"...Jugar con el toro, batirse, vencer, convocar, vender, masificar, lucrar, si no se hace infundiendo devoción y conmoción no vale..."
Cali, Septiembre/2015
Entre todas las cosas que el toreo es: juego, combate, oficio, técnica, espectáculo, industria, negocio, culto, arte… las que lo hacen más difícil de medir son las dos últimas. Las que lo definen como hecho ético-estético, arte-liturgia, o como diría Aristóteles, unidad de lo bueno, lo verdadero y lo bello.
Jugar con el toro, batirse, vencer, convocar, vender, masificar, lucrar, si no se hace infundiendo devoción y conmoción no vale. ¿Cómo cuantificar eso? ¿Cómo medir cuál toreo es mejor que otro? Seguramente cualquier aficionado quisiera responder como San Agustín respecto al tiempo “Si no me lo preguntan lo sé, si me lo pregutan no lo sé”.
Entonces, el mercado, urgido de un “escalafón”, tira por la calle del medio y dicta, el mejor es el que torea más, y categoriza por número de corridas lidiadas en el año. Para el grupo especial “A”, exige 43. Parámetro comercial, sin duda.
El que más contratan es el que más vende, pues el que más vende conviene más a las empresas y claro, a todo el sistema llamado fiesta, que vive de la taquilla; para criar el toro, construir y mantener las plazas, pagar los profesionales, promover el culto, aceitar la máquina publicitaria, neutralizar las amenazas… cerrar el círculo económico.
Pero el arte no se debería juzgar al mayoreo. A veces una sola obra sublima. Obra maestra. ¿Cuantos Quijotes tendría que haber creado Cervantes? ¿Cuántas Giocondas Leonardo? ¿Cuántos “Yesterday” McCartney? ¿Cuántos “Cañegos” Aparicio?
Industrializar. Asimilar cantidad a calidad es una falacia consumista, posmoderna, más. Una sola faena bien puede justificar una vida torera y quizás aficionada. Una faena, digo, por que la unidad del toreo, la obra del toreo es ella.
También, suplantarla con alguna de sus partes, por excelsa que sea (detalle, destello, pellizco), es minimizar, irse al otro extremo. Quedar como ese hombre del casino provinciano que vio a Carancha recibir un día… velados los ojos… y con el vacío del mundo en la oquedad de la cabeza...
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