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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 27 de mayo de 2015

La del Puerto. Corrida sin caballos con seis moruchos / por José Ramón Márquez


Antonio Chacón...


"... En el sexto Luque no fue capaz de poner sobre la arena de Las Ventas argumentos con que cimentar un triunfo, pues dio la sensación de que el toro quedaba por encima del torero y que se iba sin torear, acaso porque tenía unos gramillos de castita le desconcertó a la vista de cómo iba la tarde..."

La del Puerto. Corrida sin caballos con seis moruchos*

Segunda entrega del detritus lisarnasio en la Feria 2015. Hoy hemos tenido en el ruedo la antaño temida divisa del Puerto de San Lorenzo, ganadería dura y torista en los ochenta, transmutada por la real gana de su propietario, don Lorenzo Fraile Martín, en bosta ganadera, limosines de color negro, ganado de engorde, pues ni para tirar de un carro, ni para arrastrar piedras valían los endebles Puerto de San Lisarnasio. Parece mentira que de las seiscientas y pico ganaderías que hay inscritas en la Unión de Criadores de Toros de Lidia tengan siempre que echar mano de las mismas, tres de los Lozano, dos de los Fraile, dos del Montecillo... ¿es que no hay en el campo otras ganaderías como para no tener que estar comprando dos y tres corridas siempre a los mismos? Y si, al menos, dijésemos que los ganados que traen son de los que dejan la boca abierta a la afición, pues vale. Pero es que lo que traen son chotos de cebadero travestidos de toro, pobres animales inermes que dan mucha más pena que risa. Lo que hoy tuvo la desfachatez de echar en Madrid el señor don Lorenzo Fraile Martín es la más evidente prueba de su fracaso como ganadero, de su desamor a la Fiesta y de su completa falta de responsabilidad respecto del producto que cría. Los lisarnasios de don Lorenzo Fraile Martín, que ni en el tipo ni en las hechuras ya recuerdan ni en pintura a los Atanasios de los que dicen proceder, propiciaron hoy un espectáculo indecente con su endeblez, su sosería su mansedumbre descastada, su nulo interés de acometer o su ignorancia supina sobre el uso de los pitones que ornaban sus cabezas. Los lisarnasios dieron lugar a una corrida de toros sin picadores. No se les picó porque había que elegir entre que el toro se mantuviese en pie o que se fuese a ser despenado por la certera puntilla de don Ángel Zaragoza Gálvez, y optaron por lo primero porque les dio la gana, pero si se hubiese llegado a picar de verdad, en vez del simulacro que se ha cometido esta tarde, de los seis lisarnasios no llega ninguno al tercio de muerte, y al Presidente, don Justo Polo, le salen agujetas en el brazo de tanto sacar el pañuelo verde.

En realidad la tarde, desde la óptica del ganado, fue una tenida antitaurina de las gordas. Un espectáculo indecoroso en el que unos animalejos iban por aquí y por allí con muchísima más pena que gloria, trastabillando, como quien anda a saltitos, proclamando su ineptitud para embestir, para acometer, para recargar, para derrotar, para crecerse en el castigo, para mostrar una sola cosa que los pudiese caracterizar como toros de lidia, nacidos para el luto y el dolor. Y allí, guarecido en un burladero en el que un rótulo de color blanco anuncia que tras él se hallan los mayorales, se encontraría un hombre de campo viendo lo que había estado cuidando durante años, el destete, el herradero, las fundas, el manejo, a la que había traído a hacer el ridículo a Madrid, y acaso ese hombre pensaría en algún momento que su misión debería ser decirle al amo que la vaca fulana y la mengana y la zutana deberían irse al matadero de Béjar o al que les caiga más a mano, que así no se puede, que los toros que criaban antes imponían el respeto, el miedo, que sólo los toreros machos tenían redaños para ponerse con ellos, que hasta los mansos imponían respeto con sus caras foscas, sus badanas, sus hechuras y sus arrobas. Y el hombre, si le tiene algo de amor a lo que cría, se habrá vuelto a Tamames apenado de que seis de seis hayan sido la irrisión, y que haya que defender el honor de la divisa echando mano de unas embestidas inocentes y de unos trotes cochineros, como los de los guarros que crían para los jamones marca Puerto de San Lorenzo.

Con los lisarnasios de la divisa encarnada y amarilla se anunciaron Antonio Ferrera, Miguel Abellán y Daniel Luque, cuyo padre en cierta ocasión me invitó a un suculento café.

