"El Cordobés, durante la fenomenal bronca que se ganó con su actuación en Pamplona en 1965.
Con el permiso de la autoridad
Francisco Apaolaza
Cuando siete matadores se presentaron ante Ángeles González-Sinde para pedir que los toros fueran competencia de Cultura, muchos se enteraban que dependían del Ministerio de Interior. Es decir, que los toreros reciben la Medalla a las Bellas Artes mientras que la fiesta de los toros es cosa de la Policía. ¿Un capricho de la burocracia? No. Desde la Edad Media, el espectáculo ha sido, además de una cuestión artística, un problema de orden público y la tradición podría dar un giro con el cambio de cartera. Además de claveles, manolas, puros y gentes elegantes, en los tendidos ha habido tradicionalmente más que palabras, cuando volaban los objetos tras una mala tarde y los sucesores de Cúchares terminaban la faena vestidos de luces en la oscuridad solitaria de un pequeño calabozo.
«La sociedad se ha modernizado y ya no hay aquellas broncas», dice el historiador taurino Rafael Cabrera Bonet. Pese a todo, los toros son de Interior. La autoridad es la que delega en los presidentes de las plazas, muchos de ellos policías, y los agentes vigilan que se cumpla el reglamento y que se guarde el orden. Con el compromiso de Alfredo Pérez Rubalcaba de que la fiesta pase a Cultura, los callejones podrían despoblarse de los hombres de la ley.
Siempre estuvieron ahí. Cabrera Bonet es capaz de rebobinar en su archivo mental hasta la Edad Media, cuando los fueros municipales ya hacían referencia a las sanciones que se imponían a los gamberros que maltrataban a las reses o corrían en los encierros cuando no debían. «Se comenzó a reglamentar para proteger los bienes públicos, las personas y el ganado», asegura el periodista. No exageraban. El investigador Guillermo Boto trae a colación una tarde de 1770 en Sevilla, cuando salió tan mala la corrida que los aficionados tiraron el coche del empresario al mismísimo río Guadalquivir.
En el siglo XV tampoco se andaban con chiquitas cuando se organizaban festejos taurinos en grandes conmemoraciones, como la toma de Granada. Había que poner mano dura y los encargados fueron los alguaciles de cada zona, que despejaban el ruedo de gentes antes de que saliera el animal, un rito que sigue vivo hoy en día. Los tendidos no estaban numerados, y no era tarea fácil, por lo que tuvieron que pedir ayuda al propio ejército, que permaneció presente en el espectáculo hasta el reglamento de 1992. Hasta entonces, la Guardia Civil tenía palco, por lo que pudiera pasar. «Los soldados hacían incluso un desfile previo», recuerda Cabrera Bonet, presidente de los bibliófilos taurinos de España.
El verdugo en la plaza
El que se fuera de madre, sabía que se exponía a un buen correctivo. Hasta el siglo XIX, el alguacil y el verdugo, encargado de ajusticiar a los criminales, daban una vuelta al ruedo pregonando las sanciones a modo de disuasión. Por si no estaba claro, el verdugo levantaba ante la afición y los actuantes los cepos y grilletes que se calaría el que se portara mal. El respetable respetaba poco: «Si pensaban que el toro era chico, estaba mal armado o era extremadamente manso y pedían su devolución sin que se la concedieran, se liaba una buena», recuerda el investigador. Ser travieso en los tendidos de aquella época suponía arrojar al ruedo todo tipo de objetos entre los que se encontraban gatos muertos, perros, palos, gallinas, etcétera.
Los almohadillazos de hoy parecen una broma. En Barcelona, en 1835, en medio de un clima de tensión política, los aficionados hartos de la podredumbre del toro se tomaron la justicia por su mano. Ahora pitan. Entonces invadieron el ruedo, acuchillaron al toro y lo arrastraron por Las Ramblas en señal de protesta. El guirigay prendió la aversión del pueblo a los carlistas y terminó con la quema de una decena de iglesias, conventos y bibliotecas. En los libros, aquello se conoce como la Revolución de 1835 y pocos saben que empezó en los tendidos de una plaza. Durante años, los toros estuvieron prohibidos en Barcelona.
Belmonte y El Gallo: la guerra
En 1850 se firma el primer reglamento en Madrid y 70 años después, en 1927, se unifican las normas de todas las plazas. A mediados del XIX nacen los ministerios en España. Desde entonces, los toros serían cosa de Gobernación e Interior más tarde. De la Policía en todo caso.
En el ruedo se fraguaba la historia de la tauromaquia y en los tendidos las broncas. Según Rafael Cabrera Bonet, en Madrid no era raro que la gente matara al toro con sus propias manos, hasta comienzos del siglo XX. En esos días, el toreo conocía su edad de oro con la rivalidad mágica entre dos toreros: Joselito 'El Gallo' y Juan Belmonte. Gallito y El Pasmo de Triana eran buenos amigos, pero las algaradas entre los seguidores de unos y otros no tenían nombre. Los agentes tenían que intervenir con frecuencia en los tendidos para parar a los que llegaban a las manos. Boto recuerda cómo los maestros viajaban juntos en tren, pero salían uno por el primer vagón y otro por el último. En la estación, la policía separaba a las aficiones para evitar la batalla campal entre partidarios de uno y de otro, como un 'Madrid-Barça' de hace un siglo.
Entrados en el XXI, los aficionados discuten con cierta vehemencia en tertulias y coloquios, pero escasean los garrotazos y el público es distinto. Los toreros, no tanto. Este verano, la Junta de Andalucía multó con 6.000 euros a Enrique Ponce, El Cid y Miguel Ángel Perera por negarse a matar una corrida en Málaga. Para eso, dicen algunos, ya no se necesitan soldados, y el lema 'Con el permiso de la autoridad' de los carteles está anticuado, pero ¿podrá controlar el ministerio de González-Sinde que la fiesta cumpla el reglamento?
Via: Malaka Taurina
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