Los Vázquez, Pepe Luis padre e hijo
Pepe Luis Vázquez (Sevilla, 1957), retirado en septiembre de 2012 tras una larga carrera tan intermitente como artística, vuelve el próximo sábado, día 11, a la plaza toledana de Illescas de la mano de su amigo Morante y la compañía de Manzanares para sentirse torero de nuevo y llenar de felicidad, si es posible, a los muchos partidarios que aún lo recuerdan.
Pepe Luis, de natural sereno y reflexivo, espera la vuelta sin sobresaltos ni duros entrenamientos de última hora. Asegura que nunca se ha alejado del toro, que se siente bien físicamente y que este nuevo compromiso no es más que una ocasión especial y única.
“Única, especial y llena de incógnitas, también”, afirma.
“No me negaría, si la corrida no se da mal, a participar en otro festejo por el estilo, pero mi planteamiento no es hacer una temporada”, añade.
– En realidad, parece un acto de amistad con Morante…
– Entre otros actos, sí, podía ser. Yo estaba apático, toreaba en el campo, pero no iba apenas a los toros; estuve con él en varias corridas, y me ilusionó verlo y verme en la plaza. Digamos que me hizo despertar del adormecimiento que pudiera padecer.
– Y otra vez los nervios, los miedos, la preocupación…
– Un poco de todo, sí, porque debo vestirme de nuevo de torero, y salir a una plaza, con la responsabilidad que ello implica.
– Pero no es como cuando se está en activo.
– Es otra, indudablemente. Ahora no tengo la necesidad de organizar una temporada y abrirme puertas. Eso, a estas alturas, no lo preciso, pero en fin. Tengo un compromiso muy importante con mis partidarios y conmigo mismo.
– Esta reaparición es como un cameo, la travesura de un torero veterano…
– Podía ser, pero no es mi caso. A veces, me preguntan: ¿por qué toreas? Y yo contesto que la base principal es porque soy torero. Por eso, mientras haya quien quiera contar conmigo, aquí estoy. En este caso, torear no ha partido de mí, sino de un gran torero y amigo, que es Morante, y del empresario de Illescas, que lo ha visto bien.
– Pero usted no ha dejado de ser torero.
– Ni dejaré por muy viejecito que me pueda poner; creo que todavía soy capaz de ponerme delante de un toro.
– Porque la ilusión por torear no se pierde.
– Nunca. Es curioso, pero se piensa y se sueña todos los días con el toreo. Yo sueño mucho con el toro y con mi padre; a veces, son más trágicos que glorioso, y no sé por qué.
– Lo que está claro es que no se cortó la coleta en Utrera en septiembre de 2012.
– No. Me la quiso cortar Morante, pero le dije espérate, por si acaso surge algo más adelante. Y hoy esas palabras suenan como una premonición, aunque entonces ni yo mismo me las creía.
– ¿Se echa de menos el traje de luces?
– Sin duda, porque más que una vocación, ser torero es una pasión. Yo he toreado casi cuarenta años, con temporadas cortas, pero he debido prepararme como si fueran largas. Pero es oficio es muy duro y requiere una fortaleza física mínima; por eso, mi planteamiento actual es acudir a una ocasión especial y esporádica, sin mayores pretensiones.
– Pepe Luis, Morante y Manzanares, un cartel de artistas…
– Quedan pocos toreros de ese corte. ¿Quién tiene la culpa?
Digamos que los tiempos. Todo cambia. Hoy suele salir un toro a contraestilo, grande y pesado, que dificulta el toreo artístico, necesitado de un animal más ágil y con movilidad.
– ¿Y la fiesta actual?
– El acontecimiento taurino es único en el mundo; único y exclusivo. Es un espectáculo (no me gusta llamarlo espectáculo) con raíces muy hondas, de la máxima pureza y del mayor riesgo que existe. Es algo mágico que perdurará siempre, con sus vaivenes y sus crisis, pero seguirá por los siglos. Independiente de que eche de menos más dosis de arte, veo la fiesta actual con buenos ojos.
– ¿Y con futuro?
– Con todo el futuro, a pesar de todos los ataques que sufre. Pervivirá como algo litúrgico en un época de tanta tecnología. ¡No sé qué más se puede inventar ya! Y estaría muy bien que entre tantas redes sociales e internet se mantuviera un acontecimiento único y profundo, ligado a nuestra naturaleza. El hombre lo dirige todo, menos a un toro, al que se torea con la cabeza y el corazón. Y eso está muy bien en un mundo dominado por las tecnologías.
– ¿Qué sueña hacer en Illescas?
– Si es posible dar una docena de muletazos de los que a mí me gustan, sería suficiente.
– ¿Se atreve a enjuiciar su paso por el toreo?
– Ha sido una etapa fugaz y efímera, tal vez, pero sustanciosa.
– ¿Alcanzó las metas propuestas?
– Quizá las rebasé, pero nunca me puse meta alguna.
– ¿Pero algo le quedaría por hacer?
– Todo, y me quedará siempre, y lo mejor.
– Y se retiró usted en silencio…
– Sí, de forma gradual. Tampoco pretendía decir adiós porque no me gusta despedirme ni de las reuniones.
– Por cierto, ¿está usted preparado para hacer un nuevo paseíllo?
–Creo que sí; si no, no lo haría. No me ha costado mucho, porque nunca me he dejado. No he perdido el contacto con el campo, los tentaderos, los festivales.
– Pero, ¿le entra el traje de luces?
– Je, je… Me estoy haciendo uno nuevo porque el que me he probado me queda más bien ajustadito.
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