Pero llegó el 12 de diciembre de 2013 : Morante, El Juli, José María Manzanares, Miguel Ángel Perera y Alejandro Talavante hacían público un escueto papelito en el que justificaban su negativa a torear en Sevilla bajo la contratación de los Pagés “para que la plaza recupere su identidad y se respete a los toreros y sus representantes”.
Álvaro Rodríguez del Moral
El guión es de sobra conocido.
El 27 de noviembre de 2013, muy pronto hará un año, se había convocado a la prensa especializada para valorar la temporada que había quedado atrás. Los anfitriones del encuentro -un almuerzo celebrado en una peña gastronómica del Arenal sevillano- eran Ramón Valencia y Eduardo Canorea, gerentes de la empresa Pagés. Pero la comida se incendió en los postres. Las archifamosas declaraciones de Canorea enviando a José Tomás a Senegal y colocando en la parra a todas las figuras dieron muy pronto la vuelta al reducido planeta de los toros. Pero, cuidado, el ruido de estoques se escuchaba desde hacía tiempo aunque aquellas declaraciones evitables se quisieron tomar como excusa o, quizá, fueron la chispa definitiva de la asonada del senado taurino.
Hay que recordar, un año después, algunas cosas que se comentaron entonces y se dejaron off the record. Los empresarios sevillanos sabían que se avecinaba tormenta aunque posiblemente no podían imaginar que la sangre llegaría al río de esa manera. Mientras los ejércitos se armaban y se realizaban tímidas e insuficientes llamadas a la calma, llegaba la declaración de guerra definitiva. Los toreros alzados habían hecho llegar antes una carta a la Real Maestranza de Caballería a la que se quería interpelar puerilmente -con nosotros o con ellos- para que tomara partido en un conflicto que no fue ajeno a otras maniobras sobre las que se ha corrido un velo de silencio. Pero llegó el 12 de diciembre de 2013 : Morante, El Juli, José María Manzanares, Miguel Ángel Perera y Alejandro Talavante hacían público un escueto papelito en el que justificaban su negativa a torear en Sevilla bajo la contratación de los Pagés “para que la plaza recupere su identidad y se respete a los toreros y sus representantes”.
Paradójicamente se acabó consiguiendo lo contrario de lo que rezaba y alguna de esas reivindicaciones encontraron escasísima empatía en la calle en este tiempo de recesiones. Las aspiraciones dinerarias de las figuras y sus problemas con una empresa demasiado locuaz importaban un comino al aficionado de a pie. Lo que querían es ver a sus toreros favoritos en la plaza; para eso sí sacaban las carteras y se apretaban -cada vez más- el cinturón. Aunque,cuidado, a lo mejor aliviando la fuerza: la cacareada identidad de la plaza acabó de derrumbarse a la vez que se pulverizaba definitivamente la nómina de un abono que andaba en caída libre un largo lustro. ¿Quién había ganado la mano? Nadie. Eso sí, había perdido el aficionado y se había marcado un camino de difícil retorno.
¿Qué ha quedado de todo aquello a día de hoy? Tan solo la sensación de haber vivido una guerra inútil plagada de bajas y en la que sólo hay perdedores. El anuncio de los carteles de una Feria celebrada en las fechas más tardías de su historia se acogió con cristiana resignación y promesas -esta vez cumplidas- de no retratarse en la renovación de los abonos. El termómetro de la taquilla y el extraño paisaje humano que presentó la plaza durante los días de la Feria acabó sentenciando el desastre y confirmó lo irremediable. El G-5 había echado a los penúltimos abonados de los Pagés, sí, pero también habían espantado a su propia clientela. ¿Serán capaces de recuperarla? Ahí está el lío; ése tiene que ser el objetivo definitivo de las dos partes en conflicto: volver a meter en la plaza a todos los que se fueron jurando no volver.
En los rincones del toreo ya se habla de diversos contactos que buscan revocar la situación. Todo el mundo alude al tremendo e indudable desgaste sufrido por la empresa Pagés pero se habla poco del brutal descenso de ingresos que ha sufrido la Real Maestranza desde ese 2007 que marcó el techo de la inflación taurina. También conviene recordar la dirección de algunos de los misiles que se lanzaron en la rebelión de otoño. En la trastienda del extinto G-5 -y así lo han proclamado algunos de los bardos adeptos a la causa- se cuestionaban las ganancias del cuerpo nobiliario. Pero el traído y llevado piso de plaza, no se olvide, corresponde a un acuerdo privado y aceptado por dos partes legítimamente representadas y tiene un triple destino: la conservación del coso, la beneficencia y el mecenazgo. ¿Se quería arañar de la tarta ajena? Puede ser. Mientras tanto, esperaremos acontecimientos.
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Cartel de lujo para esos empresarios que custodia a los matadores
ResponderEliminar¡ay que pena de no verlos!.
¿Y este año habrá otra foto?
Juan José