Desmond Morris
Quizás, de haber examinado sin prejuicios la corrida igual que al partido, usando las mismas hipótesis; alegoría, rito, elaboración social, ceremonia religiosa, representación, arte, le habría encontrado sitio en su comprensión.
El anatema de Morris
Jorge Arturo Díaz Reyes / Cali, 7 de marzo 2017
El animal más parecido al hombre es el hombre. La estudiosa vida y la prolijaobra del zoólogo inglés Desmond Morris han sido una larga explicación, consumida pero al parecer no asumida.
Libros y libros, best seller todos: El mono desnudo, El zoo humano, El animal humano, La mujer desnuda, Comportamiento íntimo, La tribu del fútbol, Naturaleza de la felicidad, El contrato animal… giran sobre un mismo aserto: “Somos animales”.
Morris, antitaurino, se deja llevar en su Animalwatching (1990) y a cambio de investigar aceptando como científico que ignora más de lo que sabe, larga un sermón: “La patética y operística corrida de toros, último remanente de una era bárbara y pasada, todavía deshonra nuestra civilización.”
Y aunque reconoce: “Al toro bravo se le permite vivir el doble que al típico toro de matadero y durante esos años goza de todos los placeres que un bovino pueda desear.”
Pregunta condenando: ¿Pero cómo pueden las mentes tras las caras del excitado público sentir más placer con la muerte del magnífico animal que con verle salir vivo?
La respuesta simple y trágica, la sabe todo aficionado; el toro nunca sale vivo, amenos que se indulte. Si no se le mata ceremonialmente, se le matará luego de manera infame, como se matan todos los demás toros, como se matan todos los demás animales; a mansalva.
Él nunca debió presenciar el indulto de un bravo en la plaza, de haberlo hecho sabría que al público, quien lo concede, eso le causa mucho más gusto que verle morir. Gusto, no excitación, su equívoca palabra.
Quizás, lo habría descubierto de haber profundizado con desprevención en las raíces biológicas, antropológicas y sicológicas de la tauromaquia, cual hizo con elrudo fútbol (El deporte rey, 1981), al que, buen inglés, tuvo siempre fácil acceso y afición.
Quizás, de haber examinado sin prejuicios la corrida igual que al partido, usando las mismas hipótesis; alegoría, rito, elaboración social, ceremonia religiosa, representación, arte, le habría encontrado sitio en su comprensión. Como la única forma digna que su “mono desnudo” ha encontrado para matar otro animal y purgar así la culpa original de ser la fiera suprema, la parlante, la calculadora, la polucionante, la depredadora, la segregadora que urde trampas y anatemas.
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