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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 5 de noviembre de 2016

Venezuela. El paredón de fusilamiento / por Leonardo Padrón



"...No perdamos la coherencia. No ayudemos al régimen en su afán de destruir lo que nos da tanta fuerza: la unidad. Somos ciudadanos democráticos. Y a punta de democracia los sacaremos del poder. No otra es la ruta. Con sus márgenes de error o incertidumbre. Pero no podemos convertirnos en nuestro propio paredón de fusilamiento...."

El paredón de fusilamiento

Leonardo Padrón
Y entonces aquí estamos de nuevo, irascibles, revueltos, desmadrados, henchidos de rabia, bramando insultos contra nuestros pares, condenando a diestra y siniestra todo lo que ayer era referente y aplauso. Esto somos, jueces inclementes, tribunal supremo y verdadero de la política nacional. Nosotros, los que nunca nos equivocamos. Nosotros, los intachables. Nosotros, los grandes estrategas. Todo aquello que no suceda a nuestro tiempo y concierto es dislate, traspiés, error. Y vamos colocando en el paredón de fusilamiento a cada líder cuya voz desafine o se aleje, así sea por minutos o días. Del clamor ciudadano. Somos la opinión pública. Somos la razón unánime. Nada que se aleje de nuestros dicterios está permitido. Y así, en un chasquido de dedos, el ídolo se convierte en fantoche, el paradigma en traidor, el sensato en paria. Nunca nos equivocamos, porque somos el pueblo y así reza el lugar común. Si gritamos estampida se nos debe complacer. Si pedimos estridencia y remolino, no otra idea se puede someter a consideración. Somos grito y consigna callejera, somos arrebato, somos pasión y desenfreno. ¿Para qué la mesura? ¿A quién le importa la prudencia? 

No, no vemos el bosque, nos importa el árbol. Estamos impacientes. Ya han pasado 17 años. No nos pidan esperar una semana más. Eso es una grosería, una desmesura. Queremos ya el capítulo final. El choque de trenes. Nuestra indignación cívica contra sus colectivos armados. Nuestras banderas contra sus balas. Nuestras gorras y franelas blancas contras sus caballos de hierros. No importa, moriremos, dejaremos charcos de sangre con nuestra firma estampada, todo sea por el gran día donde marcharemos a Miraflores y los villanos del régimen saldrán en tropel, espantados, temblando, tropezando con sus millones de dólares, sus lujos, sus privilegios, dejando todo a un lado, saltando por la ventana, abandonando la casa del poder y logrando, en un tris, que todo vuelva a ser como antes. Así de perfecto será ese día. Por eso, señores líderes de la oposición, no nos arruinen la fiesta, es cuestión de 24 horas para cambiar la historia, o menos, lo que dura una marcha, lo que asusta un gentío. Una semana es demasiado. No queremos que conversen. Con Satanás no se dialoga, ni siquiera porque lo dicte el sentido común. No queremos ahorrarnos ni un solo muerto.
  • Así suenan las redes sociales. Así se escucha la calle.
Sin duda, en estos días, está ocurriendo que la gente solo ve lo que quiere ver. Lo que no calza con sus criterios o deseos es herejía y traición. Lo que no combina con su reloj es estafa. En estos momentos hay una sobredosis de ansiedad tal en el venezolano que hace que veamos el minutero de la realidad de una forma distorsionada. Los días nos parecen años. Y reaccionamos impulsivamente, sin ponderación. Por eso, cada vez que veo cómo comenzamos a despedazarnos entre nosotros por alguna decisión política de mayor o menor ambigüedad, siento que logramos que Nicolás Maduro saque a bailar de nuevo a la primera combatiente. Salsa o cumbia, ya eso no importa. Cada vez que la oposición desgrana sus mejores insultos contra sus pares, cada vez que nos distraemos del objetivo real para concentrarnos en nuestra propia destrucción, le hacemos un gran favor a la dictadura.

Permítanme insistir. No es momento de destejer todo lo ganado. Es sano calmar las aguas para llevarlas a buen cauce. Cada vez falta menos. No perdamos la coherencia. No ayudemos al régimen en su afán de destruir lo que nos da tanta fuerza: la unidad. Somos ciudadanos democráticos. Y a punta de democracia los sacaremos del poder. No otra es la ruta. Con sus márgenes de error o incertidumbre. Pero no podemos convertirnos en nuestro propio paredón de fusilamiento.

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