El tótem de la tribu
Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
Calor omeya en la corrida de Partido de Resina, seis soberbios pablorromeros con mala suerte
José Ramón Márquez
Ya hemos dicho alguna vez aquí que hasta para ser toro hay que tener suerte en esta vida, que después de los cuidados ganaderos, después de cuatro años de atenciones, saneamientos, desparasitaciones, vacunas, forraje y todo lo demás, lo que se espera es que el fruto de todos esos desvelos se encuentre en condiciones de demostrar al mundo y para el mundo sus condiciones, lo cual no quiere decir más que eso, que se le dé una mínima oportunidad de expresarse. Sirva como prueba y como constatación de que algo habría hoy en la Plaza el hecho de que dos de los seis toros que se han ido al reino de irás y no volverás lo hayan hecho arropados por la sincera ovación de la parroquia y un tercero aplaudido de forma no unánime, o sea que tres de cinco han recibido el reconocimiento mayor o menor de lo que queda de la cátedra, que hoy el graderío de Las Ventas parecía la ONU en su buena época. Y decimos cinco porque el segundo, Ventolero I, número 35, fue puesto a disposición del negociado de Florito en virtud de la exhibición del trozo de trapo verde. Hay que ver lo que se hacen de rogar a veces los Presidentes para poner fuera a un toro y hay otras que parece que tuvieran un muelle en el brazo, de rápidos que son. Hoy don Trinidad López-Pastor Expósito, asesorado en la evaluación veterinaria por don Renné Alonso y Menéndez, tardó en sacar el trapo verde menos tiempo del que emplea un cura loco en persignarse, sin echar cuentas de que todos los que no éramos de los de la ONU, habíamos ido a Las Ventas, desafiando la canícula y poniendo en riesgo nuestras vidas, a ver la corrida de Partido de Resina y bien nos merecíamos que hubiesen demostrado un poquito más de comprensión hacia las condiciones del precioso ejemplar que han mandado a la húmeda mazmorra donde una ominosa puntilla habrá puesto fin a su vida, que lo mismo la cosa no era tan grave como parecía viendo los ánimos y la arrogancia con los que Ventolero I marchó del redondel.
La cosa es que pensamos que Partido de Resina se merecía un cartel con otra terna, con una terna que no sumase quince festejos el año pasado de los cuales diez iban en el saco de Sánchez Vara. Hay innumerables toreros en el escalafón, de los que andan entre las veinte y las treinta corridas, que son los que la empresa debería haber ajustado para vérselas con los toros de Villamanrique de la Condesa para buscar un mínimo de lucimiento del ganado y de los actuantes, porque no estamos hablando del Cura de Valverde, que estamos hablando de los antiguos Pablo Romero con los que triunfaron desde Manolete hasta Bienvenida, desde Belmonte hasta Ordóñez, desde Paco Camino hasta Luis Miguel, y bajo ningún concepto se debe pensar que al hablar de Pablo Romero hablamos de alimañas sino de toros con una notable personalidad, un desafío que debería ser obligatorio para cualquiera que pretenda ser algo entre las gentes de coleta (aunque sea postiza).
Además de Sánchez Vara, vestido de gris plomo y oro, de quien hemos hecho referencia antes, hicieron el paseo bajo un calor omeya Marc Serrano, gris perla y oro, y Miguel de Pablo, canónicamente vestido de blanco y oro como corresponde a quien viene a confirmar la alternativa que le dio Miguel Abellán el año pasado.
