la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 19 de diciembre de 2009

MÉJICO: MANOLETE A LOS 64 AÑOS DE SU PRESENTACIÓN

MANUEL RODRÍGUEZ " MANOLETE"
Fotografía inédita del archivo del autor


MÉXICO
CONFIRMACIÓN, EN 1945,
DE MANUEL RODRÍGUEZ, “MANOLETE”.

Por José María Sánchez Martínez-Rivero

El Escorial, Dicimbre de 2009

Se cumplen 64 años de la presentación de Manolete en México en este mes de diciembre. Finalizada la temporada española y tras un breve descanso, marcha Manolete a México para confirmar su alternativa y presentarse ante la afición hispanoamericana.

Actuó, el diestro cordobés en América, en 53 corridas de toros en las principales plazas y en algunas de segunda categoría.
Cortó 42 orejas, doce rabos y 2 patas. Por el contrario recibió dos avisos.

Don José Flores “Camará”, apoderado de Manolete, firmó con los empresarios mexicanos contratos en los que se estipulaba que cobraría por corrida, el diestro de Córdoba, alrededor de 28.000 pesos y que la jornada de su beneficio (corrida de toros) sería íntegra para el torero.

Marcha Manolete a Lisboa antes de terminar octubre. Llevaba siete trajes de torear. El viaje iba a realizarlo en avión, un Clipper, pero no consiguió pasaje por lo que tuvo que hacerlo a bordo del barco “Marqués de Comillas” con rumbo a Curaçao y desde allí, en avión, a La Habana.

Viaja el día 9 de noviembre y también van en el mismo barco, Pepín Martín Vázquez, Angelete, Antonio Velázquez, el actor Armando Calvo y otros artistas.
El 19 llegó a La Habana y cuatro días después, en avión, Manolete emprende viaje a México. Le acompañan su apoderado don José Flores, “Camará”, su peón de confianza Alfredo David, el picador Luis Vallejo Barajas, “Pimpi”, y el mozo de espadas Máximo Montes, “Chimo”.

Desde el avión comienza a calentarse el ambiente de la presentación del Monstruo, ya que desde él, se transmiten, a la afición mexicana, unas declaraciones de Manolete. Al aterrizar el público mexicano lo recibe con entusiasmo.

K-Hito, en su libro “Manolete ya se ha muerto. Muerto está que yo lo vi”, Anaquel de “Dígame”, relata la llegada de Manolete a México:

“Manolete fue por primera vez a América, y más concretamente a México, en noviembre de 1945. Se le esperaba allí con extraordinario interés; un interés no despertado todavía por figura tauromáquica alguna, acaso, nadie.

La llegada de Manolete a México fue realmente apoteósica. Ocurrió el suceso el 23 de dicho mes, a las cuatro y media de la tarde. En el aeropuerto central lo esperaba una gran multitud, que aclamó al torero cordobés. Apenas Manolete posó sus plantas en tierra de México, le fue ofrecida una combinación típica de vinos y varias orquestas interpretaron música clásica mejicana y española.

En México creían que Manolete era un hombre con cara de pocos amigos. Al parecer el Monstruo en la puerta de la cabina vio en él la multitud, que expresaba su entusiasmo con gritos estentóreos, un muchacho espigado, elegante y risueño. Se trataba de un monstruo amable y simpático.

Cuando Manolete pudo sentarse en el automóvil que le había de llevar al hotel Reforma, una nueva ovación lo despidió, y en la puerta del hospedaje fue objeto nuevamente de tributos admirativos del público mexicano.

Manolete descansó aquel día, y al siguiente recibió a los periodistas. Diez entrevistas celebraron en él otros tantos reporteros de los principales diarios y semanarios, y todos aseguraron que Manuel Rodríguez era un hábil conversador, muy atinado en sus respuestas, fácil de palabra y un tanto filósofo en sus opiniones, que expresaba con gran serenidad de juicio...

La empresa de México puso a disposición de Manolete un magnífico automóvil para realizar excursiones y para que sirviese de él por la población...

El nombre de Manolete circuló intensamente por planas de anuncios y objetos comerciales. Un avispado fabricante construyó unos chupetes infantiles que llevaban en su goma la efigie de Manolete. Obtuvieron un éxito de venta grande.

