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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 29 de noviembre de 2013

Las rabietas del integrismo taurino / por José Antonio del Moral


Ponce con un alcurrucén en Las ventas

"... ya había irrumpido Enrique Ponce, quizá el más odiado y negado por el integrismo de todos los tiempos porque, tras venticinco años consecutivos en el trono del toreo, aún dura y lo que te rondaré, morena pese a sus pertinaces detractores. Ponce se les hace insoportable y les saca de quicio porque nadie logró apearle de su sitial y mira que lo intentaron y lo seguirán intentando....

Las rabietas del integrismo taurino


José Antonio del Moral
Sé de sobra que el toreo es pasión y que los aficionados de hueso colorado solemos ser naturalmente apasionados y defensores a ultranza de nuestras respectivas preferencias. Pero eso es una cosa y otra creer a pie juntillas que siempre llevamos razón. Lo que más molesta es que, quienes así son, nunca renuncian a que sus ideas sean asumidas incondicionalmente por los demás recurriendo a cualquier método para conseguirlo. Por eso siempre estuve en contra de los sectarismos taurinos excluyentes a costa de nadar contra corriente y de recibir no pocos golpes profesionales, algunos gravísimos.

Lo que digo es para discrepar sin disimulo alguno de los que piensan que el toreo o, mejor dicho, las maneras de torear tienen que ajustarse a unas formas inamovibles y que cualquier otra versión haya que condenarla y, si se pudiera, prohibirla.

Pero claro, resulta que estos propósitos – inútiles por que en la práctica jamás prosperan – suelen cambiar según las modas en boga. Lo risible es que quienes los desean siempre los defienden calificándolos de “puros”. ¡Ah la pureza del toreo, del “toreo puro” como dicen y repiten como loros¡ Pero ¿qué es el toreo puro? Todos creen saberlo y nadie lo sabe a ciencia cierta porque en cada época se pusieron modelos, a la postre, contradictorios entre sí. Desde hace 40 años aproximadamente, muchos suelen poner como ejemplos paradigmáticos del toreo puro el de los grandes artistas. Sin embargo, casi ninguno de estos “privilegiados” hicieron ni hacen, ni seguramente harán el toreo efectivo y, en definitiva, pragmático en función de las condiciones de cada toro porque para la mayoría de los llamados grandes artistas, son los toros los que se tienen que acoplar a sus maneras de torear. Y eso ocurre muy pocas veces.

No deja de resultar curioso que los amantes de la pureza sean siempre más partidarios de los toreros irregulares y acérrimos de los que casi nunca triunfan, que de los que lo consiguen a golpe cantado y con toda clase de reses.

Cada vez que escribo o hablo de esto, recuerdo lo que un viejo aficionado de Madrid muy famoso le dijo un día a su hijo, también famoso y por cierto crítico: “hijo mío, hijo mío, los buenos toreros son los que casi siempre están mal”. O sea, que en el fondo, saben que no tienen razón pero intentan imponer la suya.

Esta manera de “ver” y de “ser” de los integristas conduce incluso a la paranoia y, a veces, hasta la violencia. Nefasta actitud que no solo explicitan en las plazas con voces y hasta con insultos hacia los que no torean como ellos quieren que lo hicieran, sino que, para colmo, muestran su radical enemiga contra los que no opinamos como ellos. Nos consideran poco menos que apestados.

La crítica radicalmente integrista – la hubo, la hay y desgraciadamente seguirá habiéndola – es la principal culpable de este desvarío porque son los que predican sus propias creencias y los que más contribuyen a extenderlas hasta convertirlas en contagiosas. Es un fenómeno que podemos calificar de enfermedad o mejor llamarla plaga mental porque llegan a convertir simples opiniones en armas arrojadizas contra quienes no compartimos sus odios. Hasta parecen gozar más con el odio a los toreros que detestan y a cuantos gozamos con su toreo que de la admiración a sus diestros predilectos. Convierten así el limpio y cortés contraste de pareceres en una guerra sin cuartel que intenta la eliminación moral de cuantos se atreven a discrepar.

