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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 3 de noviembre de 2014

Monstruos y lobos / por Joaquín Albaicín



Monstruos y lobos


por Joaquín Albaicín
Me impresionan bastante –por eso, prefiero no verlas- las imágenes de enmascarados degollando a un hombre que extrañas agencias de noticias y rarísimos gabinetes de “seguimiento” de la amenaza terrorista nos remitían -hasta hace no mucho- continuamente y, parece ser, desde Iraq. Pero no me sorprenden nada. Aparte de que tanto la puesta en escena como la distribución de la película, así como el posterior análisis guionizado del hecho en sí, responden al cien por cien a la lógica del mundo telerreal y globalizado, no es posible ni saludable ignorar que, cuando de servicios secretos, petróleo y guerras mediáticas se trata, la tónica dominante en las relaciones internacionales es la combinada con la ginebra de la crueldad.

Hoy, es raro que una película aguante dos semanas en las salas de cine. Enseguida es lanzada en formato de vídeo y, un par de meses después… a otra cosa, mariposa. Algo así ha sucedido con el degollador enmascarado, de quien prensa y medios parecen haberse olvidado al cabo de muy poco tiempo, tras habérnoslo colado hasta en la sopa durante eso, dos semanas. Como el actor de una función retirada de la cartelera, el degollador de occidentales se ha esfumado de nuestra interactividad. Hablar hoy de él es como hacerlo de Bonanza o La Casa de la Pradera.

Y es que nos encontramos ante una figura arquetípica más que frente a un individuo con nombres y apellidos: en el fondo, cara a cara con la misma figura acerca de la cual el periodista Pablo Pardo ha escrito El monstruo. Memorias de un interrogador, largo y revelador reportaje publicado por Libros del K. O. y centrado en la figura de Damien Corsetti, uno de los soldados elegidos por la Administración y el Ejército estadounidenses para comerse el marrón de las torturas y asesinatos perpetrados sobre prisioneros en Abu Ghraib y Bagram. Corsetti no cuenta todo, claro, porque –primero- quien ingresa en ciertas instituciones ha de firmar antes un montón de cláusulas de confidencialidad y –segundo- porque, de contarlo todo, se derrumbaría la imagen que necesita dar de hombre manipulado y arrastrado por las circunstancias.

Si, cuando conviene a sus intereses económicos, los poderes democráticos ignoran por sistema la presunción de inocencia, confinan en cárceles secretas a miles de personas sin instruir acusaciones precisas contra ellas, consideran la muerte “accidental” de reclusos un error que no es necesario mencionar, administran palizas y otras torturas psíquicas y físicas monitorizadas por médicos que no deben haber leído jamás el juramento hipocrático y, con ayuda del alcohol y las drogas, desprecian la dignidad y la vida humanas con una frialdad que en nada envidiarían un guardia de Auschwitz o un interrogador del gulag rojo, entenderán ustedes lo dicho: que lo del enmascarado rebanando gaznates en el desierto me puede repugnar, pero… ¿sorprenderme?

No conozco al tal Corsetti ni soy quién para juzgarle. Sí puedo decir que el reportaje que le dedica Pardo tiene molla y enjundia y que el testigo nos parece –y es muy comprensible- insuficientemente sincero. No sé por qué, me ha recordado un poco al final de una película que, de tanto en tanto, vuelvo a ver: Asesinato en ocho milímetros. Cuando Máquina, el “actor” especializado en snuff movies, es decir, en películas pornográficas finalizadas con la ejecución real y en directo de la “actriz”… Cuando Máquina, decíamos, es por fin apresado por Nicholas Cage, se explica con mucha más claridad que Corsetti:

-¡Lo hago porque me gusta, tío! ¡Porque me divierte!

Por lo menos… sincero.

En fin, que uno se acalora un poco leyendo, por ejemplo, Blesa, el lobo de Cajamadrid, que acaban de publicar Luis Suárez y Javier Castro-Villacañas con La Esfera de los Libros. Imposible no hacerlo ante la sangre fría con que esos oficinistas de banca ordenan penalizar con cincuentas euros los descubiertos de sólo unos céntimos o bloquear la tarjeta de los “beneficiarios” de un crédito que disponen aún de un mes para devolverlo… mientras ellos se pegan la gran vida manejando ingentes cantidades de dinero negro cuya existencia no consta en documento alguno y andan un camino sembrado –“¡No hay prisioneros!”- de víctimas colaterales a diestra y siniestra.

Pero no cabe duda de que los lobos son angelitos de Machín comparados con otra fauna suelta por ahí, a la que sólo hace falta poner un látigo o un cuchillo en las manos y garantizar un poco de intimidad para que emerja –con el onanístico beneplácito de quien debiera velar por impedirlo- el infame que se lleva dentro. Por supuesto, no conviene pasar por alto el dato de que, detrás de Máquina, acaba siempre asomando la mano de un vicioso con tarjetas en B para dar y tomar. Esperemos, pues, que la política de tierra quemada de los lobos de Cajamadrid o Bankia no sea la carta de ajuste o preludio apocalíptico de otras –y más sangrientas- masacres por venir. Por el momento, lo más aconsejable parece ser no abrir cuenta corriente alguna en estas sucursales del caos.
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Foto: José Luis Chaín

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