Un constructor de muñecos que reproducían la silueta del torero cordobés puso diferentes precios a su mercancía. Los muñecos de Manolete sonriendo valían más caros...

“Como alarde periodístico, el diario “Esto” había destacado a dos de sus redactores, los señores don José Octavio Cano y don Adalberto Arroyo, a la Habana para esperar allí la llegada del Monstruo, rumbo a México. En el mismo avión en que iba Manolete ocuparon plaza los periodistas, y desde el aparato en vuelo se radiaron todos los detalles del viaje...
A bordo del avión, Manolete, en una cuartilla con membrete de la Mexicana de Aviación escribió estas líneas para ser radiadas:
“Volando cerca de México, saludo a la afición mejicana por conducto del periódico “Esto”.

De una entrevista del periodista mexicano Luís Suárez del Solar, celebrada con Manolete recién llegado a México, entresaco estos párrafos:
“La llegada de Manolete fue –ya lo habrán adivinado ustedes- lo que puso ese toque de sabor, de entusiasmo, de españolismo.”

El cuarto de Manolete era una romería. En la pequeñez del apartamento se movían 20 0 25 personas. Y hay que hacer señalar de una vez la amabilidad del torero cordobés. Agotado, fatigado por el largo viaje, por las horas metido en el avión, por la altura de México, tenía una frase amable, un apretón de manos, una “pose” fotográfica para todo aquel que se lo pedía. Con la camiseta abierta, la medalla brillándole en el pecho, la expresión amable, pero el rostro mostrando un terrible cansancio, Manolete estaba sentado en la orilla de la cama, mientras a su alrededor se movían dos docenas de personas.

Por fin, la gente empezó a desfilar, y suponemos que Manolete habrá logrado ponerse bajo la ducha. Todavía, un poco más tarde, tenía que ir a una cena. ¡Vaya inoportunismo de gente ofreciéndole una cena la noche de su llegada, cuando van a tener dos o tres meses para agasajarlo! Alguien le preguntó al torero: “¿Va a ir a la cena de es noche?” Y había que ver la cara con que él dijo que sí.

El paseo de la reforma -¡qué lindo se ve México después de haber estado lejos de él¡- prendía sus luces, y el famoso hotel Reforma destacó su aspecto imponente.
Allá dentro, en el cuarto 224, quedaba el hombre que acapara la atención de todo México, y que, al fin, ha llegado. Habrá que verlo dentro de dos semanas frente al toro.”

El periodista Don Neto describe el recibimiento que se le tributó en el aeropuerto:

“Manuel Rodríguez, Manolete, causó una gran expectación en México. Era un torero que traía una aureola tremenda de España porque había sido un figurón. Todos los toreros querían compararse con él. Cuando llegó corrí hacia la escalinata del avión con el propósito de ser uno de los primeros en entrevistarle y cual sería mi sorpresa que voy corriendo hacia el avión y de pronto siento un jalón. No tenía cable. El ingeniero se lleva las manos a la cabeza y nos quedamos mirando solamente a Manolete con Camará, con Algara y la cuadrilla y me tuve que esperar a que llegáramos a la sala de conferencias y ahí fue el primer contacto que tuve yo con Manuel Rodríguez. Pero insisto, la expectación era enorme. Era el torero de más fama en España y lo íbamos a conocer en México.”

Se aloja en el hotel Reforma. Para mantenerse en plena forma física Manolete entrena en Zacatecas en la ganadería de Torrecilla, propiedad de los señores de Llaguno, cuyas reses se habían de lidiar en su presentación.

La corrida se anuncia para el día 9 de diciembre. La expectación es enorme. La reventa hace su “agosto” en diciembre. Por una entrada de sol se llegó a pagar 50 pesos; por una de sombra, 100.

Los toros son de Los toros de Torrecilla, cruza con los auténticos toros españoles del Marqués de Saltillo.

Palco de contrabarrera con seis asientos 250 dólares. Barrera de primera fila, 35 dólares, General de sombra, 12.
Barrera de primera fila de sol, 20 dólares, General, 5. Precios altos para la época.
Alternan Silverio Pérez, padrino de la confirmación y Eduardo Solórzano como tercer espada.