Y esto infecta el ambiente taurino hasta hacerlo irrespirable. Sobre todo cuando la infección pasa de las plazas de toros a los círculos donde conviven más o menos organizados diversidad de aficionados. La situación se convierte en insoportable en las peñas y clubs taurinos en las que los socios del bando integrista guerrean mediante toda clase de subterfugios y turbias maniobras para imponer sus criterios a los demás. Fenómeno que generalmente termina en graves disputas y, finalmente, en la inviabilidad de sostener la convivencia. O sea y lo que es peor, en la desaparición de la entidad como consecuencia de la decapitación moral de los que tratan de encontrar la paz. Y la imposibilidad de encontrarla provoca la huida de los moderados, hartos del conflicto. Ya han aparecido brotes de integrismo radical en Francia – la plaza de Dax es la mayor victima – y me cuentan que hasta en algún otro país europeo. Curiosamente, este es un fenómeno que corre parejo con lo que sucede muy habitualmente en el mundo de la política en donde tanto abundan el integrismo, los sectarismos y, no digamos, los nacionalismos.

Llegados a este punto, nos vemos obligados una vez más a dar la versión más abierta sobre lo que el mejor toreo fue y va siendo interpretado cada vez con mayor perfección. La que, por supuesto, han alcanzado los mejores toreros del presente: Dominar toda clase de ganado con la mayor belleza, la mayor limpieza, la mayor templanza, la mayor armonía y la mayor naturalidad posibles. Todo lo demás, es algo fútil por mucho empeño que pongan los integristas en hacer virtud de las futilidades al uso. Todas esos modismos como lo del “pico”, lo de “cruzarse”, etc, son precisamente fútiles en general porque el mal llamado “pico” y el “cruzarse” hay que utilizarlo o no según sea el toro que tengan enfrente. Imponerlo sistemáticamente sean como sean los toros es un grave error y una grosera torpeza. Por ejemplo, en la plaza de Las Ventas de Madrid los integristas suelen exigir con gritos a los mejores, hagan lo que hagan, mientras perdonan lo mismo que a los otros demandan cuando los que torean son sus preferidos. A los mejores toreros se les impide ligar los muletazos por no hallar manera de conseguirlo y, tras cada pase, tienen que cruzarse.

No hay que irnos demasiado lejos para poner otro ejemplo: Casi todos los integristas fueron curristas acérrimos. Pero yo no he visto a nadie que toree más al hilo, menos cruzado y con menos limpieza que al señor Romero quien, por cierto, tras dejar medio muertos a los toros en el caballo casi nunca daba pases completos porque al finalizarlos casi siempre le enganchaban la muleta. Eran sus partidarios los que remataban sus pases con esos oles preconcebidos y arrastrados hasta el paroxismo. Fue lo se empezó a llamar currismo e incluso lo que actualmente sucede con Morante – el morantismo – en sus tardes medianas y no digamos en las malas cuando le jalean igual lo bueno que lo regular y hasta lo pésimo con tal de que haga parecer que quiere estirarse. Y que conste que Morante es el mejor con mucho de esta clase de toreros y que a mí me encanta cuando está bien de verdad.

Los integristas se pasan la vida hablando de cosas que nada tienen que ver con lo sustancial. Y curiosamente, en cada época intentaron, intentan e intentarán dictar anatemas contra los mejores toreros. Lo he vivido y padecido durante toda mi vida.

