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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 30 de julio de 2019

Ir o no ir / por Jorge Arturo Díaz Reyes




...entre las muchas peroratas una mención muy corta, la de Santiago Abascal: “Quiero una España donde se pueda ir o no ir a los toros”. 

Ir o no ir

Jorge Arturo Díaz Reyes
Cali, julio 30 de 2019
Desde Cali seguí a través de RTVE los debates parlamentarios que frustraron la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno español.

A pesar de que como pasa hoy en todos los parlamentos del mundo, nadie convence a nadie, pues las posiciones llegan asumidas, las votaciones amarradas y conocidas de antemano y los discursos van más para los compradores televidentes que para los inamovibles interlocutores, fueron dos días de un espectáculo apasionante. Para mi, digo.

Tanto y más que la cocina de Arguiñano, las hazañas pedaleras de mi paisano Egan Bernal en el Tour de Francia, o alguna corrida transmitida en directo. La esgrima retórica, el histrionismo, el astuto uso del idioma, la sorna, el ingenio, la tergiversación, el doble rasero, la calumnia, el insulto, la picaresca. En fin, todo el arsenal de la oratoria política desplegado con diversos acentos regionales y partidistas.

Y como no podía ser de otra manera, los toros pesando en este ruedo ibérico. Así solo se les hiciera entre las muchas peroratas una mención muy corta, la de Santiago Abascal: “Quiero una España donde se pueda ir o no ir a los toros”. Pesaron tácitamente de principio a fin, como se pudo colegir del informe de Adriana Lastra sobre la negociación entre PSOE y Podemos Unidas, eje del conflicto insoluble.

El precio que puso este partido para permitir formar gobierno fue: una vicepresidencia y cinco ministerios, entre los cuales figuraba por ahí entreverado el de Medioambiente y “Derechos de los Animales”.

Sabido el antitaurinismo militante de Podemos, no es difícil suponer qué pretendían con ello ni la suerte que correría la tauromaquia bajo su poder. Gabriel Rufián, vocero de ERC, dolido por la intransigencia de las dos formaciones que abortó la coalición de izquierdas las recriminó. “Debería darles vergüenza”.

Pero quizá debió dolerse más por algo que sin ser dicho quedó patente. La entrega de la electoralmente rentable bandera de la libertad a sus adversarios ideológicos. Ir o no ir, esa es la cuestión.


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