la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 20 de septiembre de 2009

TAUROMAGIA POR GUILLERMO SUREDA (II)


EL TOREO Y SU TÉCNICA (II)
( Rafael “El Gallo” dijo: “Cada torero debe ir a la plaza a decir su misterio”)
(Un día le dijo Frascuelo a Lagartijo: “Rafael, tú eres el mejor torero que yo he conocido. Por ti me quito yo la montera y no me quito la cabeza porque la necesito para torear.”)
LAS CONDICIONES ESENCIALES

Hemos de hacernos ahora una pregunta, concretamente esta: ¿Ser torero ha sido siempre lo mismo, es decir, ha significado siempre, a lo largo de la historia taurina una misma cosa? Permitid que no haga sino plantear esos interrogantes, bajo promesa de aclararlos en otra ocasión.
Ahora sólo diré que el torero, en general, se amolda al gusto de la época que le toca vivir. De modo que la profesión de matar toros ha tenido distinto significado a través de los tiempos. Se trata, pues, vista su distinta significación, de aclarar cuáles son las cualidades y características esenciales que se necesitan para ser, en la actualidad, un torero de alto rango. Veamos ahora eso.

En efecto, el toreo ha progresado, pero ¿ha mejorado? No se olvide que el concepto del progreso es espacial, aunque vulgarmente se le dé un significado claramente valorativo. Esta interrogación ha de quedar intacta, como una tentación de primer orden. Lo que sí podemos decir, sin temor a equivocarnos, es que al torero moderno se le exigen unas condiciones y cualidades muy determinadas, las cuales son, por otra parte, muy esenciales. A mi juicio, las siguientes:

Valor, inteligencia, personalidad, y capacidad estética o arte. No creo que, en este sentido, haya grandes discrepancias. Las habría, en cambio, si cada uno tratara de valorarlas según criterios personales. Por tanto, yo me limitaré a decir mi particular parecer, lejos de todo dogmatismo y de toda intransigencia. Estoy dispuesto a rectificar esa escala de valores cuando sea necesario.

Pongo en primer lugar el valor. Pero, entiéndase bien, el valor necesario para estar “a gusto” ante la cara del toro, el valor que cabe exigirle a un torero –a todo torero- para que sea capaz de torear con la suficiente honestidad.
El torero, en líneas generales –y sobre eso habría mucho que hablar-, no tiene por qué estar en situaciones límite, al borde de la cornada, y la historia del torero está llena de toreros suicidas que no han llegado nunca a alcanzar un tono torero elementalmente decoroso.
Lorca, tal vez exagerando un poco el tema, dijo esto: “El torero que asusta al público en la plaza con su temeridad, no torea, sino que está en un plano ridículo , al alcance de cualquier hombre, de jugarse la vida".
Pero el valor, del que luego hablaremos, es el pedestal sobre el que se basa todo lo demás, es decir, todo, absolutamente todo el “arte” del toreo. Porque sin ese valor a que hago referencia –el necesario y basta- ni hay arte taurino y ni siquiera hay toreo. No se olvide.
Y, por de pronto hay que desmentir la afirmación que dice: “Yo no he conocido nunca a ningún torero que fuera valiente”, y afirmar todo lo contrario, o sea: nunca hubo un gran torero que – por lo menos en determinadas ocasiones no fuera valiente.

(Rafael Ortega, supremo en la suerte suprema)
En segundo lugar hay que situar ese binomio inteligencia-intuición, tan difícil siempre de separar, pero mucho más en el mundo de los toreros.
Torear es vencer racionalmente el poder de la fuerza bruta. Torear, como genialmente ha dicho Domingo Ortega, es llevar al toro por donde no quiere ir.
Para ello hace falta inteligencia, ya que ella nos facilita el cuándo, el por qué, el cómo, y el dónde se da cada pase, en una palabra, lo que podemos llamar el conocimiento de los toros, de las querencias y de las suertes. Pepe Bergamín ha escrito lo siguiente: “El torero no se disfraza de torero; la inteligencia no se puede caracterizar. El traje de luces del torero es emblema de pura inteligencia: porque es cosa de viva inteligencia torear.”

