ANTIGUAS REFRIEGAS – REVOLUCIÓN O MUERTE
Aquilino Sánchez Nodal
Los taurinos estaban instalados en un Mundo Feliz. Ningún extraño de fuera del círculo interfería en sus asuntos. Se modificó y sustituyó la normativa del reglamento de 1.962, cuyo mayor acierto había sido incluir los toros entre los espectáculos públicos junto al teatro, el circo y demás festejos para diversión y disfrute de aficionados a cualquier evento nacional con reglas dictadas para la aplicación común bajo el nombre de “Policía de Espectáculos”, surgido por orden del 3 de Mayo de 1.935 y refrendado por las disposiciones generales de la Gobernación del Estado Español a cuyo frente legislaba don Camilo Alonso Vega. Aquel Reglamento Taurino de 1.962 era perfecto y suficiente aunque pocos lo habían leído y menos lo aplicaban de manera estricta.
Organizar festejos taurinos aparentemente resultaba harto difícil, los permisos gubernativos parecían complicados de conseguir y también era desconocido el beneficio de aquel negocio de los toros por lo que pocos eran los atrevidos que se proclamaron empresarios taurinos. El toreo estaba exclusivamente en manos de las empresas autorizadas que “lo guisaban y se lo comían”. Nada de sindicatos excepto el vertical que se conformaba con un impuesto “a menores” que se pagaba al solicitar la autorización. Los matadores como siempre a “lo suyo” sin importarles otra cosa que no fuera el “haiga” y la finca.
Que tiempos aquellos que los políticos no habían “enseñado la patita” ni metido “la baba”. Las plazas importantes y populares rentables se repartían entre los de la secta empresarial. Las que no daban el beneficio apetecido las abandonaban a su suerte y al instinto de la “mocería” del pueblo. Estos ilustrados tramperos cometieron un terrible fallo en su pretensión de enriquecerse ensanchando el horizonte taurino. Para evitar que otros “espabilaos” metieran la cuchara, se unieron para crear una asociación blindada. En un principio se reunían en un restaurante de “menú” donde tramaban la eliminación de los pretendientes al negocio. Después, surge la necesidad de formalizar una sede social y compran un piso en la calle de Nuñez de Balboa en Madrid. Los firmantes de la primera escritura fueron dos escogidos entre los “cultos”, Calleja y Barceló. La junta directiva la formarían los anteriormente mencionados más Manuel Martínez Flamarique, Diodoro Canorea, consorte de doña Carme Pagés y Pedro Balañá en compañía de otros mayordomos autorizados a “trincar” migajas de la tarta. ¡Craso error!. La asociación necesitada de fuerza social abrió sus puertas a “otros” previo examen. Por aquella puerta se coló la ambición enmascarada y hambrienta y se les fue de las manos las reglas de exclusividad taurina. Había surgido una nueva competencia que “birlaba” parte del negocio a los “supertaurinos”. La asociación nacional de organizadores tiene fecha de antigüedad 1.977, año del comienzo del desastre taurino y quizás fecha de caducidad en 2.012. Con la imaginación atrofiada de su junta directiva por falta de competencia, sus débiles estructuras defensoras de la cultura social, su vagancia natural y la avaricia de la parte laboral les hicieron firmar convenios leoninos que nunca fueron estudiados y menos cuestionado por donde se introducían formas fraudulentas para conseguir mayores beneficios. Los subalternos se lanzaron a la destrucción feroz del tejido empresarial para mayor ganancia de sus directivos y surgieron asociaciones “cainitas” que no velan por el conjunto del sector solamente la parte de la que sacan mayor “tajada” económica. Lo peor, a nadie inmerso en el negocio taurino les preocupa la pureza del espectáculo, la promoción implícita del mismo, la calidad y mejora de los festejos, la protección de los profesionales menos favorecidos y mucho menos que los aficionados reciban un justo trato por sus desvelos y abusivos precios de las entradas de los espectáculos “sean como sean”.
El toreo está humillado, cuadrado y listo para la estocada final. Los que amamos las corridas de toros seremos despachados al volapié y en suerte contraria como los mansos, ni siquiera “tenemos” bemoles para morir recibiendo.
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