Cuando yo era niño, todavía duraban las diatribas contra el recientemente muerto por un toro, Manuel Rodríguez Manolete. Siendo ya un mozalbete, a quienes más negaban y vituperaban era a Luis Miguel Dominguín. Todavía siendo yo muy joven y hasta que se retiró definitivamente, el diestro a batir fue el por todo grandioso Antonio Ordóñez. También le había tocado la china al más incomprendido de la historia – yo mismo le negué hasta que mi padre y el propio Ordóñez contrariaron mi radical sin razón-, Manuel Benítez El Cordobés. A Paco Camino, Diego Puerta y El Viti, los integristas de su tiempo les llamaban el “sota, caballo y rey” de la baraja y yo pensaba para mis adentros: “!pues vaya sota, vaya caballo y vaya rey…, tardará mucho tiempo en salir tres como ellos y, además, al mismo tiempo. Más adelante, a José María Manzanares padre le odiaron hasta que se retiró y aún quedan muchos que siguen odiándole. A Dámaso González le contaban los pases en cada crónica obviando sus grandes méritos. De El Niño de la Capea dijeron que parecía una máquina de coser. Y de Paquirri que era un vulgar trabajador. Tuvo que matarle un toro para que dejaran de ningunearle. Pero sus críticos más crueles, los que más le negaron, terminaron demostrando lo cobardes que eran porque no se atrevieron a asistir a su entierro en Sevilla que fue el entierro más grande y sentido que yo he visto en mi vida. Justamente sucedió durante el breve aunque importantísimo y trascendental periodo de Paco Ojeda, a quien el líder del integrismo de entonces calificó de “saco de patatas”. Le siguió en el mando Espartaco. Otro odiadísimo por los integristas porque tuvieron que aguantar su mandato durante siete temporadas consecutivas. A César Rincón le admitieron alborozados en su primer año de gracia, pero luego, los mismos, intentaron machacarle. Por entonces ya había irrumpido Enrique Ponce, quizá el más odiado y negado por el integrismo de todos los tiempos porque, tras venticinco años consecutivos en el trono del toreo, aún dura y lo que te rondaré, morena pese a sus pertinaces detractores. Ponce se les hace insoportable y les saca de quicio porque nadie logró apearle de su sitial y mira que lo intentaron y lo seguirán intentando. Cuando irrumpió el último de sus más importantes contrincantes, José Tomás, creyeron que el de Galapagar sería el que acabaría con el valenciano. Fue en sus mejores campañas de los años 1097, 1998 y 1999. Las que nunca logró repetir. Pero Tomás tampoco consiguió destronar a Ponce. Más bien al revés y eso desespera a sus sempiternos contrarios. Ahora mismo, los principales hombres a batir son El Juli y, sobre todo, José María Manzanares hijo, que por ahora es la última víctima de los integristas. Ganas de seguir haciendo el ridículo.

No por casualidad ni por dichos sino por hechos contantes y sonantes, todos los aquí nombrados fueron y son las máximas figuras de sus respectivos tiempos. Por eso, a los integristas de cada periodo siempre les compadecí y les seguiré compadeciendo. Nunca se salieron con la suya. Pobres. Lo que dan es pena.

***

2 comentarios:

  1. Don Del Moral nos la montó en plan futbolero. Aquí no se es de nadie y se es de todos porque se es "del que lo hace". Algunos no lo han hecho nunca como ese malhadado Juli, otros algunas veces, como Manzanares, y otros como Ponce casi siempre. Pero don Del Moral olvida en la largo escrito la otra parte de la ecuación: el toro, y ahí sintoniza con la corriente mayoritaria que apunta al esteticismo contra el toreo, que nace de vencer al propio miedo. No mentimos si decimos que las mejores faenas que hemos visto a Ponce son aquellas en que ha demostrado su increíble poderío con toros dificilísimos, como también es cierto que jamás hemos visto a Juli con toros que impongan miedo o respeto.

    Salvador Vigil,

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  2. En un país tan desdichado y sin pulso como esta querida España actual,salen ahora quienes como el cordobés I y este del Moral entre tantos listillos, parecen querer aprovecharse de esta circunstancia arrimando el ascua a su sardina .Pero no cuentan con que esos integristas denostados, tienen memoria y en general conocimiento de lo que hablan.Sin "kilos" ni almohadas,ni "ismos" que valgan.
    No hay nada más indecente que un crítico "ista" que quiera dar lecciones de ecuanimidad y conocimiento y un bufón por muy de Córdoba (Palma del Río) que sea.

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