De Ferrera diremos que entre el marasmo de carreras, ventajas y electricidad que son su estilo en banderillas puso un par de mérito, segundo par a su segundo toro, atacando de poder a poder, con el toro parado, esperando, y reuniendo en la cara, par de exposición ejecutado con velocidad, pero es que la cosa no era como para andar parando relojes. El trasteo de Ferrera no es para estos toros bobalicones y febles, pues él necesita toro para complementar sus carencias estéticas. A mi no me gustó la barbaridad que le han cantado la faena del Victorinoen Sevilla, pero no cabe duda de que Ferrera resalta cuando hay toro, y si no que piense en su faena de Madrid al Carriquiri en 2002, la que le puso en circulación, jugándosela con un toro manso y encastado con los argumentos más sólidos: valor, verdad y torería. Con los dos de hoy, la pastilla de mantequilla Arias y la de margarina Flora, lo que hiciese tenía poco interés. Si acaso hubiese tratado de darle más distancia a su segundo, Cartuchero, número 138, acaso hubiésemos apreciado otro planteamiento, dado que el animal galopó en banderillas, pero también es verdad que en él primaba el descaste mansurrón y que es posible que al primer muletazo mandón el toro se hubiese rajado. Nunca lo sabremos porque el torero decidió organizar su faena en cercanías, con poco lustre y nula repercusión.

Lo de Abellán es algo incomprensible, sencillamente incomprensible. Le han dado tres corridas en la Feria (¡vale! dos y la Prensa) como podían no haberle dado ninguna o haberle puesto cada día. La novedad es que hoy, por segundo día consecutivo, no vino vestido de blanco y ahí se acaba la noticia, porque lo demás es lo de siempre: lo del toreo asquerosamente ventajista, el repugnante cite con el pico de la muleta, el telonazo para echar al toro bien fuera, la carrerita como quien no corre, el toro que se pasa cerca cuando ya ha pasado la cabeza, la pata bien atrás y todo el catálogo de ventajas que constituyen el antitoreo, publicitado desde los púlpitos audiovisuales, especialmente por ese nefando Canal +, como la verdad del toreo. Tres comparecencias ha tenido Abellán en San Isidro 2015 y no ha dejado en las cansadas neuronas del aficionado medio un solo capotazo, un muletazo, un adorno para la memoria. Y eso que creo recordar que hasta le dieron una oreja.

Y Luque. Una larga, fácil remate de sus lances de recibo a su primero ha sido lo más distinguido y lo más torero de toda la tarde. Luego, el Luque eterno. Uno iba esta tarde a Las Ventas con la mosca detrás de la oreja, y nunca mejor dicho, que la o las orejas de esta tarde tenían un propietario, y ese era Luque. Y se notaba que el amable público que poblaba esta provinciana Plaza Monumental apoyaba, desde el principio, al sevillano. La cosa se torció por culpa del lisarnasio, un manso mansísimo, un Ferdinando que sólo quería volver al cercado con las jaras y los tomillos y dejarse del rollo éste de la Plaza. El hombre se volvió loco de ganas que tenía de irse a la puerta de chiqueros a ver si el misericordioso don Florencio Fernández se la abría, pero no hubo forma y entre medias ahí estaba el pelmazo de Luque intentando rebañarle muletazos, sin oficio alguno para sujetarle, cuando él sólo quería volver a Tamames y cuando se volvía ahí estaba Luque otra vez, erre que erre. Un fastidio. Faena a cachitos aprovechando inercias, como si estuviese con un perro grande. Lo mató a la última, un quinario. Y luego el sexto, uno de don José Luis Pereda, por haber echado al averno al taurosoufflé denominado Burganoso, número 72. El de Pereda, Cateto, número 96, no era como para llevarle a una exposición pecuaria ni a la Feria del Campo, porque el pobre de belleza andaba con la justa, con su morrillito y con su aire agalgado y algo ensillado, pero también es verdad que junto a los seis lisarnasios precedentes refulgía como si fuese el toro Civilón. Con éste, Luque no fue capaz de poner sobre la arena de Las Ventas argumentos con que cimentar un triunfo, pues dio la sensación de que el toro quedaba por encima del torero y que se iba sin torear, acaso porque tenía unos gramillos de castita le desconcertó a la vista de cómo iba la tarde. Una buena y eficaz estocada puso fin a la vida de Cateto, a las esperanzas orejeras de Luque y a la olvidable corrida.
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Y la pena, también la pena por los aficionados que desaparecen. Hoy pregunté por Pascual, a quien echaba de menos desde el inicio de la Feria, y me dicen que ya no está entre nosotros. Pascual, soriano militante, seguidor fiel de José Luis Palomar, antoñetista, imprescindible sonrisa en la Andanada y compañero de abono hace muchos, muchos, muchos años, ahora ya ve la Feria a la derecha del Padre.

No me extraña que Madrid se nos vaya de las manos, si los buenos aficionados van desapareciendo.

Que la tierra te sea leve, amigo.

...hizo...

...lo único taurino de la tarde

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