José Ramón Márquez
Moisés Fraile, ganadero de El Pilar, congelará el semen de los toros muertos por Tomás en Barcelona. Al parecer quiere ese esperma, esa sangre de san Pantaleón taurino, para mejorar aún más si cabe su cabaña brava. Bueno, no sé si decir ‘cabaña’ o ‘calaña’, porque este tío tuvo la desfachatez el pasado domingo, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, última corrida de la Feria de San Miguel, de echar una corrida incompleta de dos hierros -cinco de El Pilar y uno de Moisés Fraile- y con toros que llevaban marcados tres guarismos diferentes: toros con el 6, cinqueños, toros con el 7, cuatreños, y toros con el 8, digamos que cuatreños recién cumplidos por imperativo legal sin sentencia del Tribunal Constitucional.
En esos detallitos nimios es donde se ve claramente la decencia de los buenos ganaderos: Aleas, Miura el de las patillas, Pablo Romero, Argimiro Pérez Tabernero, la viuda de Concha y Sierra o el duque de Veragua no hubieran dudado en hacer lo propio, que a los grandes en seguida se les nota que lo son. Este Moisés, ganadero salmantino, tiene un Arca llena de toretes, cada cual con sus cosas: el que tiene tos, el que está malito, el que los pitones se le quedaron enanos, el chiquitín que quiere agradar, el que se tropieza, el que no le gusta que le pinchen, el que riega de babas el albero, y así sucesivamente.
Porque lo que le pasa a este Fraile ganadero (¿ganaduros?), congelador de espermatozoides, para quien todo es bueno para el convento, es que no es capaz de disponer de una corrida como Dios manda para esa placita sin importancia llamada La Maestranza porque, pensemos mal una vez más para acertar, elCiprés le estuvo revolviendo y reliando la ganadería para seleccionar y asegurar perfectamente las seis mascotas que se iban a llevar a Barcelona a la Corrida del Fin de los Tiempos, y como nada les venía bien, no dudaron en descabalar la de Sevilla como habrían descabalado las que se les hubiesen puesto por delante.
Ese esperma tan revuelto es el que el tío quiere conservar para legárselo a sus nietos o para venderlo junto con el cartel ful de Barceló, vaya usted a saber. O a lo mejor es para que algún cocinero estrella, como aquél que usaba sin pudor las gónadas del pez globo, invente las ‘Criadillas de peluche de lidia al aroma de ciprés pétreo en su jugo de semen con salsa romesco’.
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