Manolete, cargado de responsabilidad responde en una entrevista:

“Yo no creo que vayan a exigirme algo sobrenatural. Espero, con buena voluntad, demostrar que el toreo de España puede competir con el de México.”

Vestido de azul pálido y oro, corta la oreja y el rabo de su primer toro. En México si se otorgan los máximos trofeos solo entregan una oreja y el rabo.
Los medios de comunicación mexicanos dieron una inusitada importancia a la presentación de Manolete en la plaza de toros de la capital. Así lo reflejaron:

¡Y sonó la hora!
“Por fin, el reloj marcó las cuatro, y ante un ejército de fotógrafos que invadieron el ruedo, aparecieron en la puerta de cuadrillas: a la derecha, de rosa y oro, Silverio Pérez; al centro, de verde y oro, Eduardo Solórzano, y a la izquierda, de azul pálido y oro, Manuel Rodríguez (Manolete). Dejaremos ya la conocida figura del texcocano y la un poco olvidada de Eduardo Solórzano, para decir algo sobre la de Manolete. Alto, delgado, zambo, pálido y de larga nariz en un rostro de óvalo pronunciado. Una figura gótica. Caminó montera en mano y recibió una enorme ovación. Salió al tercio a saludar, y en seguida los aplausos fueron para los tres espadas. No hubo vuelta al ruedo. Tal vez por la nerviosidad en que se encontraba el público, no hubo una recepción más calurosa. Todo el mundo deseaba ver salir el primero de la tarde, y con ello satisfacer la curiosidad sin límites que se padecía. Todo eran rumores, y los ojos de todos estuvieron fijos en el torero de Córdoba, quien, al salir hacía el toro, nos hizo recordar los versos de Chocano: “Un pálido y mudo torero hacia el centro del ruedo avanzó.”

PRIMERO Y ÚLTIMO DE MANOLETE.

El primero de la tarde se llamó “Gitano”, de pelaje cárdeno nevado, listón y bien puesto de pitones. Chico de tamaño. Tardeó para embestir a los capotes de los peones y se refugió en toriles, y por fin, tras algunos capotazos de los banderilleros, Manolete instrumentó dos verónicas sin lograr quedarse con “Gitano”. Por fin consiguió recogerlo, y lo vimos veroniquear aguantando a pie firme y toreando de brazos. Sobresalieron dos lances y la media final, magnífica. (Ovación.) El tercio de varas se desarrolló en pleno desorden, tanto por la cantidad de gentes que capotearon como porque Manuel Rodríguez no respetó el turno, y después de la segunda acometida de “Gitano” a los picadores no dejó que Eduardo Solórzano interviniera. Además, permitió que el toro romaneara sobre un caballo sin jinete, sin demostrar ninguna preocupación por quitarlo. “Gitano” embistió dos veces más a los del castoreño, sin que hayamos visto en realidad sino un solo puyazo efectivo, dando muestras el de Torrecilla de estar un poco apurado de facultades. Una vez cambiado el tercio, Alfredo David dejó un par al cuarteo, saliendo perseguido y atropellado al brincar la barrera. Afortunadamente no hubo consecuencias que lamentar. El mismo David cerró el tercio con valentía. Después de que “el clarín ululó”, Silverio, empuñando muleta y estoque, confirmó la alternativa al torero más famoso de España. El abrazo no fue muy efusivo, y Manuel Rodríguez, después de obtener la venia de la autoridad, brindó a toda la plaza.

Con los pies juntos toreó alto con muletazos de telón, inmóvil. Siguió con un pase natural aceptable. Pero ante su aguante, ante su mando, pudo hacerlo revolver, y le vimos magníficos pases de la firma y algunas manoletinas, tan feas como siempre, aunque esta vez las hubiese ejecutado un inventor. Después vino el toreo circular, clásico y perfecto, en cinco pases naturales maravillosos, “tendido el brazo, guarnecido de oro”. Los vuelos de la muleta, lentos, precisos, giraron ante el toro y en derredor de este gran maestro, en cuyo honor se escuchó una ovación incontenible. Citó a distancias cortísimas, permaneciendo inconmovible, y ante esta demostración de sereno dominio, de tranquila grandeza, el público de México se entregó con gran entusiasmo. Vinieron después los muletazos por delante, esos muletazos de tirón flameando el engaño, esas etcéteras de las faenas que implican el agotamiento por dominio del tema que se desarrolló, siendo el punto final tres cuartos de estoque en todo lo alto, entrando con rapidez y rectitud. (La oreja, y el rabo. Y grandes ovaciones. Vueltas al ruedo.) Manolete demostró ser un formidable torero, que supo meter en su muleta a un toro huido al principio y aguantarlo más tarde cuando empezó a desarrollar temperamento.

