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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 12 de abril de 2016

Hace 50 años El Viti se consagra en Sevilla, ante un toro de Samuel Flores


Hace 50 años fue declarada la faena de la feria


"Nada turbaba el silencio salvo el piar de algún vencejo que, en tardes toreras, funde sus trinos con el repicar de los cascabeles de las mulillas en el último tercio". escribía años más tardes Manuel Ramírez, cuando rememoró con "El Viti" la tarde majestuosa del miércoles 20 de abril de 1966, cuando al toro que cerraba plaza, con el hierro de Samuel Flores, el torero salmantino cuajó una faena excepcional, que le consagró para siempre en Sevilla. Por algo, don Luis Bollaín la cantó en estos términos: "roto de emoción y felicidad ante el toreo, ¡toreo! --el que estuve pensando durante los cinco primeros toros, mientras pensaba en Belmonte-- en versión de un hombre seco y sin "duende", que nació en Vitigudino".

El Viti se consagra en Sevilla, ante un toro de Samuel Flores

El Viti había debutado en Sevilla en la Feria del 1962, pero el éxito no le llegaba. Ni ese año ni los dos siguientes consiguió “romper”, hasta el punto que en 1965 Diodoro Canorea no le incluyó en los carteles y nadie lo echó en falta. “Era tan poco el cartel –recordaba hace unos pocos años Luis Carlos Peris en el “Diario de Sevilla”-- que el adusto torero salmantino atesoraba en Sevilla, que al invierno siguiente, un conocido radiofonista hispalense que se caracterizaba por su acidez con lo que creía oportuno abrió su programa vespertino con música fúnebre. Música que acompañó con el tañir de una campana que doblaba a muerto. Pero no se había muerto nadie, sino que el ingenioso locutor se disponía a anunciar a los cuatro vientos que S.M. El Viti había sido contratado para dos tardes en la Feria de Sevilla de aquel año de 1966”.

Con semejante ambiente llegó la quinta de feria, un 20 de abril. “¿Por qué viene Vití a la Feria? Hemos oído muchas veces esta pregunta dirigida a la Empresa. Canorea, callaba, seguro de justificarse algún día. Y ese día, tras varias Ferias, ha llegado plenamente, con la de serie de Samuel Flores, a pesar de que ésta no ha acusado gran casta y ha estado remiso en la acometida”, se podía leer unas semanas antes en “El Ruedo”.

Pero en ese 20 de abril cambiaron por completo las tornas, de grana y oro el vestido de El Viti. Y en el número del 26 de abril (el nº 1.140 de la colección del semanario), Don Celes escribía en “El Ruedo”: “Era la faena perfecta, ante la obra más acabada y redonda, faena basada en lo fundamental con el aditivo de unos adornos que iban del afarolado al molinete o que mutaba el pase de pecho por una trinchera que sabía a gloria... y a Juan Belmonte”.

La recreación por el torero, años después

A punto de cumplirse 35 años de aquel día mágico, el inolvidable Manuel Ramírez escribió el 13 de abril de 2001 un colosal articulo en ABC, recordando mano a mano con Santiago Martín y en el ruedo maestrante aquel momento sublime. De ahí se toman estos tres párrafos que no exigen explicación alguna:

“El otro día bajó Santiago desde su Salamanca del alma a torear el toro de la conversación a la verita casi del ruedo maestrante llamado por el Aula Taurina para dictar la lección torera de sus maneras y, antes de empezar a hablar, allá que nos fuimos al ruedo a buscar, desde el pensamiento, aquel toro de Samuel y esos pocos metros cuadrados de albero, entre el «siete» y el «nueve», entre la puerta de arrastre y la música, que le bastaron a Santiago para redondear su antológica faena.

