"...¿Que se puede admirar en este mausoleo? En la parte central del mismo la escultura yacente, sobre un capote de paseo, del diestro de Córdoba –en mármol blanco de Carrara-, esculpida magníficamente, por el escultor Amadeo Ruiz Olmos. Representa al torero caído con una serenidad en la cara –como si estuviera en un sueño del que más tarde despertara-, con rasgos magistralmente logrados..."
MANOLETE Y SU MAUSOLEO.
José María Sánchez Martínez-Rivero.
En Collado-Villalba (Madrid), agosto de 2016
Mucho se ha escrito sobre lo ocurrido, aquél 28 de agosto de 1947, en la plaza de toros de Linares, en la que el diestro de Córdoba, Manuel Rodríguez, “Manolete”, recibió la mortal cornada por el toro “Islero” de la ganadería de Miura. Pero poco se sabe de lo ocurrido el día 30 de agosto –día del entierro- una vez trasladado el cadáver al cementerio de Nuestra Señora de la Salud al panteón de los Sres. Sánchez de Puerta amigos del diestro caído.
Enrique Gil de la Vega en el número 167 de la revista “El Ruedo” escribía:
“A las nueve menos cinco de la noche se hacía la entrada en el cementerio de Nuestra Señora de la Salud. Dos horas y media para recorrer tres kilómetros...
Una luna llena, descarada, bañaba el camposanto. Cientos de personas esperaban ya allí, por los caminos estrechos y pisando sepulturas. Las cien coronas, amontonadas en círculo sobre el lugar donde había de recibir eterno descanso el inmortal torero, ofrecían un aspecto fantástico. Por la suave pendiente del cementerio, al borde del camino, está el panteón del Guerra; diez pasos más allá, una sepultura abierta para cinco cuerpos, la losa colocada al lado, lleva la inscripción de los señores Sánchez de Puerta, la familia amiga. Minutos después, el último piquete de su guardia llega a la última morada del genio. Cerillas encendidas al borde la sepultura, voces que suenan irreverentes, aunque sean de gemidos postreros; sombras que cruzan pisando coronas y tumbas ofrecen un espectáculo macabro.
Parece el fin de una novela fantástica, algo así como si Manolete no hubiera existido nunca, como si hubiera sido, en realidad, un mito.”
Allí permaneció el cuerpo sin vida del infortunado diestro hasta que el día 15 de octubre de 1951 fueron trasladados los restos a su definitiva morada; el mausoleo que esculpió y cuya construcción dirigió el gran escultor Amadeo Ruiz Olmos (1913-1993)
Fotografía del autor José María Sánchez Martínez-Rivero
El traslado del féretro fue un acto íntimo y preparado con el mayor sigilo para evitar aglomeraciones de aficionados deseosos de presenciar tal ceremonia.
Comenzó sobre las doce de la mañana. Esta operación fue emocionante al ver los presentes como emergía de la fosa el ataúd –suspendido por cuatro maromas de las que tiraban los empleados municipales- con los restos de Manolete. Una vez fuera, fue portado por ellos con sumo cuidado hasta depositarlo en el mausoleo recién construido. A pesar del tiempo transcurrido, cuatro años y dos meses, el féretro presentaba un buen aspecto. Aproximadamente, transcurridos 25 minutos la operación finalizó.
Asistieron al acto los íntimos de Manolete y autoridades locales: alcalde Sr. Cruz Conde, apoderado de Manolete Sr. Camará, don Álvaro Domecq y Díez, Manuel Sánchez Dalp, arquitectos municipales y el autor del mausoleo Sr. Ruiz Olmos. No podían faltar a este acto, tan íntimo, su fiel mozo de estoques Guillermo González, sus familiares más directos: su hermana Ángela, y sus cuñados Sres. Soria, Delgado y Torres-Lineros entre otros.
La representación de la Prensa la ostentaba José María Gaona, “Tío Caniyitas”, asistiendo también al acto el periodista y amigo José Luís de Córdoba. Se rezó un responso por parte del capellán de la necrópolis, padre Luque al finalizar el acto.
Al día siguiente fue colocada la escultura del diestro cordobés que hoy puede verse.
¿Que se puede admirar en este mausoleo? En la parte central del mismo la escultura yacente, sobre un capote de paseo, del diestro de Córdoba –en mármol blanco de Carrara-, esculpida magníficamente, por el escultor Amadeo Ruiz Olmos. Representa al torero caído con una serenidad en la cara –como si estuviera en un sueño del que más tarde despertara-, con rasgos magistralmente logrados. Los pliegues de la sábana que le cubre, parcialmente, pueden verse esculpidos de forma que el visitante imagina que son reales. Las manos, entrelazadas, descansan sobre el pecho.
Detrás de la cabeza de Manolete y, sobre un pedestal, una gran Cruz con la imagen de Jesús crucificado. Debajo y, en el mismo plano que la escultura del diestro, en el centro, un relieve en mármol blanco que representa a Nuestra Señora. A cada lado de esta, un relieve en bronce de mujer enlutada. Uno de estos relieves representa a la Córdoba antigua que ofrenda flores al diestro caído y otro representa a la Córdoba moderna que sostiene en sus manos un último laurel al héroe desaparecido.
Adriano del Valle escribió en su “Brindis póstumo”:
Cuando saliste a la Plaza
como su sol en su apogeo,
siendo cumbre del toreo
lo eras también de tu raza.
Hoy la muerte te desplaza;
pero emplaza el hecho cierto
de tu recuerdo despierto,
que mantendrás en la lid
para ganar, como el Cid,
batallas, después de muerto.
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