LA COGIDA.
El quinto, “Cachorro”, negro listón, bien puesto, menos chico, huyó ante los capotes de los peones. Se trató de un manso. Por fin fue sujetado y Manolete, después de una verónica aguatando, al dar la segunda con el compás ligeramente abierto demostrando gran valor por la quietud de los pies resultó cogido. Fue un golpe seco. Por su propio pie se dirigió a la barrera, y de ahí fue llevado a la enfermería en brazos de los monosabios, en medio de la más grande expectación y nerviosismos del público. Para esto Silverio ya estaba en la enfermería a causa del puntazo recibido durante la lidia de su primer toro. Entonces Eduardo Solórzano nos dio la impresión de ser solamente un sobresaliente en un mano a mano en el que los dos matadores resultaron heridos...

Con este percance, muchas gentes dieron por terminada la corrida y abandonaron la plaza, pues sin Silverio y Manolete no queda interés alguno.”
Juan de Marchena.

Otro punto de vista:

LA FIGURA MÁXIMA DEL TOREO “MANOLETE” (MONSTRUO)
EN SU PRESENTACIÓN EN LOS RUEDOS AMERICANOS.

“Acontecimiento inusitado en el mundo taurino mexicano debuta, por fin, Manolete, alterna con él uno de los más sólidos valores taurinos de México, Silverio Pérez.
La vieja plaza de la ciudad de México resulta insuficiente para albergar a los miles de aficionados que se disputan el derecho a una localidad. La primera plaza de América, verdadero templo de la fiesta brava, parece rebozarse ante la inminencia de la presentación del diestro de córdoba.
Los viejos aficionados comentan que, ni con Gaona o Belmonte, Armillita o Chicuelo, hubo una expectación tan honda como esta vez. Se ha dicho tanto de Manolete, que todos hacen comentarios, discuten, opinan y sin conocerlo la pasión se desborda concediendo o negando méritos; pero discutiendo con pasión, con entusiasmo sin paralelo.
El público disputa la posesión de un boleto, pagando por ellos precios fabulosos en la historia de los toros en México. Tres días antes de la corrida, la gente pasa largas horas frente a las taquillas de la plaza. Los sitios en las largas colas que rodean al coso taurino, llegan a venderse a precios mucho más altos que el importe de las localidades.
El día de la corrida, centenares de aficionados presencian el sorteo de los ejemplares de la ganadería de Torrecilla que tendrán que lidiar Manolete, Silverio Pérez y Eduardo Solórzano.
Horas antes de empezar la corrida el público se arremolina frente a la plaza buscando acomodo. Sin distinción de posiciones o clases sociales los aficionados entran precipitadamente al coso. Nadie quiere perder la oportunidad de un buen asiento. Hasta los cojos corren buscando acomodo.
La entrada rompe todos los récords de la plaza de toros El Toreo. María Félix, actriz de la pantalla, es de las primeras en llegar. Sofía Álvarez está feliz en su palco de contrabarreras; en tanto que Paco Marqués informa a través de la radio a quienes no han tenido la fortuna de conseguir un sitio en la plaza.
En la puerta del hotel espera una multitud ansiosa de conocer al ídolo que se dirige a la plaza visiblemente nervioso. Se le ha hecho tanta publicidad que Manolete sabe que tiene que torear excepcionalmente para complacer al público.
El cartel lo forman Manolete, Silverio Pérez, ídolo de la afición mejicana, y Eduardo Solórzano a punto de retirarse para siempre de los toros. El paseo es una tempestad de aplausos que el público tributa, indistintamente, a Silverio y Manolete. 35.000 aficionados reclaman la salida de Manolete para agradecer la ovación, larga, cordial y entusiasta que hace estremecer la estructura metálica de la plaza de toros. El cordobés hace salir al tercio a sus dos alternantes compartiendo la ovación en un alarde de camaradería que le vale mayor ovación todavía. Es la de esta tarde una liza de caballeros listos a triunfar a toda costa.

