La crisis del coronavirus está obligando a sacrificar muchos toros sin ser lidiados, por el camino demasiadas ganaderías acabarán sucumbiendo, y lo peor es que entre ellas perecerán muchas de las dedicadas a criar encastes minoritarios, un tesoro genético siempre en peligro de extinción y ahora con un futuro todavía más incierto.
¿El final de los encastes minoritarios?
Carlos Bueno
Es preocupante conocer lo mal que lo están pasando los ganaderos de bravo con la crisis del coronavirus. Es penoso saber que, sólo en Sevilla, en apenas una semana fueron aniquilados más de 200 toros. Es alarmante descubrir que ahora los mataderos están saturados y que de momento no admiten más animales, motivo por el cual los criadores no van a tener más remedio que seguir gastando su dinero en reses que en poco tiempo acabarán exterminadas. Es triste enterarse de que Fuente Ymbro va a eliminar unas 700 cabezas, la mitad de su población, y que pronto muchos otros hierros harán lo mismo. Y es que hay que adaptarse a la realidad del mercado, no sólo de este año, sino de los años venideros, un futuro que pinta muy a la baja.
Cuando el Covid-19 pase y nos parezca que todo regresa a la anhelada normalidad, en realidad nada volverá a ser como antes. El poder económico general será menor y la Fiesta taurina tendrá que reinventarse y reajustarse para sobrevivir. El precio de las entradas deberá ser inferior si se pretende salvar festejos, y aún así muchas ferias se verán mermadas o incluso correrán el riesgo de desaparecer. Sólo una rebaja de los costes y un incremento del interés salvarán la tauromaquia. El secreto de su continuidad será toreros con personalidad comprometidos y toros bravos a un precio asequible para el aficionado.
De momento se estima que 9.000 toros se quedarán en el campo y que ello repercutirá en unas pérdidas estimadas en 90 millones de euros en las ganaderías de lidia, sin contar los perjuicios que soportarán empresarios y toreros, y que la economía española dejará de beneficiarse de un impacto de 1.600 millones de euros anuales a causa de la suspensión de la temporada taurina. Por desgracia el coronavirus obligará a sacrificar muchos ejemplares sin ser lidiados, a mantener sólo a los machos y hembras de mejor nota, y eso, paradójicamente, puede acabar resultando positivo para un futuro con toros más encastados, más bravos.
Lo malo, es que por el camino demasiadas divisas pueden acabar sucumbiendo, y lo peor que entre ellas perecerán muchas de las dedicadas a criar encastes minoritarios, un tesoro genético siempre en peligro de extinción y ahora con un futuro todavía más incierto.
Las ganaderías más sólidas económicamente, las que más lidian, sobrevivirán a la ruina, y la mayoría de éstas son de sangres predominantes. Las de encastes marginales, que ya son deficitarias en tiempos de bonanza, no podrán soportar la crisis y desaparecerán. Es la ley del más fuerte, aquí no interviene para nada el interés de los aficionados. No es buen asunto para la variedad y diversidad que debería imperar en el toreo. Era un lamentable final cantado a voces que ahora, por desgracia, se verá acelerado.
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