El toro, naturalmente, esa es la base de la Fiesta, ahí está el detalle, como diría el taurinísimo Mario Moreno “Cantinflas”, y lo peor es que el detalle existe. El infinito…..quién sabe dónde está, pero en su búsqueda, desde el toro, suspiraremos por alcanzarlo. Ya se sabe que “para llegar el tejado hay que mirar a la luna.”
¿Y “el toro” a dónde mira? Desparramando algo la vista anda el mundo profesional. No son pocas las veces que las crónicas nos relatan el escaso trapío de las reses que se lidian y la sospecha de su falta de integridad, con el consiguiente menoscabo a la mismísima esencia de la corrida, la vulneración del legítimo interés de lo espectador, y el quebranto de la buena imagen de la Fiesta.
Surgen voces que claman a la organización taurina, ante la situación de crisis, que es llegado el momento de organizarse colegiadamente e invertir en favor del espectáculo taurino, al igual que lo hacen esas otras instituciones profesionales deportivas para promoción de sus espectáculos y defensa de los intereses que las sustentan. Pero parece ser que la supuesta inversión de determinados elementos del mundo del toro es destinada a su degradación, precisamente, con prácticas contrarias a lo que representan los auténticos valores de la fiesta brava.
Ante estos hechos, la sorprendente aceptación de los públicos va pareja a su falta de percepción de lo transcendente que supone la lidia de un toro bravo, de similar actitud social al conformismo popular adoptado ante decisiones perniciosas, por defraudadoras, en el ámbito político.
Así que ¡todo vale!.... cuídalos que son muy buenos, los “paganos”, dicen algunos pillos. Sí hombre, sí, pero cada vez va menos público a los toros ante el espectáculo decadente que se ofrece en demasiadas ocasiones. De esto me quejaba algunas veces ante mi amigo Manolo Cano, y me respondía tras la bocanada de su “montecristo del 4”: ¿Y por qué ha de ir la gente a los toros, Juan mío?
Sabido es que la natural condición humana ofrece a veces, en todas las actividades, su lado oscuro, pero siempre se le ha hecho frente para impedir que prevaleciera. Ahora, la sensación es que se ha perdido la batalla y se trata de imponer la mentira sobre la verdad.
Y de la Autoridad ¿qué..?, pues de la Autoridad ¡ná! También desparramando la vista, como en la vida misma. Algún analista afirma que si en España existiera en la actualidad un real sentido de la autoridad y de la justicia, quizás, los toros tendría que volver a ser corridos por las calles y las plazas destinadas a fines cautelares, y algunas con el cartel de “No hay billetes”.
¿A qué viene tanta permisividad de la autoridad ante la picaresca, y ante la infracción? No será por la falta de normativa legal, que lleva camino de instaurar una para cada plaza. Además innecesaria a todas luces, cuando el aspecto más importante de los reglamentos consiste en su correcta aplicación. Más que reformas o proliferación requieren cumplimiento. Por el contrario su quebrantamiento supone una burla cuando resulta inoperante en la sanción y ante el fraude.
Razón tenía Don Gregorio Corrochano cuando afirmaba que “un nuevo reglamento no defenderá ni regenerará la Fiesta, si no están dispuestos a regenerarse quienes han sido causa y culpa de la degeneración”.
Ay la autoridad, su parte alícuota proporcional de responsabilidad en “la degeneración” la comparte gentilmente con algunos abanderados de la dignidad y la ética profesional que desde importantes tribunas no solo ejercen en connivencia con los intereses ilegítimos de los principales causantes, hoy tan de moda, como cronistas de cámara en su favor, sino obrando con omisión y perversión informativa contra otros profesionales de reconocidos méritos y triunfos, sobrepasando la confianza del medio y con desprecio al lector y al aficionado. Eso sí, invocando la dignidad, el honor y, en algún caso, hasta la estirpe. Y lo peor es que, al parecer, alguno no esta dispuesto a regenerarse, tampoco es de esperar que así sea, contumaz, sin ver al toro y mirando....al infinito.