Volvamos a la suerte de la que hablábamos antes, que el toro más complicado de la tarde, Garrofero II, número 27, el que más netamente tenía que haberle tocado a Sánchez Vara, le tocó a Miguel de Pablo, demasiado bisoño como para andar de manera solvente con las ecuaciones que el de Partido de Resina le proponía. El toro acudió con presteza al cite de Antonio Manuel Martín, y esto de su prontitud al caballo es una nota común a toda la corrida, para recibir una vara bien puesta y empujar con ganas hasta que se harta y sale suelto. La segunda vara la tomó al relance y cuando se vio en la misma tesitura que en la anterior, hizo lo propio volviendo grupas; luego, tras sacar literalmente de la Plaza a De Pablo, se echa él solo hacia el caballo y vuelve a salir suelto y finalmente se vuelve a ir él motu proprio al caballo, dejándose pegar en esta cuarta entrada. La cosa de las banderillas, según el guión previsto en estas corridas de toreros modestísimos, finaliza con cuatro banderillas en la espalda del toro, tres en el suelo y una que pasa directamente de las manos del peón a las del chulo de banderillas (chulo de barquillos en honor a la vestimenta que luce). La carta de presentación de Miguel de Pablo fue su denodada decisión y, si se quiere, su arrojo pero las condiciones duras y complicadas del toro nunca encontraron enfrente la decisión de una muleta dominadora ni de una lidia. Mata de una estocada trasera, tendida y atravesada y descabella muchas veces.
El segundo es Ventolero I, expulsado del ruedo por precipitada decisión presidencial y remendado con el famoso Madrino, número 92, de San Martín, que ya estuvo de sobrero en la corrida de Victorino del Domingo de Ramos, el día 14 de abril y muchas otras tardes. Por fin conocimos a Madrino, tras tanta espera, y la verdad es que al lado de los pablorromeros decepcionaba ver a ese toro feo, largo como un perro salchicha, ensillado como una vieja borrica de huerta. En la primera vara Juan Miguel Sangüesa le pegó con ahínco; en la segunda, el toro se le vino cuando Sangüesa estaba tratando de aparcar el penco. Tras un buen par de Miguel Martín ahí se va Marc Serrano a por el San Martín y va construyendo un trasteo a mejor, que no llega al tendido, a despecho de las ásperas condiciones del toro que no da nada. Bien es verdad que el inicio de la faena parece deslavazado y como sin ideas, pero poco a poco Serrano se va creciendo y comienza a plantear el cite de manera muy pura y a aguantar con entereza la complicada embestida de Madrino, dejando una óptima impresión. Mata muy mal, quedándose en la cara, y recibe un aviso.
Sánchez Vara se va hacia chiqueros y allí, más allá de las rayas se hinca de hinojos para dar una larga de rodillas de ésas que ahora se estilan y luego enhebrar un par de verónicas a Cometero I, número 14, que era un tratado de morfología taurina, de armonía, de belleza, de trapío, de seriedad y de clase (en el sentido de high class). Y luego, ahí está Cometero I echándose con alegría y prontitud al penco sobre el que cabalga Navarrete el Chico que agarra un buen puyazo mientras el toro empuja hasta que el peonaje consigue sacarlo; de nuevo se arranca con prontitud al caballo recibiendo esta vez un puyazo trasero. Sánchez Vara se empeña en poner banderillas sin que nadie se lo demande, pues de sobra es conocida su habilidad con los rehiletes. Con los peones en plan “gorrillas” a ver dónde le ponen el toro, el de Guadalajara perpetra tres cuarteos ventajistas y faltos de arte, clavando a toro pasado, siendo el tercero en la modalidad del violín, que más parecía aquello un guitarrón de mariachi. Luego, lo de la suerte que decíamos antes, que ese top model de toro no era para el toreo chabacano, toreo de alpargata, de Sánchez Vara. Con lo bien que él hubiese estado con el malaje de Garrofero II, le fue a tocar éste. El diestro trata de vender su cosa épica, cuando de lo que se trataba era de torear y luego, perfilado desde bien afuera, se abalanza a cobrar una estocada entera atravesada. Luego se pega una vuelta al ruedo, porque le da la gana y porque algunos amigos le animan.
En cuarto lugar sale Zapaterao I y ahí tenemos a Marc Serrano a dar la larga de rodillas frente a chiqueros, segunda de la tarde. Israel de Pedro recibe la acometida del toro y le hace la suerte del señor Atienza, el toro sale de la suerte y por su propia iniciativa se vuelve a echar al caballo, con lo cual considera don Trinidad que esa dualidad de vara ha servido para cumplir lo reglamentado y, en consecuencia, cambia el tercio. Brinda Serrano al público, sin mucha convicción, entre las rayas, frente al 9 y trata de exprimir el jugo que le pueda sacar al toro a base de ir muletazo a muletazo hasta que el animal ya no pasa. Se enfanga de nuevo con la espada.