El primero de la tarde salta al ruedo y Manolete, sin más trámite, se va hacia el toro. Quiso demostrar porqué se le considera el número uno entre los toreros de todas partes.
Cuatro verónicas imponentes rematadas con media excepcional. Un quite compuesto de tres verónicas rematadas con media que provocan el entusiasmo general.
Silverio confirma la alternativa al Monstruo en quien están fijas todas las miradas de una multitud entusiasmada que espera gozar con la primera faena de Manolete en México. El diestro de Córdoba brinda a todo el público.
Comienza con un estatuario escalofriante para seguir, sin probatura alguna, con la mano izquierda. Ayudados por alto y derechazos rematados con un molinete y cambio de mano, torerísimo, alejándose del toro con gran majestuosidad. Sigue con la izquierda, entre olés, dibujando tres naturales de cartel de toros. Nuevo cambio de mano y dos derechazos adicionales para rematar con cuatro naturales más.
Tres manoletinas en medio de prendas de vestir arrojadas por el público enloquecido; y después un alarde de maestría, poder y clase torera que no encuentran parangón en diestro alguno; por algo se considera a Manolete un torero excepcional, único, grande. En corto y por derecho media estocada en la misma cruz que le vale las orejas y el rabo de su enemigo. ¡Cómo ha toreado Manolete! ¡Qué maravilla de torero!
Si excepción 35.000 personas dan a Manolete la más cálida ovación en muchos años. En la mente de todos los aficionados queda firme la convicción de que Manuel Rodríguez, Manolete, es un torero de milagro.
Vuelta al ruedo paseando los trofeos, lenta, majestuosa, devolviendo prendas, y al final de la misma lanza al público el rabo de su enemigo. Saluda el diestro, otra vez, desde el centro del ruedo portando un ramo de flores que alguna admiradora le lanzó al anillo.”
“En el primer lance a su segundo, recibe Manolete, una cornada que interrumpe el prodigio del toreo bellísimo del diestro español. Se retira hacia la barrera apoyándose en su pierna derecha. Rápidamente, se brindan a Manolete los cuidados de los doctores Ybarra y Rojo de la Vega, dos eminencias médicas especialistas en percances taurinos. Al desbridar la herida se puede apreciar que, aunque profunda, no es esta una herida que ponga en peligro la vida del torero. Con todo cuidado se opera a Manolete afirmando los médicos que en término no mayor de 20 días podrá volver a los ruedos. La afición mejicana libera un torrente de felicitación. Miguel de Molina, Conchita Martínez, el ganadero y amigos del diestro herido reciben regocijados la noticia del optimista dictamen médico.”

El periódico La Afición, publicaba:

“Manolete se limitó a torear, pero con una personalidad, con una técnica, con un aguante y en un terreno que nos dejó convertidos en un montón de insensatos. ¡Qué torero! El toreo verdad, medido y justo, hermoso, emocionante, natural y sentido...

Novedades:

“De cuanto se vino diciendo de Manolete durante largos años, no hubo la menor exageración. Se presentó ante nuestra rendida admiración como un torero de cuerpo entero.”

Multitudes:

“Es un torerazo. Es el milagro de la torería. Ha nacido torero y torero es todo lo que hace. México ha consagrado a Manolete como el más grande de los toreros españoles.”

La Fiesta:

“Manolete constituye una cima artística.”


Excelsior:

“Nunca habíamos visto torear a un hombre con mayor naturalidad y clasicismo, con tal seguridad, aguante, profundidad y verdad como este Manuel Rodríguez Sánchez, arte, cumbre, genio.”

