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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 11 de noviembre de 2022

El trato de MAESTRO es algo muy serio / por Paco Cañamero

Santiago Martín ‘El Viti’

Para ser maestro no hace falta haber sido figura del toreo, ni tan siquiera torero de relumbrón. Maestro es quien enseña por sus formas e interpretación, deja escuela y la gente se fija en él, aunque de muchos ni se acuerde la gran masa.

El trato de MAESTRO es algo muy serio

Paco Cañamero
Duele ver cómo se ha tirado por el desagüe la expresión de maestro y ahora se denomine así a cualquiera que simplemente sea matador de toros, rompiendo algo tan sagrado en la liturgia taurina. O un sello de garantía en la profesión y que nunca se debe perder entre quien ha hecho méritos para gozar de tal distinción, hoy perdida entre la confusión de vaivenes que asolan a la tenebrosa noche del toreo. ¡Qué daño están haciendo toreros fracasados o veteranos en labores de apoderados y orientado mal a muchachos a los que no saben explicarle la grandeza y verdad del toreo! ¡Qué daño histórico le hacen al sagrado arte de la Tauromaquia!

Para ser maestro no hace falta haber sido figura del toreo, ni tan siquiera torero de relumbrón. Maestro es quien enseña por sus formas e interpretación, deja escuela y la gente se fija en él, aunque de muchos ni se acuerde la gran masa. Por ejemplo hubo un torero gitano del pueblo de Camas llamado Salomón Vargas sin apenas relieve, aunque quedó el gusto y la torería de la que hacía gala. A Salomón -hermano de Gitanillo de Camas, tío del malogrado peón Ramón Soto Vargas y emparentado con el actual Oliva Soto- la gente lo llamaba ‘maestro’, pero además con reconocimiento, porque en sus honores está el de haber enseñado a torear de capa a dos toreros tan distintos y geniales como fueron Curro Romero y a Paco Camino. Después Camino ya se perfeccionó con Vicente Vega, hermano de Gitanillo de Triana, gloria del lance a la verónica.

Maestro fue Manolo Escudero, al que un cornalón quitó en el momento de irrumpir a figura. Pero tenía tal maestría con el capote del que todo el mundo quería imitar sus lances. Maestro del temple fue Dámaso González y otro Dámaso -Gómez-, que murió casi olvidado, fue otro maestro grande; como el maestro del toreo al natural ha sido Antoñete, mientras que del empaque y la prestancia lo tuvo en Antonio Ordóñez; maestro siempre fue Rafael Ortega, pero a la hora de matar nadie lo hizo como él. O la inteligencia de Luis Miguel. Y hubo más, antes y después. ¿Verdad, Pedrés? Porque Pedro Martínez fue la raíz de grandes toreros que vinieron después, Dámaso, Ojeda, Manili… Y es que claro que los hubo, pero estos son ejemplos de este artículo escrito desde la desazón que sentida con el abusivo uso de ese término.

Curro Vázquez y Juan Luis de la Rosa, en una tarde toros en Almería.

No hay nada más bonito que a un torero lo llamen ¡maestro! si de verdad y lo merece. ¡No la frivolidad actual! Le ocurre a Santiago Martín ‘El Viti’, relevancia torera y señor allá donde está que tiene la máximas consideraciones logradas sobre las arenas de los ruedos; o Andrés Vázquez, que dejó impronta de muchas cosas y ambos de torear siempre con la espada de verdad, que muy poquitos lo han hecho desde que Manolete trajo el fraude de la ayuda alegando una lesión en la mano. Como hace en esta época Juan Mora, torerazo que es el verdadero prototipo de lo que es un maestro en esta segunda década del siglo XX.

Maestro es Julio Robles, símbolo de una época. Robles fue uno de los diestros más completos y artistas de su época, cuyo legado sigue vivo, sellado a su personalidad y donde se siguen mirando tantos profesionales en el reflejo de sus aguas. O el Niño de la Capea, siempre con tanta ambición por llegar, por crecer y por ser cada día mejor torero, hasta poseer un dominio y un temple que fueron estandartes de una carrera que durante toda su trayectoria discurrió con el sello de figura.

Los maestros son muchos más si están apoyados por la leyenda más allá de su aportación. Como una faena cumbre de la que habla todo el mundo. Pero sobre todo aportar, haber amado la profesión, buscar los canales de verdad y la pureza, también ser consecuente con la responsabilidad. No creo que entre en un lugar Julio Aparicio -cuando lo digo a secas me refiero al padre- y nadie lo llame ¡maestro! cuando ha sido capaz de torear tan bien y con tanto poderío, incluso a su hijo del mismo nombre, que fue el exponente del pellizco, pero le faltó continuidad, aunque dejó para la posteridad una faena histórica en Madrid. La del toro ‘Cañego’ en San Isidro de 1994 donde brotó la inspiración para regalar una obra perfecta. En aquel San Isidro otro maestro, Curro Vázquez, dejó la impronta de su calidad en dos faenas para enmarcar, una a un Alcurrucén y otra a un Valdefresno.

Hoy llaman maestro a cualquier torero que se ha vestido de luces en un claro desdén a lo que es un orgullo de la Fiesta. Ser maestro es algo grande de verdad y desde luego un título íntimo tras haber marcado y dejado una huella en el más hermoso de todos los artes. En el de la Tauromaquia.

Rafael de Paula

Perdón a tantas maestros que se me olvidan, que los hay y grandes. Pero esta columna está para denunciar que ahora llaman maestro a todo aquel que se viste de torero. Incluso hasta algunos que hicieron daño a la profesión hoy son distinguidos con el título de ¡maestro! en otro abuso que tiene gran parte de su culpa en los propios profesionales. Porque muchas veces tiran, con desdén, la gloria de la profesión al desagüe. Al no cuidarla y provocar la tienen la confusión de vaivenes que asolan a la tenebrosa noche del toreo.

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