"...Quien se pasa por una de estas veladas del Tres Reyes, se engancha. Ya no puede vivir sin ellas y se pregunta por qué no se celebran cada noche del año y no dejamos atrás la vida real para meternos todos en tropel a vivir una de película (la de Los modernos de Alan Rudolph, por ejemplo)..."
Noches del “Tres Reyes”
Quizá porque, como tantos niños, profesé desde muy corta edad votos de lealtad a los Reyes Magos de Oriente, que eran tres y en cuyo honor -imagino- fue bautizado en Pamplona el hotel que ha sido este año una carpa fundamental en Flamenco On Fire… O quizá por acabar de ver bailar a Farruquito, uno de esos artistas cuyo genio habría brillado en cualquier época y lugar… O quizá porque unas horas antes había evocado, para cuantos tuvieron a bien asistir a mi conferencia, el París de Josephine Baker, Picasso, Mistinguett y Erik Satie, aquel París en el que mi tía se convirtió –merced a Falla y a Diaghilev, al Sombrero de Tres Picos y a La Princesa Durmiente– en figura emblemática de la balletomanía rusa y la hispanomanía… A lo mejor por todo esto, la verdad es que llegué ya ambientado al Hotel Tres Reyes.
Acaso también porque, poco antes de entrar al elegante salón donde se celebraban las galas del Ciclo Nocturno, José Manuel Gómez me había preguntado si sabía algo sobre una apócrifa visita de Django Reinhardt a Barcelona en 1936, poco antes de la guerra, admito que me sentí como si estuviera traspasando sobre roja alfombra la puerta delScheherezade o alguna otra de las míticas salas de fiestas del París en que la emigración rusa y las orquestas de jazz manouche, entre copas de champán y muchas mujeres guapas, asistían a los primeros vagidos del surrealismo y el cubismo. Así se lo dije a Miguel Morán, fundador y pulmón del festival:
-Parece que va a salir a tocar Django.
Íntima penumbra, mucho gusto en la elección de colores para las luces del escenario y camareros pulcramente uniformados. ¡Gran elección, la de Marote como responsable de luces y sonido! El público, con paladar, buen oído y atildado para la ocasión. ¡Noche con todo a favor!
No subió a las tablas Django, claro, pero nos estrenamos con el concierto de un trío de refinadísimos acentos y… eso, con mucha atmósfera de la antedicha, mucha distinción y clase: el integrado por Josemi Carmona, Javier Colina yBandolero, consteladores de dulzuras y matices balsámicos para el bienestar del alma y que corroboran las benéficas virtudes de cuanto elixir es aplicado por vía auditiva, que no en vano fue por el oído por donde, según los Evangelios Apócrifos, dejó el Arcángel Gabriel embarazada a la Virgen. Parece confirmado que el grupo publica disco en breve, o ese comentario nos llegó mientras saludábamos a Joaquín Calderón, que no ha parado en estos días filmando materiales para su documental, y a Keko Galindo, muy al tanto de las maniobras de los reptilianos para apoderarse del planeta. Ataca ahora el trío un tema de Consuelo Velásquez bajo el foco de las cámaras de Anya Bartels-Suermondt, fotógrafa de su época como Lee Miller lo fue de la suya, y Marta Vila Aguilà, otra lente que promete.
Nos sentimos como viviendo en blanco y negro, pero apurando vasos de oro colmados de un whisky que no deja resaca. Ya en pie, Josemi, Colina y Bandolero, que han llenado hasta la bandera, se inclinan para agradecer los loores y dar paso a la fiesta post-concierto, que se prolonga hasta casi las claras.
Quien se pasa por una de estas veladas del Tres Reyes, se engancha. Ya no puede vivir sin ellas y se pregunta por qué no se celebran cada noche del año y no dejamos atrás la vida real para meternos todos en tropel a vivir una de película (la de Los modernos de Alan Rudolph, por ejemplo).
Desde luego que la última -un mano a mano cantaor entre Saúl Quirós y José Enrique Morente que también agotó el papel- hizo época. Rompió plaza por granaína y soleá Saúl, espada de alternativa más antigua, dejando al auditorio literalmente pasmado por la escucha de un cante bien macerado y de una belleza sin paliativos. La melosa y linajuda guitarra de Juan Carmona le acompañó después al sortear los vados por alegrías, tangos y bulerías, y nadie, al término del pase, dudaba de encontrarse ante uno de los más interesantes y dotados cantaores del presente.
Tras dejar Saúl la parrilla al rojo vivo, se palpaba la expectación por escuchar al hijo de Enrique. Tampoco yo había tenido antes el placer. Como el de Saúl, su triunfo fue rotundo y dejó constancia, lo cual es importante, de -más allá de la previsible voluntad de ser fiel al estilo paterno- marcar el cante con detalles y acentos propios. Posee además intuición natural y talento escénico, redondea muy bien sus juegos con el compás y guarda mucha música en la cabeza. Y es que ser bohemio y meterse mucho de fiesta termina por dar sus frutos. En el flamenco, quien no lo hace, lo acusa…
¿Pamplona fue una fiesta? Si fue todo un fuego fatuo, fue, desde luego, muy bello…
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