José Ramón Márquez
Hoy, mientras en Valencia salían los adolfos, que el año pasado no los vimos porque nos los birlaron en Las Ventas mediante una prestidigitación impecable, en Madrid se daba una novillada de los hermanos Sánchez Herrero, ganadería de la Unión que hoy se presentaba en Madrid.
La corrida salió medio que sí medio que no, o sea que al que le guste la botella medio vacía, ya sabe que puede quedarse a eso. Yo me quedo con tres toros -es que lo de novillos no me sale después de lo visto en el redondel de la calle de Játiva- que estaban a falta de un mesecito para los cuatro años de edad, de gran seriedad y presencia. Y además cada torero sorteó uno de estos toros, para que no se quejen.
Con diferencia el mejor fue el sexto, Cajero, número 14. Le tundieron en varas lo que no está en los escritos. Javier Martín era el jinete que quería encontrar petróleo en las carnes de Cajero, que apretó hacia afuera en una vara infame, pero también aprobaron su paso por Las Ventas el primero Pitorro, número 7, y el quinto, Rodillero, número 15, siendo éste el que más se apagó de los tres.
El efecto que hace la contemplación de la seriedad de los toros sobre los de plata, los montados y los matadores es la mejor explicación de por qué los amos del escalafón quieren frente a ellos sólo bolitas de carne de breves pitoncillos y lenguas kilométricas. Estos toros eran de pura procedencia Juan Pedro y no tenían nada que ver con lo que generalmente se entiende por Juan Pedro.
Patrick Oliver planteó la faena a su primero por la mano zurda, la importante antaño, y recetó variados muletazos, unos mejores y otros peores. Entre medias hizo muletazos por detrás de esos que se les hacen a las vacas, dio otros andando, muy camperos, se quedó parado, y mató muy mal. No vio o no quiso ver la distancia que el toro le marcaba, y la faena fue como un vaivén. En ocasiones parecía querer evocar a Tomás. En conjunto venció el toro, pero merece la pena volver a verle.
Cristián Escribano dio una magnífica verónica y una buena media enganchada en el recibo de su segundo. Antes había sido empitonado por su primero cuando se amontonó con él al entrarle a matar. A ese primero le recibió de forma muy torera cuando se le arrancó tras saludar al usía, y le dio cuatro pases por alto sin soltar la montera de sabor auténticamente añejo. Cuando se retiró a la enfermería, atravesando el ruedo y con la montera calada, también vimos a un torero. Hasta ahí lo bueno, porque con la plaza predispuesta a su favor, él tomó por el deplorable camino de torear a la julyana, sin compromiso, sin cruzarse, sin asumir la posición que da hondura y belleza a los muletazos, quedando muy descolocado en cada pase y viéndose obligado a rectificar su posición todo el tiempo con esos deplorables trotecillos que son la negación del toreo y dilapidando el crédito. El toro se aburrió, me parece a mí. Debería replantearse su estilo para no aburrir ni a sus toros ni a su público.
Patrick Oliver planteó la faena a su primero por la mano zurda, la importante antaño, y recetó variados muletazos, unos mejores y otros peores. Entre medias hizo muletazos por detrás de esos que se les hacen a las vacas, dio otros andando, muy camperos, se quedó parado, y mató muy mal. No vio o no quiso ver la distancia que el toro le marcaba, y la faena fue como un vaivén. En ocasiones parecía querer evocar a Tomás. En conjunto venció el toro, pero merece la pena volver a verle.
Cristián Escribano dio una magnífica verónica y una buena media enganchada en el recibo de su segundo. Antes había sido empitonado por su primero cuando se amontonó con él al entrarle a matar. A ese primero le recibió de forma muy torera cuando se le arrancó tras saludar al usía, y le dio cuatro pases por alto sin soltar la montera de sabor auténticamente añejo. Cuando se retiró a la enfermería, atravesando el ruedo y con la montera calada, también vimos a un torero. Hasta ahí lo bueno, porque con la plaza predispuesta a su favor, él tomó por el deplorable camino de torear a la julyana, sin compromiso, sin cruzarse, sin asumir la posición que da hondura y belleza a los muletazos, quedando muy descolocado en cada pase y viéndose obligado a rectificar su posición todo el tiempo con esos deplorables trotecillos que son la negación del toreo y dilapidando el crédito. El toro se aburrió, me parece a mí. Debería replantearse su estilo para no aburrir ni a sus toros ni a su público.
Patrick Oliver, Christian y Damián Castaño
Damián Castaño mató al Cajero, negro listón de cuarenta y seis arrobas. El toro fue bien lidiado por Daniel María Benito, con lo importante que es eso, y llegó al tercio de muerte pidiendo a gritos un torero, pero como tantas veces ocurre, se fue al otro mundo sin saber qué es eso. Fue un toro para dar el aldabonazo en Madrid, pero quizás hoy no era el día de Damián. O quizás si, porque en una caída al recibir al toro él mismo se hizo el quite lanzando hacia afuera el capote con gran inteligencia e instinto de supervivencia.
Los tres han matado de pena. Al que lleva el oro bordado en su vestido y no va montado en un penco se le llama matador porque la base esencial de su oficio es acabar de forma precisa con la vida de los toros. Para eso basta con perfilarse en corto, herir arriba, vaciar la embestida con la mano izquierda por abajo y salir por el costillar de la res. Esto ya lo explicó Pepe Hillo en su tauromaquia y hay que tenerlo bien mamado antes de anunciarse en los carteles.
Los tres han matado de pena. Al que lleva el oro bordado en su vestido y no va montado en un penco se le llama matador porque la base esencial de su oficio es acabar de forma precisa con la vida de los toros. Para eso basta con perfilarse en corto, herir arriba, vaciar la embestida con la mano izquierda por abajo y salir por el costillar de la res. Esto ya lo explicó Pepe Hillo en su tauromaquia y hay que tenerlo bien mamado antes de anunciarse en los carteles.
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