En efecto, un día le dijo Frascuelo a Lagartijo: “Rafael, tú eres el mejor torero que yo he conocido. Por ti me quito yo la montera y no me quito la cabeza porque la necesito para torear.”

Y el ya citado Ortega ha dicho varias veces que el problema esencial del torero es pensar ante la cara del toro. Lo cual, en el fondo, es un canto al valor y a la inteligencia. Porque si se piensa ante la cara del toro, es porque se tiene el valor para pensar ante ella; y si se piensa ante ella, es porque se tiene inteligencia para pensar.

En tercer lugar, cabe colocar una cualidad esencial, no solo para torear, sino para toda manifestación artística, especialmente si se realiza de cara al público: la personalidad.
En efecto, aunque, a mi juicio, en su nombre se cometen muchos y grandes desafueros e injusticias, la personalidad es imprescindible para todo aquel que quiera arrastrar una masa de aficionados, proclamar una bandería y llenar las plazas de toros.
Eso es cierto, pero ¿y para ser buen torero?
En la biografía de Juan Belmonte que escribió Chaves Nogales --gran libro en todos los sentidos--, se dice del propio torero: “Para mí, lo más importante de la lidia, sean cuales fueren los términos en que el combate se plantea, es el acento personal que en ella pone el lidiador. Es decir, el estilo”.

Pues bien, el estilo, sin duda alguna, lo da la personalidad. Y se ha dicho, creo yo que con auténtica justicia, que el arte consiste ante todo en evitar los modelos, aunque mejor hubiera sido decir “las copias”, “los plagios”. Solo así se libera el arte, y el del toreo sobre todo, de su mayor enemigo: la monotonía.

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que quien quiera ser fiel a sí mismo, quien quiera gozar de una suerte de eternidad artística, tiene que hacer un esfuerzo para seguir la voz de los postulados personales –si es que los tiene, claro está—hasta lograr, por encima de modas y de modos –más aún, creándolos, si ello es necesario--, una auténtica y genuina personalidad.
Cada torero ante su propio yo, debe ser de un sinceridad absoluta. Rafael “El Gallo” dijo lo siguiente: “Cada torero debe ir a la plaza a decir su misterio”.
La frase no sólo es bonita, sino que encierra una gran verdad artística. Por eso mismo lo que en un torero resulta bueno y, por consiguiente, elogiable, puede ser censurable en otros, cosa que ocurre con harta frecuencia.
Vuelvo a Federico García Lorca. En su famosa conferencia “Teoría y juego del duende”, dice lo siguiente: “España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la llegada de las primaveras, y su arte está siempre regido por un duende agudo que le ha dado su diferencia y su calidad de invención.”

Y Tierno Galván, poco sospechoso de reaccionarismo, dice del torero: “Al torero se le llama “artista” en el sentido creador de la belleza, y, desde luego, lo es, teniendo plena conciencia de que la figura y la dignidad plástica prestan al lance un peculiar estilo que elevan la lidia al máximo de expresión estética; belleza y galanura ante la muerte, ¿cabe tema estético de mayor vitalidad?.”
Pues bien, no se trata ahora de entrar en una polémica conmigo mismo sobre si el torero es un artista o no. Yo pienso que en parte sí y en parte no. Pienso que lo es, en cuanto, en efecto, crea belleza; pienso que no lo es, en cuanto dicha creación está absolutamente codificada, y cae en el pecado, casi ineludible, de la repetición.

Pero dejemos ahora eso. De lo que se trata es del que torero trate de ser, cada tarde, un creador de belleza Habremos pues de hablar de estética. Y, también, claro está, de sentimiento, sin el cual dicha estética se convierte en neoclasicismo de escayola….

En esa estimativa del toreo, en ese estudio de los valores toreros, las cosas no son tan sencillas como parecen a primera vista y, en ocasiones, se complican e imbrican unas con otras. Mas nadie podrá poner ningún reparo a esto: se trata de hacer las cosas:

a) Con Valor
b) con inteligencia
c) con personalidad
d) con estética
Lo demás, todo lo demás, viene como añadidura.


















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