La larga que recibe Ventolero, número 33, no es frente a chiqueros sino en la separación de 9 y el 10, en el tercio, mucho más ajustada a lo que siempre ha sido ese lance de novillero con ganas. Le cuesta una barbaridad a Sánchez Vara sujetar al toro con el capote, pues en cada lance se le va suelto. Ahora le toca picar a Navarrete el Viejo, que no tiene la más mínima gana de que se le venga el toro y remolonea lo que puede hasta que Ventolero se arranca con alegría y Navarrete lo pica como puede, más mal que bien. El toro se va suelto. En la segunda vara, Navarrete agarra la vara de detener si fuese la caña de un jubilado pescador de barbos en el estanque de la Casa de Campo, el toro se va con alegría de nuevo y empuja hasta que lo sacan y así Navarrete puede dar por finalizada su poco edificante labor.
Volvemos a lo del aparcamiento del toro, con los peones en el papel de los vigilantes de la ORA y con Sánchez Vara a la carrera y a su manera, siendo el tercer par de dentro hacia afuera, pero igual que los otros. La buena noticia es que clava las seis banderillas. Y de nuevo ahí tenemos a Sánchez Vara dándonos otra ración de morcilla patatera, de vino de pitarra, de agua en botijo, de capachos de esparto, de toda esa evocación rural que tan cara nos es, vendiendo de nuevo su propuesta épica donde tendría que haber sólo toreo, retando al público a hacerle caso a base de mirar al tendido, resaltando sus dificultades cuando el toro no presenta grandes dificultades. Digamos que medio enjaretó un par de naturales hacia el final para quien los quiera, que lo mismo fueron cuatro. Otro toro con mala suerte.
Y el sexto, el quinto Partido de Resina, Flamenco, número 26, un Monumento Nacional al toro de lidia, seriedad de catedrático de los de antes de que llegasen los PNN. Acude con franqueza y alegría al capote y luego acude con prontitud al arre de Miguel Ángel Herrero, que clava donde puede y luego rectifica; acude de nuevo con disposición a la segunda llamada, dobla las manos y se deja pegar. Un buen par de Sergio Aguilar, sobrio cuarteo, y Miguel de Pablo comienza su trasteo sin fiarse, moviéndose, sin rematar el pase, pues el torero está echando a andar en cuanto pasa la cabeza del toro. Corre mucho y la cosa no cobra vuelo. A esas horas todo el pescado está vendido.
Antes de romper el paseíllo se guardó un minuto de silencio por ese gran jinete y picador de toros que fue Anderson Murillo. El mejor homenaje que se le podría haber hecho hoy, mejor que el del silencio, hubiera sido el esforzarse los varilargueros en hacer la suerte, en picar conforme a las normas del arte. No pasó. Por fortuna nos queda el recuerdo imborrable de ese caballero vestido de oros dando el pecho del caballo, el cite alzado sobre los estribos, levantando la vara agarrada por el centro, dando espuelas, dejando la puya en la yema y midiendo el castigo. Que la tierra le sea leve.
Andrew Moore
El Animal
Más Bello
Del Mundo
El vals de las mariposas
Sánchez Vara, de gris plomo y oro
Estocada y descabello (petición y vuelta con protestas)
Pinchazo hondo y cinco descabellos. Aviso (saludos)
Capotazo
Banderillazo
Muletazo
El Hombre Que Mató a Cazarrata
Miguel de Pablo, de blanco y oro
Estocada atravesada y cinco descabellos (silencio)
Pinchazo y media (palmas de despedida)
Toro sin suerte
Marc Serrano, de gris plomo y oro
Dos pinchazos y estocada defectuosa. Aviso (silencio)
Dos pinchazos y dos descabellos. Aviso (silencio)
demasiado bisoño como para andar de manera solvente
con las ecuaciones que el de Partido de Resina le proponía
Otro toro sin suerte
Guernica a la de una
Guernica a la de dos
En memoria de Anderson Murillo
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