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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 24 de noviembre de 2013

Tres toreros de leyenda, seis anécdotas / Rosario Pérez



 Tres toreros de leyenda, seis anécdotas

Si Joselito y Belmonte protagonizaron la edad de oro de la Tauromaquia, antes, en y después de ese momento cumbre la figura de Rafael El Gallo fue muchísimo más que su comentadas "espantás". De hecho, los dos hijos de dos Gabriela Ortega formaron con el Pasmo de Triana un trío que, además de muy repetido en los carteles, formaron la columna vertebral de las distintas concepciones del toreo que convivieron en la época. Con su buen estilo habitual, Rosario Pérez ha rememorado en ABC seis anécdotas muy significativas de la personalidad de cada uno de ellos. Es un trabajo ameno, que tiene como fuente "Las Taurinas de ABC" –-un libro que debe ser de cabecera--, constituyen un verdadero retrato de tres personalidades irrepetibles.
Rafael el Gallo, en seis genuinos pasos

1. El día que Rafael el Gallo no pase por la calle de Tetuán, no se verá en Sevilla ningún torero. Se podrá tener noticia por los carteles de que en Sevilla hay todavía toreros, pero no se verán, como no se vería Sevilla desde el tren a lo lejos, si se hundiera la Giralda. 
(«El Gallo y la Giralda», por Gregorio Corrochano, 9 de octubre de 1957).

2. ¿Qué pensará el Gallo cuando vea que hoy se pierde o se hace como que pierde la cara a los toros? Eso de torear mirando al tendido (de reojo al tendido y de reojo al toro) es vulnerar las reglas de toreo, porque el Gallo tenía razón en su temor: sin ver al toro no se puede torear, aunque algunas veces parezca que lo hacen, como si jugaran a la gallina ciega con el toro (...). El valor no está en volver la cara a ninguna parte, sino en mirar muy atentamente al toro, verle venir, esperarle con tranquilidad y torearle». 
(Gregorio Corrochano).

3. Lo primero que vemos en el cuarto de Rafael, al entrar, es un chino. Después resulta que es el propio Gallo. De espalda, con un amplio pijama azul, la calva y la trenza colgante, la ilusión perfecta. Antonio, el mozo de estoques, grueso y maduro, locuaz, todo de gris, gorra y traje y pelo, va y viene. El Sr. Gómez se dispone, al fin, a vestirse. Mientras se descalza entablamos un breve diálogo. Porque nosotros comprendemos que nuestro deber es hablar de toros con cierto entusiasmo. Antonio explica que los de la corrida anterior eran muy grandes.

-¡Claro -balbuceamos-, con este nuevo reglamento!

-Sobre todo, señor -dogmatiza Rafael, arrancándose los calcetines-, que los toros han de ser mirados como los caballos de carreras: tienen que tener sangre, finura... Nos echan toros normandos.... 
(«El vermut del maestro», por Wenceslao Fernández Flórez, 16 de abril de 1917).

4. Rafael el Gallo, que ha sido un torero muy clásico y que toreaba muy cerca, cuando toreaba, las apartaba con la mano. Una vez, en Valencia, donde tanto gustaba su toreo, al apartar con la mano una banderilla que caía sobre el testuz, le gritó zumbón un huertano, en valenciano: «Si le has de dar en el cuello, ¿para qué te estorba?» Rafael sonrió y, por complacer a su partidario, pinchó al toro en el cuello. Para entrar a matar a paso de banderillas no estorban las banderillas». 
(«El peligro del inútil tercio de banderillas», por G. Corrochano, 27 de junio de 1954).

5. Un 17 de julio, el del año 1882, Madrid ofrecía datos para la partida de nacimiento de un niño que, al brillar en las filas de la torería, sería tenido por arquetipo de lo sevillano. El documento judicial señala la casa natal, sita en la calle de la Greda, que hoy se llama de los Madrazo. Se derramó sobre la cabeza del neófito agua de la pila bautismal de la parroquia de San Sebastián y se le impuso la sal al propio tiempo que el nombre de Rafael. De estirpe torera sevillana, por el padre, Fernando el Gallo, de raíz gaditana por la madre, Gabriela Ortega, Rafael Gómez, que luego heredaría el alias paterno, fue llevado a vivir a la plaza de Matute, y dos años después, hasta ahora, a Sevilla. 
(«Tres cuartos de siglo de Rafael el Gallo», por Selipe, 17 de julio de 1957).

