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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 21 de abril de 2019

Una prueba más / por Paco Delgado




Por si había alguna duda de la importancia y trascendencia que los toros tienen, sobre todo en España, el interés que los partidos políticos están mostrado en estas vísperas electorales es una prueba más.

Una prueba más 

Paco Delgado
A la vista de lo incierto del resultado de la próxima cita en las urnas, de las variopintas versiones de las encuestas (sean o no elaboradas por el CIS), del alto número de indecisos y, desde luego, de lo mucho que está en juego, nadie que aspire a tener mando y financiación estatal por diputado desprecia un sólo posible voto. Y, ahora se dan cuenta, resulta que hay muchos aficionados a los toros. Y que esos muchos aficionados a los toros también votan… Y que esos muchos están hartos de que nadie les tome en consideración ni les defienda.

La animadversión de la izquierda intransigente e intolerante y la abierta y declarada hostilidad del ala más radical del a sí mismo llamado progresismo ha puesto contra las cuerdas a la fiesta en una no pequeña parte de España. Y tras varios años de tímidas reacciones o de silencio resignado, ahora la situación ha dado un giro esperanzador.

Ha tenido que llegar un nuevo partido de derechas, que habla sin vergüenza ni prejuicios sobre la defensa de la cosa taurina, para que el resto de agrupaciones se percate de su posición de fuera de juego ante este tema. Y de que ello le puede costar un montón de votos que irían a parar al saco del adversario.

No tardaron en alzarse voces pidiendo que no se politizase la fiesta ni otras reclamando que ningún partido se apropie de la tauromaquia, cuando ninguna de las dos cuestiones se ha tocado.

La gente de Santiago Abascal, entre las que hay que contar a los que fueran matadores Vicente Barrera y Serafín Marín o el banderillero Pablo Ciprés -al margen de la amistad de Morante con el líder de Vox-, en ningún momento ha tratado de politizar el espectáculo taurino ni, mucho menos, de apropiarse del mismo. Lo único que han hecho ha sido declarar que defenderán sin ambages ni complejos a una de las más significativas manifestaciones de nuestra cultura. Algo que, a lo largo de muchos años, no ha hecho prácticamente nadie en todo el espectro político. O al contrario, porque alguno sí que se ha significado negativamente en este sentido, aunque ahora se vista de acérrimo defensor de toda la vida. Y ahí está el caso de Cataluña, donde entre todos dejaron que se acabase con los festejos taurinos. Y donde alguno que ahora se desmarca ondeó entonces su adhesión inquebrantable…

Pero ahora, ante el empuje que está tomando esta nueva fuerza, todos -con la excepción de aquella izquierda radical cada vez más identificada en un afán feroz por todo lo que signifique y represente España- quieren significarse y sacan pecho. Pero, me temo, más por obtener rédito electoral que por verdadero interés por un espectáculo que han tenido dejado de la mano administrativa de Dios y abandonado a su suerte.

Bienvenido sea, de todas formas, este inusitado -y desconocido- fervor taurino político, del que no se espera sino que ataje el ansia abolicionista de los recalcitrantes anti, y que, por fin, echen una mano para recuperar la fiesta en aquellos sitios en los que el capricho municipal  -o el propio de manera coyuntural- la han orillado. Cinco millones de entradas vendidas son muchos millones de votos que pueden ir a a unas siglas o a otras y decantar muchas cosas de un lado o del contrario. Es este nuevo interés político por la tauromaquia -presente de siempre en la vida no sólo de nuestro país- una prueba más de que es algo que, de verdad, interesa y atrae. Hasta a ellos, aunque sea por otros motivos mucho más prosaicos que por un natural desmayado de Ponce, una verónica interminable de Morante, un par a dos manos de Cartagena, un escalofriante pase cambiado de Roca Rey, el embestir bravo y acompasado de un ejemplar de Vistahermosa o una estocada a recibir de Manzanares.

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