Y es que en el pasado había rechazado ofertas similares, ya que se considera un pintor de estudio, más intimista, por lo que proyectar la ilustración de la plaza a gran escala era una responsabilidad que va en consonancia con la majestuosidad de este magnífico escenario, ahí donde la piedra es pura historia monolítica, rotunda, con más de dos mil años a cuestas.
Desde Semana Santa, el pintor nacido en Cali y afincado en Europa hace más de 25 años, fue a mirar con lujo de detalle los muros, el ruedo, las tablas, y todo aquello que envuelve un escenario tan peculiar, ahí donde el gran Vincent Van Gogh pasó sus últimos años, rodeado de esa soledad que lo llevó a plasmar algunas de las obras más bellas de la etapa final, la definitiva.
Profesional y acucioso con todo lo que hace, Ramos identificó la forma y el concepto de lo que debía plasmar, y aunque hasta ahora sólo ha desvelado algunas pistas a través de su cuenta de Instagram, todo apunta a que esta obra de arte, que tendrá una efímera duración de tres días, será trascendente en su carrera.
La visión de Diego Ramos es muy particular, pues su esencia colombiana, sumada a su conocimiento del arte europeo, y a la infinidad de vivencias adquiridas en España y Francia alrededor del toro, serán decisivas para hacer una rememoración de lo que el arte del toreo significa en términos artísticos y culturales.
De esta guisa, su obra será una expresión salida desde lo más profundo de su sentimiento para dar cauce a un fin de semana cargado de expectación, generada, en buena medida, por el esperado regreso a los ruedos de Alejandro Talavante, un torero que, estoy cierto, viene a ofrecer la mejor etapa de su vida en los ruedos, cargado ahora, como Diego, de un reto mayúsculo: trascender en su arte.
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