- REAL MADRID
- MALLORCA
Predrag Rajkovic, Pablo Maffeo, Jaume Costa, Nastasic, Antonio Raíllo, Martin Valjent, Íñigo Ruíz de Galarreta (Clément Grenier, min. 59), Daniel José Rodríguez Vázquez (Antonio Sánchez, min. 59), Vedat Muriqi (Junior Wakalible Lago, min. 78), Kang-In Lee (Abdón Prats, min. 78), Rodrigo Battaglia (Iddrisu Baba, min. 53)
- GOLES
0-1 Vedat Muriqi (34'), 1-1 Federico Valverde (47'), 2-1 Vinicius Júnior (71'), 3-1 Rodrygo Silva de Goes (88'), 4-1 Rüdiger (92')
Árbitro: Jorge Figueroa Vázquez
Matija Nastasic (15'), Pablo Maffeo (24'), Ferland Mendy (24'), Federico Valverde (34'), Antonio Raíllo (38'), David Alaba (80'), Martin Valjent (85'), Antonio Sánchez (85')
Las dudas que despertaba la ausencia de Benzema fueron despejadas individualmente con tres pronunciamientos generacionales.
Valverde empezó a ganar el partido en Glasgow y tomó el del Mallorca como algo personal. Era el minuto 47, el Madrid languidecía incapaz de abrir el cerrojo de Aguirre, y Valverde cogió la pelota a la altura de la defensa, en el inicio del carril del interior. Apretó la carrera, superó con su turbo la débil defensa de los tres medios rivales, cruzó el campo entero, perfecto 'box to box', y al llegar al área, ante el balcón de los cinco defensas, se perfiló y la clavó con un zurdazo violento y preciso por la escuadra. El gol le resumía: interior lateral que culmina. Fue una decisión, una concentración de energía y un gesto técnico, un puñetazo en la mesa del partido, como si antes del descanso quisiera mostrar su disconformidad con lo realizado. Como el voto particular de un juez discrepante.
Valga el símil, el empate hacía en ese instante justicia relativa a la primera parte. El Madrid había tenido la pelota, pero su dominio no fue del todo inteligente. El partido era perfecto para ver ciertas cosas. El Mallorca juega con un 5-3-2 que en realidad es un 5-4-1 y lo hace sin complejo alguno, como antes se jugaban estos partidos. No hay 'propuestas', ni zarandajas. Todos atrás. Eso sí, con una buena delantera.
Ese cofre lo tenía que abrir el Madrid con Hazard, Kroos de cinco y dos extremos.
El Madrid primero se sobrepuso a cierta indolencia inicial (la hora era mala), y comenzó a armar el juego por la izquierda, con Alaba de mediocentro efectivo. Pero todo se volcaba por ese lado, como si el campo estuviera doblado. Ahí concurrían Ceballos, Vinicius y Hazard, bajando tanto o más que Benzema. Se apelotonaban los futbolistas, los espacios se consumían y no había el suave balanceo de banda a banda de Kroos. El Madrid era cojo, la derecha estaba inhabitada e incluso se iban a la izquierda Valverde y Rodrygo.
El mayor peligro, como sucede habitualmente, vino de la conexión entre Alaba y Vinicius, con ese espacio sorprendente que entre los dos consiguen; pero el fútbol del Madrid acababa consistiendo en chuts lejanos, el fogueo testimonial ante el imposible encaje de bolillos por la zona del 10, que querían ser todos. Intentaban caños sucesivos, regates de miniatura, virguerías imposibles...
Lo intentó Rodrygo de modo personal en el minuto 19, demostrando que era lo más vertical, queriendo ya ser 9. Pero al hacerlo desalojaba aún más la derecha, mataba más los espacios y en este jeroglífico un poco sesteante, como si al Madrid le faltara el oxígeno neuronal en el instante de la cabezada, llegó el gol del Mallorca. Balón parado: falta que saca Kang-In Lee y remata poderoso al segundo palo Muriqi ante el estupor de Mendy, desorientado como un muñeco de videojuego que ha perdido el oremus.
El Mallorca pegaba con su buena delantera, algo que le estaba faltando al Madrid. Hazard, muy comprometido pero siempre de espaldas, hacía como de saco de trinchera donde se debían posar los fusiles del mediocampo, perdidos en el birlibirloque de dos baldosas.
Y cuando todo esto se rumiaba con cierta irritación, con la necesidad apremiante de un café, llegó lo de Valverde y su jugada-manifiesto. Una acción estrictamente personal y más bien marciana que volvía a meter al Madrid en el partido.
El show de los brasileños
La dificultad del Mallorca se mantuvo tras el descanso, pero el Madrid presionaba más, robaba todavía antes, su fútbol se hacía asediante y se equilibraba con el campo más abierto. Los chuts lejanos continuaban pero como por turnos, como si cada jugador tuviera un vale o la obligación de intentarlo.
Hacía falta algo y se movió el banquillo: Modric dentro, Hazard fuera, Rodrygo de nueve y Alaba de lateral. Como cuando se toman rehenes en un banco y llegan los cuerpos especializados para el asalto. El Mallorca estaba dentro, su área era el banco, y el Madrid rodeaba su perímetro de policías. «Entréguense», decía Ancelotti con su megáfono, pero el Mallorca estaba fuerte y aun sorprendía en alguna contra.
Las ocasiones no llegaban para el Madrid y además su ritmo bajaba y de nuevo una acción muy personal y muy vertical cambió las cosas. Rodrygo se fue directo al área y se la dejó con cuidado a Vinicius, que fue el nueve real del Madrid: en lo pequeño, en el área, recortó y colocó, no solo con serenidad, con una suavidad que, aunque suene a herejía, recuerda a Romario. Una suavidad económica, sintetizada. Ese doble movimiento de llevarse al rival y colocar ante el portero, con solo dos toques, no es ya el del extremo lúcido, es el del delantero de área. Si Valverde es el dos que se hace seis que se hace ocho, Vinicius es el extremo que arranca desde el diez y acaba siendo el nueve. ¿Y si en ausencia de Benzema el nueve es él? El equipo recibiría menos 'violencia táctica': Rodrygo en su sitio y el resto igual.
O viceversa. Juntos los dos. Porque poco después, con el partido ya dormido y controlado por el Madrid (salvo el apasionado duelo de Vinicius con sus defensores), llegó el tercero. Otro golpe de genio. Rodrygo intentó que su tercer slalom directo hacia el área fuera definitivo: entró cortante desde la mediapunta regateó a uno, regateó a otro, y marcó preciso. Con esta acción quedaba clara su lugar en el once sin Benzema.
El dominio del Madrid se hizo goleada un poco cruel con el 4-1, un remate de volea de Rudiger en una falta sacada por Kroos. Pero serán los tres goles anteriores los que queden en la memoria y en la conversación del aficionado: ¿Cuál fue mejor? ¿Qué significa cada uno de ellos? Cada partido del Madrid ahora es una ocasión de ver a una generación tomando el poder. Es como lo de la Quinta, pero con una marcha más.
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