6. Cuando andaban por los ruedos D. Luis Mazzantini, el Algabeño, Antonio Fuentes, Montes, Manchaquito y Vicente Pastor, entre otros lidiadores que se enfrentaban a toros de respeto y poderío, entre la dureza de un toreo predominantemente seco y recio, apareció la gracia señera de Rafael, que rechazó catalogaciones y excedió las estrecheces de las escuelas. Sus suertes no se comprendían en lo definible: ni sus actuaciones dentro de lo regular: era imposible encasillar en netas cuadrículas el garbo relampagueante ni sujetar a predicciones los inequívocos alardes de valor ni los celebrados eclipses del mismo. Tan genuinamente único era Rafael el Gallo que anduvo solo y revistió de inverosimilitud su imitación. Al lado de la gran pareja de astros de primera magnitud, de Joselito y Belmonte, Rafael vio su carrera diversa entre los polos de clamores hiperbólicos y de desastres ruidosos. No le estorbó el brillo más radiante porque él supo aureolarse de fulgor esplendoroso, ante el que se rendían joselitistas y belmontistas. 
(Selipe, 1957).

Seis divinidades de Joselito

1. No se utilicen nuestras confesiones en calidad de cimientos a la mayor gloria de Joselito. Ningún muchacho intelectual alcanzó, como el espada gitano, los dones de las divinidades. Norabuena y noramala. Pero nosotros, que nos atreveríamos a alistarnos en el concurso si se llegase a querer controlar la afirmación anterior, no cambiaríamos una de tantas modestas gacetillas que suscribe nuestro nombre por la apoteosis del gran matador de toros. Cuando muramos, la Patria tendrá que reconocer el sacrificio en bien de la colectividad. Joselito, en cambio, contribuye a su descomposición. 
(«Joselito o la maravilla», por Federico García Sánchez, 4 de julio de 1914).

2. Porque alguna vez todos hemos dicho «el día que yo me muera...» Y pensaba la vanidad del amor en la herencia que dejaríamos de claridad de juicio en ella y el adorno de nuestra memoria en su hermosura un día ciega para vernos el trajecillo lucir. Y el torero-epitafio de los gritos en Talavera, Faraón que duerme en Sevilla- también pensó entre el mimo del pueblo en ese día en que uno se muere. Lo tuvo todo: la gloria del gitano, rumbo, dinero, el oído con música y el sueño con vela, la vida jaleada y un cortejo de llanto y laurel para su muerte. Pero él no pensaba en estas cosas, sino en esas sombras que uno ha pensado conmover, como un Cid ganador, hasta después de muerto.
(«Con el traje de luces», por César González-Ruano, 19 de diciembre de 1933).

3. No terminaré sin reconocer que la frase del patio [Joselito torea en el patio de su casa] no es mía. Tanto éxito ha tenido, que estoy obligado modestamente a reconocerlo. No me gusta apropiarme éxitos ajenos. Yo no he sido más que un intérprete; si queréis, un plagiario. Y como los intérpretes, al final de las comedias, me adelanto respetuosamente y digo: .«La frase es de Gallito». Para él todo el éxito. De Gallito, que cuando se enteró en una ocasión que Sánchez Mejías estaba al habla con la empresa de la Maestranza le dijo por todo argumento para hacerle desistir: «¿Pero vas a torear en el patio de la casa de Belmonte?»
(«El patio de la casa de Gallito», por Gregorio Corrochano, 11 de octubre de 1919).

4. Algunas cosas, muy pocas, han cambiado. El Hotel Europa, donde almorzó, es hoy una tienda de tejidos. -De aquí salió -nos dicen- para ir a la plaza. Iba vestido de grana y oro. Algunos dan detalles. Dicen que comió una paella. Él y sus amigos estaban alegres -afirman-. Habían venido en el tren gastando bromas por los pueblos. Y hay también la leyenda de la disputa de José con un camarero que le echó una maldición: -¡Así te mate un toro esta tarde! 
(«Evocación de Joselito», por Agustín de Foxá, 20 de mayo de 1945).