Don Neto dejó escrito:

“Realmente, la presentación fue una tarde hermosísima. Cuándo se abrió la puerta de cuadrillas y apareció la figura de Manolete hubo un ¡Ah!..., ver al Monstruo precisamente al lado de dos toreros mexicanos y cuando hizo el paseíllo todo el mundo, claro, vio la figura del cordobés que iba con los dos matadores.
El público estaba a la expectativa. Queríamos ver si era cierto todo lo que venía procedente de España. Sin embargo, cuando abrió el capote Manolete y dio el primer lance a la verónica lo vimos que era estatuario.
Somos el público mexicano de gran algarabía para que voy a decir que estábamos nosotros rezando viendo si triunfaba Manolete. Había mucha algarabía en los tendidos. Una ebullición completa, pero el respeto siempre de ver a Manolo cuando toreó con la muleta; silencio absoluto...
Torero de sentimiento porque el torero fuera de la plaza era muy sentimental Manolete. Torero de pundonor. Un torero que en su rostro reflejaba, precisamente, el sentimiento, el sufrimiento del torero. Y ese sufrimiento y esa ansiedad la demostraba en su toreo. Ése era Manuel Rodríguez, Manolete. Fuera un gran hombre, muy sentimental, dentro del ruedo, un gran torero, un torero muy sentimental. Ése era Manuel Rodríguez, Manolete.”

Dos años más tarde, en 1947, convaleciente en la clínica La Milagrosa (Madrid), habitación 105, de la cornada que recibió en la corrida de Beneficencia, Manolete se refería, en una entrevista, a las condiciones en que salió a torear el día de su presentación en México:

“Caí malo el día antes con una infección intestinal: una infección de espanto. Llegué a la plaza con más de 39 grados de fiebre y, angustiado por la idea de que en esta situación no podría hacer más que el ridículo. Ya en el callejón, en el momento que iba a salir con las cuadrillas me dieron una bebida de Piramidón, y yo no hacía más que pensar en España y en que me ayudara la Providencia: “¡Dios mío, quien estuviera en un avión a diez mil metros de altura, camino de España!” Porque aquél público, que había pasado toda la noche anterior alrededor de la plaza para sacar las entradas, y que entiende muy bien del buen toreo, en cuanto saliera yo, que estaba hecho un pelele, ¡me iban a linchar!.
Pero dio la casualidad que con aquel menjunge que me habían dao me bajó la fiebre, y me salió un toro grande, rebozao, con una cabeza muy bonita y muy aparatosa. Yo me fui a él con la capa y le di unos cuantos lances, que debieron resultar bien porque la plaza se volcó: aquel público rugía. Llegó la hora de los quites, que allí no practican los matadores con tanta minuciosidad como aquí, y tuve suerte y me lucí un poco más; ya cuando cogí la muleta y me fui al toro se estableció entre el público y yo esa corriente eléctrica que nos da seguridad: algo que yo sentía en mí, en mis nervios, en mi cerebro, en mi corazón. Tuve mucha suerte. Hice una de mis mejores faenas y ya el publico y yo éramos amigos. ¡Ya nos queríamos! Arranqué clamores y vivas a España, y para mí interior yo estaba gritando: ¡Viva México! Me dieron la oreja y el rabo... y tuve que dar más de cinco vueltas al ruedo entre aclamaciones delirantes y numerosos regalos que me tiraron. Después vino mi segundo toro, y al lancearlo muy apretado, me enganchó por la pierna, y por el dolor tan intenso que sentí creí que me había roto la femoral. En efecto: una cornada muy profunda y muy larga, en la cual pude quedarme. Lo que más agradezco de aquél público es que, después de mi cogida, no dejaron que volviera tocar la música. Miles y miles de espectadores esperaban mi salida de la enfermería de la plaza. Una fila de guardias con carabinas de esas que hacen llorar – y a los que supliqué que no emplearan, pasase lo que pasase – abrieron calle a mi camilla, y luego ¡no puedes imaginarte el gentío que se estacionó frente al hotel esperando noticias de cómo seguía!
A los mexicanos no los conocemos aquí: son muy buena gente, muy sentimentales.”

Manolete nos dice: “Me dieron la oreja y el rabo... y tuve que dar más de cinco vueltas al ruedo entre aclamaciones delirantes y numerosos regalos que me tiraron”.
Entre estos regalos figuraba un bastón de color cerezo claro, con el puño en forma de cabeza de tigre blanca, que la familia del diestro cordobés regaló, años más tarde, al escritor Antonio Gala. También una escultura, de medio cuerpo en madera.

Foto original archivo del autor.

Diciembre de 2009, en El Escorial.
José Mª Sánchez Martínez-Rivero.

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