El toro, elemento central de la fiesta brava, protagonista al que se le irrespeta desde todos los flancos: ganaderos, toreros, empresarios, comisiones taurinas y propio aficionado son culpable de su degrado e irrespeto. (Fotografía: RDV)
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¿ES EN REALIDAD LA FIESTA BRAVA QUE QUEREMOS…?
Rubén Darío Villafraz
Mérida, 28 de febrero de 2011
No es menos cierto que desde hace algún tiempo para acá, el rito del toro en Venezuela ha mostrado un deterioro en general, desde sus bases, hasta su propio entorno. Me explico. Se le ha perdido el respeto y seriedad a todo el entramado que lo embarga, desde el propio toro, toreros, ganaderos y empresarios, sin dejar a un lado el sostén y alma de esta como es el aficionado.
Vemos con preocupación que año tras año, feria tras feria, se susciten hechos de suma importancia para el socavamiento de tal vez el único espectáculo de relevancia suprema y verdad absoluta en el sentir de quienes poblamos tendidos y callejones por esta geografía nacional.
El cada vez repetitivo hecho de ver por nuestras plazas, tanto de primera, segunda y tercera categoría toros escasos de presencia (peso y astas manipuladas) bajo el consentimiento de toreros (quienes lo imponen) autoridades (el cual aprueban a sabiendas de estar en contra de sus funciones como es el de velar por un espectáculo integro) y aficionados y públicos en general (pocos conocedores, exigentes y más proclives a que lo vean a ver en sí toros en sus localidades) da mucho que decir de una fiesta que así mismo, como este elemento, se nutre de otros males que la hacen peligrar de cara a su futuro y sostén.
Si peliagudo es el apartado del toro, no lo es menos el de los toreros. Limitados de una amplia gama de toreros nacionales que lleven ilusión y fervor a los tendidos, ello ha sido fruto de una cada vez más limitadas opciones para formarse, consolidarse y rodarse. Entre los factores la razón de haber disminuido a casi su minima expresión la realización de novilladas, ofrece un panorama poco alentador; cada vez son menos los ganaderos que destinan utreros para este tipo de espectáculos, lidiando todo lo que tenga cuernos como toro; los costos del ganado bravo nacional ha hecho que no sea rentable este tipo de festejos menores a causa del desinterés y reservada promoción de cara al publico y aficionado, sin olvidar el nulo apoyo que las pocas escuelas taurinas que tenemos reciben, tanto de los mismos ganaderos, empresarios o cánones de arrendamientos de los cosos más trascendentales del país, donde se han olvidado que los festejos novilleriles deben de ser obligación en los contratos de ferias, a sabiendas que con ello se ofrece oportunidad a las generaciones de relevo de toreros.
No dejamos escapar que las crisis siempre desnudan nuestras carencias, y una de ellas lo ha sido el fomento del toreo desde varios lustros. Paulatinamente a males estrictamente taurinos, vemos el galopante abandono y ausencia de tribunas en los medios de comunicación, tanto en televisión, prensa y radio, de carácter regional como nacional, lo que ha generado un tipo de espectador ocasional a nuestras plazas, con muy escaso conocimiento taurino lo que ha sido causal que de esto se aprovechen ganaderos inescrupulosos, empresarios oportunistas y “tíos vivos” que pululan por doquier.
La fiesta de los toros en Venezuela esta en delicada situación, pero no exhausta. Para ello hacen falta bases suficientes para reverdecer una afición más compenetrada con el espectáculo, con la ayuda de sus principales protagonistas. De poco vale gastar tinta y espacio, si de nada vale reconocer las virtudes y errores que han llevado a uno de los espectáculos más bellos y verdaderos, a una simple parodia.
Del esfuerzo de todos los estamentos taurinos, podemos darle cierto aire de categoría a un espectáculo que se niega morir en el sentir del venezolano, a pesar de los ataques internos y externos que se ha visto expuesta.
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