Un taxista
tomasista
y sus compinches hampones
secuestraron al poncista.
¡Qué cabrones!
Ya repuesto, dijo Toño:
“Pues ni aunque me maten, coño,
aplaudiré yo enganchones.”
Un taxista
tomasista
y sus compinches hampones
secuestraron al poncista.
¡Qué cabrones!
Ya repuesto, dijo Toño:
“Pues ni aunque me maten, coño,
aplaudiré yo enganchones.”
A las cuatro en punto de la tarde el tiempo no impidió que hicieran el paseo el ya mencionado tlaxcalteca, el regio vástago de Manolo Martínez y el granadino Fandi, para despachar otro encierro parchado, esta vez de Garfias y San Isidro.
De primero hizo Agradecido, un sanisidro cárdeno que fue protestón en el capote pero que dejó estar de ahí en adelante al chaparrito apizaqueño. Debemos reconocer que Rafael le puso valor al asunto, pues alegremente invitó al Fandi a banderillas, que es más o menos como si nosotros invitáramos a Camilo José Cela a escribir parte de esta humilde crónica. La diferencia está en que el Fandi vive, y Cela no, y en que Ortega es un inconsciente, y nosotros no.
Apareció en tercer sitio el toro con el que se reivindicó San Isidro. Fue nobilísimo, con una clase extraordinaria, con recorrido además, y quizá solamente le faltó un muchito de fondo y de casta para ser un bicho superior superiorísimo. Se quedó en muy bueno, sobre todo para el torero, aunque no tanto para el ganadero. Se llamó Guadalupano, fue negro y paliabierto y con él el Fandi hizo una faena portentosa de capote, banderillas, muleta y estoque, sin duda de dos orejas.
En cuarto lugar salieron simultáneamente Aniversario del toril y Ortega del hule. El garfieño fue un castaño ojinegro delanterito, de muy bonitas hechuras, pero incómodo, rebrincado, corto y complicado, que comenzó con raza y terminó soso. Pasó con una vara, fue pareado por su matador y tras una faena insulsa recibió una entera y dio el segundo varetazo en el pecho al toreador de Tlaxcala.
Se llevó Manolo en quinto sitio a Malagradecido, negro entrepelado cornalón, que al igual que sus compadres de Los Cués echó las manos por delante, rebrincó, se puso pesado y fue malo, malito. El torero, hay que decirlo, del padre tiene el nombre, pero no perdió los papeles y supo estar en la plaza. Lo mató de una entera.
Y para cerrar salió el garfieño Payasito, castaño aldinegro y playero, que no dejó estar al andaluz como su primero, salvo en banderillas, donde ni un cebú le gana al tío.
Como nota final y en el marco de los ataques al buen gusto que mencionamos al comienzo de esta crónica, consignemos que en el callejón de la plazota se paseaba muy orondo el matador de toros Alberto el Cuate Espinosa, vistiendo una camiseta del Monterrey.
Qué asco.
Fuente: JoséMaría Moreno Bermejo
tomasista
y sus compinches hampones
secuestraron al poncista.
¡Qué cabrones!
Ya repuesto, dijo Toño:
“Pues ni aunque me maten, coño,
aplaudiré yo enganchones.”
Berrinches taurinos
del tío Vinagres
Bajo este seudónimo escribe Gabriel Lecumberri
Trece de diciembre del 2009
El fin de Carreño.
Sin previo aviso y sin que haya mediado la menor de las prudencias a las que obligan la educación y las buenas costumbres, el peladaje local, más igualado que nunca, tomó el rumbo de los acontecimientos en esta semana negra que hoy concluye y que por fin y por fortuna es a estas horas arrastrada por las mulillas hacia el desolladero de la ignominia.
del tío Vinagres
Bajo este seudónimo escribe Gabriel Lecumberri
Trece de diciembre del 2009
El fin de Carreño.
Sin previo aviso y sin que haya mediado la menor de las prudencias a las que obligan la educación y las buenas costumbres, el peladaje local, más igualado que nunca, tomó el rumbo de los acontecimientos en esta semana negra que hoy concluye y que por fin y por fortuna es a estas horas arrastrada por las mulillas hacia el desolladero de la ignominia.
No hay ya respeto a la sangre azul ni a los blasones, y el sistema de castas, tan funcional antaño, permite ahora que escapen por sus resquebrajaduras los más esperpénticos saltapatrases de la actualidad nacional.
Así las cosas, en estos días nos topamos en la tele, en los diarios y hasta en la sopa con las feas imágenes de Martí Batres que, estamos seguros, practica la antropofagia, y de la Barrales, que ya no tiene aviones pero le quedan escobas, defendiendo ambos a capa y espada a la no menos espantosa Brugada en su toma de posesión.
