Morante ha tenido un primer enemigo que ha salido muerto de toriles, se le ha simulado la suerte de varas, se ha banderilleado como han podido y, en el tercio de muleta ha durado un suspiro; estaba muerto el toro antes de meterle la tizona. En su segundo albergábamos esperanzas porque la voluntad de Morante es férrea, algo que está llevando a cabo con una pasión inusitada pero, el toro, tras probarlo se le ha venido abajo con estrépito. Lo ha matado y, al año que viene a seguir apuntándose a todos los toros de Juan Pedro, para que luego digan que los aficionados nos enfadamos. ¿Existe algún motivo para aplaudir a Juan Pedro y sus lidiadores?
El primero de Ginés Marín ha tenido un poco de más brío, digamos que ha repetido sin celo alguno en varias tandas que Ginés ha aprovechado para torear limpiamente pero, sin decir nada, sin provocar un solo ole porque más que un toro parecía un novillete sin caballos; sin alma, sin trapío, sin casta….Pero Ginés lo ha trapaceado a su manera y tras matar en el acto le han dado una oreja que, como sabemos, este año las orejas en Sevilla son de pura verbena. En su segundo, otro animal desfondado y a la deriva, el chaval ha querido pero aquello no tenía fundamento alguno. Lo ha matado como ha podido y al año que viene más. Me sigo preguntado quién estaba más triste el torero con su rostro de pocos amigos o los toros que tenía enfrente.
Pablo Aguado ha tenido enfrente como primer enemigo un animalito que, hasta los palabreros de la televisión le han ensalzado porque, no lo olvidemos, Aguado como torea como los ángeles pero……a los toros de cartón piedra o como ha sucedido en este día, con un animal medio muerto, sin fuerzas para embestir, con dulzura franciscana, sin el menor atisbo de casta, por ende, de emoción ni hablemos. Negar que Pablo Aguado ha estado artista por ambos pitones sería una falacia pero, amigo, se acuerdo uno de la faena de Fernando Robleño en Madrid a un toro de Escolar, la compara con este burro medio muerto y, cualquier aficionado se viene abajo con estrépito. Aguado ha sido premiado con una oreja de Sevilla que no le dará más fuerza de la que tiene. En su segundo ha cambiado la decoración porque ha querido mostrar su lado heroico con un animal que su único defecto no era otro que quería morirse pronto. Nadie ha dicho nada tras la muerte del toro. Otra vez será, hermano, pero si puedes, que sea con toros encastados. Claro que, esa es nuestra idea, ver a un torero artista con un toro encastado pero, con Pablo Aguado no caerá esa breva porque se ha acostumbrado al toro aborregado, encima se lo sirven en bandeja, ¿para qué quiere pedir más? Tiene lo que quiere. Claro que, luego tiene que atenerse a las consecuencias de que alguien le diga la verdad.
Yo me asombro ante la magia que tiene Juan Pedro para vender toros como churros y, lo que es mejor, a buen precio. Al parecer, los toreros, sabedores de la buena casta de dicha ganadería en tiempos pretéritos, todos aspiran a que les toque la tonta del bote o el animalito santificado de otras veces pero, los hados de la fortuna confabulan contra el ganadero andaluz pero, dicha confabulación se la pasa por el forro de su entrepierna porque, insisto, fabrica los toros en serie y todavía le piden más. Si de ilusionistas hablamos, Juan Pedro deja en matillas a todos los profesionales de la magia e ilusión pero que, para ilusionismo, el que practica Juan Pedro, lo demás son cuentos chinos. Criar burros con cuernos y que se los pasen como toros, hay que tener mucho arte, sí señor.
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