Mario Vargas Llosa
El toro del Nobel
-Nobel al español, que ya sólo se habla en América, y al toro, tótem que une a Vargas Llosa con Sergio Ramos-
Ignacio Ruiz Quintano
09 Octubre 2010
ABC
CON su Nobel en la crisma de Mario Vargas Llosa, la Academia Sueca ha bendecido al español, que es una lengua que ya sólo se habla (bien) en América, y al toro, que es el tótem de la gente española que une a Vargas Llosa con Sergio Ramos, a quien las mujeres barbudas de «La vida de Brian» que en España se encargan de velar por la corrección política del régimen quieren lapidar por haber equiparado en rueda de prensa el andaluz con el catalán.
Los catalanes aborrecen oficialmente de los toros, aunque, según Jack Randolph Conrad, el antropólogo yanqui de «El cuerno y la espada», no hay virtud alguna en el aborrecimiento del toreo.
—Si no nos gusta ver a la autoridad establecida desafiada por el individuo, si somos dados a sentir que nuestros padres, nuestros patronos, nuestros líderes son sacrosantos y libres de crítica, entonces condenaremos violentamente la corrida de toros.
Por eso nuestros filósofos buscaron en los toros el modo «de tomarle el pulso a lo español». Los toreros, en cambio, no quieren que se los confunda con los filósofos, y por visitar vestidos de pijos de la Residencia de Estudiantes la madrileña Casa de las Siete Chimeneas, sede de la cultura ministerial de los cineros, han suscrito un «documento cultural» en el que, a instancias de Tomás, se reniega del término «fiesta nacional».
—Si algún día el español fuere o no fuere a los toros con el mismo talante con que va o no va al cine, en los Pirineos, umbral de la Península, habría que poner este sentido epitafio: «Aquí yace Tauridia»; es decir, España.
Eso escribe Tierno Galván en «Los toros, acontecimiento nacional», pero ¿quién es Tierno Galván al lado de Sabina, ideólogo de Tomás y que lee a Muñoz Molina?
Dicen que lo de Tomás contra el término «fiesta nacional» es para no alentar el nacionalismo madrileño, puesto que, toros, lo que se dice toros, ya sólo se ven en Madrid, aunque fuera de sus dos ferias: los pablorromeros en abril y los gracilianos en octubre. No sé. El caso es que los toreros han votado contra la «fiesta nacional». ¿Es que lo nacional y lo popular son una misma cosa?, se preguntaba Bergamín en su artículo «La fiesta nacional».
—Desde luego, el público actual de una plaza de toros, aunque paga, y por lo que paga, de pueblo no tiene nada: de vulgo necio, sí; yo diría que enteramente todo. Y a la vista está.
Y señalaba el origen de la actual degeneración y corrupción de la fiesta nacional en la falsificación del toro, que ha falseado todo el toreo, y de la cual es responsable, no el torero, sino «toda la picaresca comercial de empresarios, apoderados y gacetilleros taurinos».
No se podía poner más claro: el llamado "toro bravo" no es más que una falsificación. Toda esa "picaresca comercial de empresarios, apoderados y gacetilleros taurinos" a quien yo añadiría el colaboracionismo de políticos y pseudo-intelectuales de salón, ha hecho creer a los españoles que ese toro artificial es algo que hay que proteger, y que además es nuestro. No puede haber una falacia más grande en ese espectáculo que pretenden vender como "patrimonio cultural", pues ni el toro de lidia es bravo, ni es autóctono, sino que procede de cruces con razas foráneas. Es lamentable el grado de ignorancia al que tienen sometido al público tanto los nostálgicos del franquismo como los de la España que fabricaron los románticos y que solamente la industria del turismo la hizo realidad, colgándosela del cuello a los millones de parados a los que ni la fiesta ni los turistas de alpargata pueden proporcionar trabajo digno. Eso de "la autoridad establecida desafiada por el individuo" no es más que pseudo-psicoanálisis barato sacado del trasnochado libro de Conrad, que a buena hora traducen y que parece que se ha convertido en una biblia. Todo eso es puro disparate, ya que fue un régimen autoritario y represor como el franquista el que promocionó las corridas y las declaró "fiesta nacional", mientras la prensa, NODO y radio del régimen realizaban su tarea de lavado de cerebro a una población analfabeta y hambrienta que se acababa creyendo lo que le contaban. Quizás el hecho de que más del 80% de los españoles de ahora no vaya a la corridas de toros es significativo de que la gente ya no es tan tonta, y que no lo sienten como propio por la sencilla razón de que nunca lo fue. Por último, acerca de ese "necio público" que va a las corridas, buena parte viene del extranjero, a revivir la España de la castañuela y la banderilla, la borrachera y la meada callejeras y las payasadas de Conrad, Hemingway, pero que ciertamente paga y mantiene el negocio porque sino ya no lo haría nadie.
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