es decir en muchos carteles calcados de hace dos décadas. ¿Imaginan a un cantante veinte años de gira con el mismo repertorio? Y a todo ello, al sistema y a quien con él laboran, no le interesa más que el triunfalismo frente al cada vez más habitual toro mocho, para que se corten muchas orejas y se multiplican salidas en hombros al final del festejo gracias a presidentes amaestrados, que suben al palco sin ningún criterio y poniéndose a orden de taurinos y figuras regalando orejas, rabos, indultado toros que no van al caballo o se rajan en la faena; por lo tanto le dan de lado al espectador, cuando ellos deberían ser quienes velen por la integridad del espectáculo, que es la defensa de quien pasa por taquilla. Y no olvidamos que en la mayoría de las plazas se priva al aficionado de la suerte de varas, habiendo quedado ya en un mero trámite algo que debía ser el momento más emocionante de una tarde de toros. O la moda actual de cambiar los tercios al finalizar el segundo par, con lo que el espectador tampoco puede disfrutar íntegramente de la bella suerte de banderillas.
Con ese panorama esta Fiesta no levanta cabeza, por más que quieren vender que está en un gran momento. Y ojo, escribo estoy reconociendo que la San Isidro fue una magnífica feria y eso que, en principio, no dábamos un duro. Pero arrastrado el último toro del ciclo llegó el lastre y ahora es una pena ver la plaza cerrada los domingos de agosto, cuando en esas corridas estivales estaban las verdaderas oportunidades para los modestos. No olvidemos que, valga el ejemplo de la pasada década de los 80, cuando de la canícula madrileña salieron Paco Ojeda, Ortega Cano y José Luis Palomar camino de las ferias. Sin embargo ahora, la enorme baraja de toreros de segunda y tercera línea que se ve privados de esa oportunidad para remontar el vuelo. Y aquí todos callados.
Hoy otro problema -de los muchos- es ver cómo el sistema ha quedado al descubierto tras la lesión de Roca Rey y las estructuras del toreo vuelven a suturar el pus de la infección tras la baja del torero más taquillero. Y es que una Fiesta tan grande no puede quedar apuntalada en una única figura, algo que ocurre en las dos últimas temporadas con Roca Rey, porque mientras José Tomás sigue con su particular hibernación, ahora todo se había sustentado en el peruano; también ante la falta la imaginación del sistema empresarial, incapaz de buscar carteles alternativos más allá del habitual sota, caballo y rey de los últimos lustros. Del archirrepetido Morante, El Juli y Manzanares, que cada tarde llevan a menos gente a los tendidos.
Siempre hubo figuras más taquilleras que otras, que mandaron y en cada época existió un torero que mandó. Basta recordar a Manolete, a Luis Miguel, al Cordobés, a Espartaco… que llenaban más que cualquiera de sus coetáneos; pero cuando alguno sufría un percance, los empresarios de entonces sabían hacer su cábalas para que el mal fuera menor. O incluso en tiempos de empresarios con mayor imaginación basta recordar el ejemplo de el momento que El Cordobés anuncia por sorpresa su retirada y todos los empresarios encaminaron sus pasos a su casa de Villalobillos para pedirle por favor que recapacitara; entonces Benítez, en la creta de la ola, volvió tras firmarse el famoso pacto de la almohada, porque los recibió en la cama. Y eso que entonces había toreros de mucha clase y arte, desde El Viti, Camino, Puerta, Romero, Andrés Vázquez, César y Curro Girón, Hernando, Fermín Murillo, Ostos, el mismo Ordóñez que aún toreaba… y se podían ofrecer un gran ciclo. Hoy esas genialidades se echan en falta en esta Fiesta tan monótona y mecanizada, ausente de genios y tan ayuna de emoción; porque no me imagino a los actuales rectores del negocio taurino de peregrinación a Estepona para pedir a José Tomás que se deje anunciar en más plazas.
Con lo expuesto ahí están las sustituciones de Roca Rey en Bilbao, donde la Junta Administrativa no ha encontrado mejor solución que contratar a las novedades de Cayetano y El Juli. No me extraña que Bilbao y su antes prestigiosa feria pierda tanto cada año y el azul de sus butacas con la llegada de cada nueva edición destaque más. Ellos se lo están cargando y a la decadencia de las Corridas Generales nadie es capaz de poner el freno. Y no digamos también del Puerto de Santa María, otra plaza que gozó de tanta solera y cae a la escombrera del desprestigio, con lo que fue siempre su temporada de verano; la misma que ahora agoniza con escasos festejos y dominada por los mismos de siempre bajo el hierro de la Casa Matilla. Este año intentan justificar que el asolerado coso está en obras, pero el pasado no lo estaba y fue un desastre en un ciclo cortísimo, algo que provoca la deserción de aquella afición tan fiel a su Plaza Real, de la que Joselito El Gallo, rey de los toreros dijo la célebre frase de quien no ha visto toros en El Puerto no sabe lo que es una tarde de toros.
Los meses transcurren sin que a un grupo de toreros acaban de darle el verdadero sitio que se han ganado, ejemplo de Emilio de Justo, uno de los más puros y artistas del momento, que se ha ganado un sitio con los triunfos logrados, junto a un lujo de interpretación en la suerte suprema. Pero en su caso (también ha tenido mala suerte con los percances), gran parte del empresariado mira para otro sitio. Otro caso es el de David de Miranda, triunfador de San Isidro y a quien apenas le dan sitio, con el añadido que ese muchacho fue capaz de levantarse de la silla de ruedas cuando todos pensaban que quería parapléjico tras una brutal voltereta sufrida en la zamorana villa de Toro. Y ese torerazo llamado Emilio de Justo, junto al aguerrido David de Miranda son dos de un grupo de chavales que atesoran magnificas condiciones y no le dan el sitio que merecen. Porque aquí o se da un porrazo fuerte en la mesa de la reivindicación, caso de Pablo Aguado en Sevilla y Madrid –aunque aquí sin espada- o es totalmente imposible, ahora mismo, abrirse camino y ser figura. Y de toreros que apenas practican su profesión no podemos olvidar el sangrante caso de Juan Mora, completamente parado y eso que es un ejemplo y de quien deberían beber todos los nuevos, porque las aguas de su torería son las más puras.
Porque aunque lo quieran ocultar, la sangría sigue en la Fiesta al no ser capaz de saturar sus viejas heridas, provocadas por los abusos de un sistema empresarial incompetente y sin capacidad de ilusionar al aficionado.
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