En los espectáculos, y para deleite de la plebe inmunda, hubo final de futbol, el juego de pelafustanes por excelencia y, encima, Rafael Ponfilio debutó en el Blanquita y se presentó en la temporada grande su tocayo Ortega. Qué asco. Por si todo eso fuera poco, nos falta aún decir que la delincuencia callejera alcanzó al prócer del poncismo.
Un taxista
tomasista
y sus compinches hampones
secuestraron al poncista.
¡Qué cabrones!
Ya repuesto, dijo Toño:
“Pues ni aunque me maten, coño,
aplaudiré yo enganchones.”
A las cuatro en punto de la tarde el tiempo no impidió que hicieran el paseo el ya mencionado tlaxcalteca, el regio vástago de Manolo Martínez y el granadino Fandi, para despachar otro encierro parchado, esta vez de Garfias y San Isidro.
Los primeros, de estupenda lámina, con trapío y edad, y los segundos terciaditos, aunque luego vimos en el desarrollo de la corrida que la perchita no lo es todo. Pero vayamos por partes.
De primero hizo Agradecido, un sanisidro cárdeno que fue protestón en el capote pero que dejó estar de ahí en adelante al chaparrito apizaqueño. Debemos reconocer que Rafael le puso valor al asunto, pues alegremente invitó al Fandi a banderillas, que es más o menos como si nosotros invitáramos a Camilo José Cela a escribir parte de esta humilde crónica. La diferencia está en que el Fandi vive, y Cela no, y en que Ortega es un inconsciente, y nosotros no.
En la muleta, el toro no fue malo y el torero hizo lo suyo, pensando quizá que toreaba en Chalco, hasta que se tiró a matar, llevándose un pitonazo en el pecho, un revolcón de espanto y una cabezada entre ceja, nariz y oreja, que lo dejó turulato un rato. Turulato y todo, el hombre descabelló al primer intento y pasó después a la enfermería, entre aplausos.
Salió de segundo Tresluceros, de Garfias, otro cárdeno, magníficamente presentado, para el hijo de Manolo. El toro hizo cosas como de reparado de la vista hasta que, a media distancia, sintió al caballo y se arrancó como un tren, provocando el primer tumbo. Luego repitió, con todo y tumbo, y repitió, y repitió, para llevarse la sorprendente cuenta de cuatro varas cuatro, lo nunca visto en la temporada de la mansedumbre. Pero, mecachis con los peros, luego fue complicado y reservón, hasta que lo mandó al más allá Manolo de un bajonazo.
Apareció en tercer sitio el toro con el que se reivindicó San Isidro. Fue nobilísimo, con una clase extraordinaria, con recorrido además, y quizá solamente le faltó un muchito de fondo y de casta para ser un bicho superior superiorísimo. Se quedó en muy bueno, sobre todo para el torero, aunque no tanto para el ganadero. Se llamó Guadalupano, fue negro y paliabierto y con él el Fandi hizo una faena portentosa de capote, banderillas, muleta y estoque, sin duda de dos orejas.
Sólo que el juez le regateó una, y no vio nunca las cualidades de Guadalupano. Pero más allá de los retazos de toro concedidos, vimos a un Fandi con torería y arte, aunados a sus reconocidísimas facultades atléticas.
En cuarto lugar salieron simultáneamente Aniversario del toril y Ortega del hule. El garfieño fue un castaño ojinegro delanterito, de muy bonitas hechuras, pero incómodo, rebrincado, corto y complicado, que comenzó con raza y terminó soso. Pasó con una vara, fue pareado por su matador y tras una faena insulsa recibió una entera y dio el segundo varetazo en el pecho al toreador de Tlaxcala.
Se llevó Manolo en quinto sitio a Malagradecido, negro entrepelado cornalón, que al igual que sus compadres de Los Cués echó las manos por delante, rebrincó, se puso pesado y fue malo, malito. El torero, hay que decirlo, del padre tiene el nombre, pero no perdió los papeles y supo estar en la plaza. Lo mató de una entera.
Y para cerrar salió el garfieño Payasito, castaño aldinegro y playero, que no dejó estar al andaluz como su primero, salvo en banderillas, donde ni un cebú le gana al tío.
Tras una faena peleona, en la que volvió a ser el Fandi que conocíamos, lo pasaportó de tres cuartos traseros.
Como nota final y en el marco de los ataques al buen gusto que mencionamos al comienzo de esta crónica, consignemos que en el callejón de la plazota se paseaba muy orondo el matador de toros Alberto el Cuate Espinosa, vistiendo una camiseta del Monterrey.
No crean ustedes que se escondía.
Hasta daba entrevistas.
Qué asco.
Fuente: JoséMaría Moreno Bermejo
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