Torillos becarios
(brevería prosaica)
Pedro Javier Cáceres
Crítico taurino y periodista
Hace tiempo que se perdió el respeto por el toro. En aras de la diversión de “la pana” todos han contribuido a una degeneración indecente del “rey de La Fiesta” que se asoma al abismo. Sálvese quien pueda.
En América el abuso raya la delincuencia taurina. Lo que cuentan, avalado por documentos gráficos, de Lima y lo que vemos, cada domingo, en “La México” raya la prostitución de un espectáculo cuyo mayor activo es la autenticidad a partir del toro.
No es que no ocurra en España y en Francia, pero al menos, en Europa, aun quedan ocho o diez hierros con escrúpulos y responsabilidad para las grandes citas —por ello, cada vez más, las figuras o les hacen ascos o los utilizan, dosificadamente, para reivindicarse en momentos puntuales- y media docena de plazas que constituyen la escasa reserva espiritual de la Tauromaquia de hoy.
En América ni existen tales vacadas ni los escenarios distinguen el de primera del gache cuando del animal se trata. Generalmente con figuras anunciadas, y ya con cualquier terna, salvo despiste involuntario.
Cierto es que el toro americano tiene problemas de selección y manejo, que es feo por lo general y cuesta rematar, pero al menos, por delante, ¡coño! quítenle dos dedos y no un palmo; que hasta ahí, muchos tragarían.
El taurinismo niega la mayor sobre esto y contraataca con que “en España lo que se hace es sacarles punta” y están mosqueados con lo de las fundas ¡mama, pupa!
Tienden los taurinos a molestarse cuando se califican las corridas como utreradas, novilladas o becerradas de los mozos y se refugian en la edad y peso reglamentario.
Pero el toro de lidia es algo más que un semoviente con cédula y registro, el coladero por el que han institucionalizado el “torillo becario”
Becarios de bovino, supuestamente de lidia, raramente encastado y si apunta bravo más preciado que la “última Coca-Cola en un desierto”.
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El Imparcial
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