Pues sí, nos echamos a este inmenso ruedo de la red como un colectivo ilusionado y alegre, deseoso de comunicación con el aficionado, con sincero ánimo de sencilla aportación a la información, fomento y divulgación de la fiesta brava, y con afán de servir a la historia, pureza e integridad de este patrimonio común de los españoles que constituye nuestra Fiesta Nacional.
Confiamos en mostrarnos desde la humildad y el respeto, con reconocimiento y gratitud a todos aquellos que conforman el mundo taurino, a los que con su esfuerzo y sacrificio contribuyen al mayor prestigio de la Tauromaquia; ahí estaremos, y nunca con los atenten contra ella o la denigren, ahí seremos beligerantes.
En fin, con el toro y por el toro; del toro al infinito....y a lo que embista.
Cuanta razón y cuanta cultura taurina desborda Juan Lamarca. Sin el detalle no puede existir el resto. Sin el toro bravo, no hay toreros, ni ganaderos de reses bravas, ni apoderados, empresarios taurinos, informadores taurinos, reportajes, Fiesta, feria, etc., etc.. Pero lo peor aún es que sin la Fiesta, el toro bravo se habría extinguido. No creo que los ecologistas, ni la gente que ama a los animales les gustara ver al toro bravo solamente en los zoológicos, o en algún documental de la 2.
ResponderEliminarEl toro es lo sublime y el torero lo eleva a arte.
Estoy contigo Juan, que la continuidad del toro bravo y su entorno depende principalmente de los que lo amamos, y lo principal es el RESPETO, sí, todos, y empezando por los toreros, tenemos que ser serios, honestos con la filosofía del encuentro entre ambos, el toro y el torero, porque lo que trascienda de ese encuentro va a regir sobre el resto. Si el torero se prepara física y psicológicamente y le pone pasión en el ruedo, anteponiendo el toro ante todo, lo demás viene solo. Si el torero respeta al Toro tal y como es, sin maquillajes, ni menoscabo de su esencia, los ganaderos trabajaran para criar ejemplares auténticos, con bravura, nobleza y presencia. Si el torero no está dispuesto a enfrentarse al toro en el ruedo de tú a tú y sin abusar del castigo, entonces dejaría de ser torero y pasaría a ser otra cosa. Pero nunca torero, respetemos el arte de torear. Partiendo de esta base, lo demás viene rodado. Los empresarios no deberían aceptar a ganaderías y "matarifes de ruedo" en espectáculos taurinos de primer orden que no reunieran esa base taurina. Todo lo demás serían "charlotadas".
Todo ello redundaría en un espectáculo más auténtico. Donde el fraude no entraría y por consiguiente el espectador no se sentiría defraudado y acudiría a la Fiesta, al Acto, a la Interpretación de una Historia de Amor entre el hombre y el toro bravo, donde el hombre arriesga su vida y lo hace con todo el dolor de su alma, viéndose obligado a matarlo para que siga viviendo. Y para ello, lo hace de frente, mirándole a los ojos, con respeto y amor. Qué paradoja, para salvarlo de su desaparición, de la muerte de su existencia generacional, tiene que ir matándolo de uno a uno, frente a frente, amándolo y si hay amor, hay respeto. Y gracias a ese sacrificio que hacen tanto del toro como de su persona, el toro bravo no ha desaparecido como tantas otras especies. El toro bravo sigue vivo.
Yo por otro lado,y partiendo de la base de todo lo anteriormente expuesto, abriría miras y no pondría trabas a la evolución del arte de torear. Pero dicha evolución no quiere decir que valga todo, no, sino que prestemos atención a aquello que puede añadirse o cambiar de la Fiesta, sin dañar su esencia. La ortodoxia no es buena para nada, la hace rígida, y lo rígido, todos sabemos, que se termina rompiendo. Y si se rompe, hemos perdido todos.