5. El público asintió en que José Gómez Ortega fue el torero por antonomasia: torero ab ovo, por tradición y por devoción, por influjo de su estirpe y por impulso de su deseo; torero y sevillano por dentro y por fuera; en el campo y en el ruedo, en la vida y en el oficio; torero en la carne de su espíritu y en el indumento que se vestía en su carne; torero que unía la pujanza física y el conocimiento intelectivo, por recuerdo inconsciente y por sueño alucinado; que cumple y que en épocas de casualidades y de destellos pasajeros fue el acierto constante, el dominio y la gracia, la seguridad y el ritmo y era más que el milagro, porque era la sabiduría. 
(«Literatos y toreros», por Felipe Sassone, 24 de mayo de 1927).

6. El acontecimiento taurino al que asistimos es un fenómeno parecido a los eclipses totales de sol, que sólo se presentan de tarde en tarde, con muchos años de intervalo. Por esto asistimos todos los astrónomos de la tauromaquia, con los aparatos perfectamente corregidos, para calcular errores y anotar descubrimientos. Y vimos y anotamos los siguiente: que la plaza está llena; que asisten todos los toreros francos fuera de servicio; que la expectación es grande y que... un momento, señores; luego continuaremos hablando; ahora a observar, que empieza el fenómeno. 
(«Gallito mata seis toros», Madrid, 4 de julio de 1914).

Seis leyendas sobre Juan Belmonte

1. Juan Belmonte no es un torero. Es un símbolo. No se le puede definir, no se le puede catalogar. Todos los toreros, desde los más altos a los más bajos, desde los padres de la tauromaquia al último aprendiz, están perfectamente definidos y juzgados, por relación, por comparación, que es el procedimiento para establecer apreciaciones y categorías en todos los aspectos de la vida. Belmonte no tiene más patrón que Belmonte. 
(Gregorio Corrochano, 1917 ).

2. Nunca vi arte más puro, más valentía natural, más dominio, más estética. No hubo oropel, relumbrón falso, comicidad. No toreaba para el público aficionado al efectismo, sino para el toro y para él. Ni siquiera creo que toreara para nadie, me pareció más bien que puso el punto final a la brillante historia de la tauromaquia. Después de esto, nada. No hay más allá 
(Corrochano, «La del Montepío», 22 de junio de 1917).

3. No me explico, pues, cómo Belmonte, aunque hoy se encuentre en la cúspide glo de la fortuna y de la ria, puede recordar con pena aquella época en que tenía un buzo que bajaba al fondo de las aguas para buscarle el diario sustento y al que él, como es natural, procuraba abastecer siempre de aire respirable 
(Julio Camba, 4 de septiembre de 1935).

4. Conozco tres de los retratos que hizo al gran torero. Los tres reflejan lo que Juan poseyó, como torero, más acusadamente: el patetismo. Aquel patetismo, tan suyo, que comunicaba al público como de corazón a corazón se transmite el amor, la pasión, flecha que lo traspasa y deja huella indeleble. 
(Antonio Díaz Cañabate, «El Belmonte de Zuloaga», 23 de noviembre de 1957).

5. Belmonte resultaba un ejemplar en absoluto fuera de serie (...). Era el señor, el hombre de pro, el héroe doblado del discreto. Yo admiraba en él cómo llevaba su historia y con qué afilada inteligencia había hecho ventajas en lo profesional y en lo social de las contras que, sin comerlo ni beberlo, le había deparado la Naturaleza. He visto en otros dignidad como la suya, pero mayor. Jamás vi soldado menos fanfarrón. No alardeaba de sus hazañas, porque el verdadero límite las está viendo en los ojos de quienes le escudan 
(Emilio García Gómez, 14 de abril de 1992).

6. La alcoba de Belmonte es de este estilo moderno, bonito y elegante. En una mesa escritorio, colocada bajo el cuadro de Romero de Torres, hay unos cajoncitos abiertos en los que curioseamos: postales, retratos, tarjetas... -No hay cartas de gachís -dice el criado-; las cartas las rompe en cuanto las lee.

► Las versiones originales de estos trabajos de Rosario Pérez pueden consultarse en la dirección electrónica:


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