Miles de cejijuntos palurdos celtíberos, de pulseras dorás y tatuaje de Camarón en el omóplato, lamentan la muerte de una anciana que nos obsequió con el paraíso fiscal de Gibraltar y con una sutil cadena de desprecios, que van desde el viaje de bodas del actual Carlos III hasta los petroleros monocasco y los submarinos nucleares que en su rada se hospedan, por no hablar de las casas de apuestas, el narcotráfico, los lavaderos de dinero y todas aquellas especialidades propias del imperio británico, transformado ahora en una cadena global de paraísos fiscales. Los españoles somos como el perro que lame la mano que le azota. Así nos va.
En Madrid, para no perder la ocasión de figurar en los titulares, la presidenta de la taifa decidió decretar tres días de luto por el óbito de una aristócrata extranjera que no vivió en la Villa y Corte ni una semana. No se hizo lo mismo cuando pasó a mejor vida Ava Gardner, ni se le dedicó siquiera una calle, y eso que ella sí fue una hermosa, dionisíaca y mítica residente madrileña. En cambio su antítesis, Margaret Thatcher, agria, fea, sanguinaria y nada amiga de España, de la que no recordamos haber recibido ningún beneficio, goza de una céntrica plazuela que hoy insulta el centro de la capital del reino.
Nadie sabe muy bien qué etimología tiene el término Hispania, pero eso de tierra de conejos le viene al pelo. Mejor aún le vendría el de Cornudia. Tal y como está el país, quizá no sería mala solución que Carlos III nos mandara un embajador con tricornio emplumado y casaca bordada a gobernar esta aspirante a colonia de la Commonwealth. Con un poco de suerte, nos dejarán entrar en el cantonment a limpiar el bungalow de los sahibs.
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