Nunca me he sentido más hombre ni más español que cuando he vestido ese uniforme y no puedo permanecer callado cuando se le ofende porque hay juramentos que obligan hasta el último día.
En defensa del Ejército
Cabo honorario de la Legión
Reconozco que el asombro casi ha desaparecido de mi esfera mental acostumbrado a contemplar la política española como una sucesión inagotable de mediocridades, impulsos irracionales, odios contenidos y rencores ocultos.
El último episodio, por ahora, de esta decadencia nacional lo constituye la intolerable ofensa de la alcaldesa de Barcelona a nuestras fuerzas armadas. Desconoce esta “preclara” política catalana –o lo conoce demasiado bien- que un pueblo no puede vivir sin su Ejército, que vertebra y encarna siempre las mejores virtudes de su identidad nacional. Una nación sin ejército no es nada. La sangre derramada, la abnegación, el sacrificio personal, el espíritu de servicio y la ofrenda de una vida rechazando la comodidad, son señas de identidad de quienes visten el uniforme militar.
Nunca me he sentido más hombre ni más español que cuando he vestido ese uniforme y no puedo permanecer callado cuando se le ofende porque hay juramentos que obligan hasta el último día.
La ofensa incalificable de esta alcaldesa alcanza límites insospechados, bravuconerías de burdel, desprecios de almas insanas. Como español, me siento orgullosamente representado por el ejército y me siento insultado sin poder responder adecuadamente a tanta desfachatez.
¿Qué clase de vergüenza le queda a la Sra. Colau para desairar así una institución que a todos nos representa? ¿qué clase de gobierno, qué clase de medios de comunicación tenemos incapaces de responder a esta mezquina ofensa con una condena rotunda?. ¿Imaginan las consecuencias de una ofensa igual en Estados Unidos, en Francia o en Gran Bretaña?
No nos equivoquemos. Vejando a ese uniforme no se pretende otra cosa que insultar a toda una nación, porque saben bien que su sola existencia garantiza todavía que España no pueda desaparecer del todo. Porque entre sus paredes se sigue pronunciando el nombre de España con unción y se cultivan el honor, la disciplina y la lealtad. Confieso que me siento abrumado por el desengaño porque nunca creí que llegáramos a contemplar la institucionalización de la chulería, la normalización de la zafiedad. No es posible permanecer indiferente ante tales hechos y no entiendo la indulgencia ante tanta provocación.
Sé que los muertos de mi propia familia, que son muchos y que honraron ese uniforme, me agradecerán que pronuncie mi grito de rebeldía y de indignación. Dios que ve y contempla a un pueblo como el nuestro a punto de desustanciar su historia juzgará algún día a quien se ha caracterizado por su indignidad y su desprecio ante el baluarte de un ejército al que yo desde estas páginas rindo mi homenaje y ante el que me cuadro con la misma emoción que lo hice cuando tuve el honor de vestir su uniforme.
Sé que muchos soldados habrán sentido como yo ante tamaño desafuero un estremecimiento cordial. Nuestro corazón apenas es capaz ya de resistir la infamia de tantos insultos continuados, de tanta falta de dignidad por quién se ha permitido ofender a vivos y muertos de una institución que en todo momento, con gallardía y limpieza ha estado dispuesta a darlo todo por salvar el honor de España.
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