Poquito a poco, como con andares de paseíllo, se fue acercando a ese terreno y uno veía en su semblante esa mezcla de gestos que no se saben si están más cerca de la emoción que del sentimiento o arrimándose a la nostalgia o templando sensaciones para que los repelucos de la pasión no se le desbordaran en lágrimas. Y allí, en el silencio vacío de una plaza que sigue igual de callada cuando se llena, recordábamos los afarolados con la muleta en la izquierda, los interminables pases de pecho, larguísimo naturales y hasta ese detalle, que en muchas otras plazas no se aquilatan y aquí son de oro puro, de mirar, como hizo aquel día, despaciosamente, como todo lo que realizó, a la música y, con un leve gesto, indicarle que parara cuadrando al toro para buscarle la muerte recibiendo.

Cinco veces, seis si contamos la media que redondeó la suerte, pinchó Santiago como si el toro, que había sido de yema de San Leandro, hubiera tenido huesos en todos sus adentros. A cada intento, una ovación mayor; a cada encuentro, más humo echaban las palmas. Y, cuando aquel toro cayó, Santiago tuvo que dar una vuelta al ruedo y hasta le pidieron otra más porque todas parecían pocas. Y allí hablamos, a la verita misma del burladero de matadores, de lo que significa para él Sevilla y la Maestranza como templo del temple, como sensación permanente, cuando se entra en ella, de sentir que a uno lo sienten e ir desgranando, con el mirar perdido en el horizonte de su imperfecta redondez arquitectónica, la perfección sublime de lo bien hecho”.

Así la contó don Luis Bollain en el diario "Sevilla"

Si nos vamos a las hemerotecas, obligado resulta comenzar por una crónica magistral, como siempre acreditó en sus escritos, de don Luis Bollaín, publicada en el diario ya desaparecido “Sevilla”:

“Viti, con la muleta en la mano, ante un toro que ha crecido --que se ha crecido-- y que está en el punto justo de embestida ejemplar.

¿Faena “de antología”? Esto se ha dicho muchas veces. El calificativo está muy desacreditado. Pero es que, de verdad, la faena de Viti es antológica. ¿Faena “indescriptible”? También éste es término que se aplica, con alegre superficialidad, incluso a loe engendros antitoreros y mentirosos que hoy nos abruman, y nos aplastan y nos tienen estragado el estómago. Pero es que yo juro, “con la mano puesta en el corazón y la mirada en las alturas” --como dijo en ocasión memorable un famoso cronista de antaño--. que la faena de Santiago Martin --¡«SU MAJESTAD», señores, y qué majestad la suya!--, no puede describirse.

Viti, ayer, recreándose, transfigurándose, encendiéndose en inspiración de toque divino, levantó sobre el albero de la Maestranza --¡que ya es un pedestal!-- uno de los más grandes monumentos toreros que hayan podido saborearse desde que la historia del toreo se puso en marcha. Contradiciendo el falso «arte de torear» que

hoy impera, contradiciéndose a sí mismo en tantas otras faenas --la de su primero, sin ir más lejos--, que yo le he censurado con severidad por lo que encerraban de amaneramiento y falta de estética, ayer nos dio Santiago el más limpio, el más ejemplar baño de torería.

Frente al encimismo, la distancia justa al citar y al pasarse el toro. Frente a la monotonía, la variedad. Frente al adocenamiento de los pases sueltos, “programados” ya desde el hotel, la faena ligada, consecuente, arquitectónica, que va surgiendo allí mismo, al toque mágico de una genial inspiración. Frente a la chabacanería, la elegancia. Frente a la constante enmienda de pies, el prodigioso juego de brazos que permite a los pies no moverse. Frente al pase de pecho preparado, el pase de pecho ligado sin enmienda --sin solución de continuidad-- con el natural anterior; formando un solo pase con ese natural anterior. Frente al pase de pecho... “de costado”, el pase de pecho.., “de pecho”. Frente a los pies juntos, la suerte cargada; pero cargada como es de ley; avanzando, primero, la pierna contraria, y adelantando, después, la pierna de salida. Frente al deiar cerca, llevar lejos. Frente a la faena pasada --y pesada--, la faena de medida justa. Frente a la sacudida de latigazo, el temple exquisito. Frente a lo forzado, lo natural. Frente a la violencia y el descompás, la cadencia y el ritmo. Frente al toreo “circular”, el toreo en arco tenso, pero abierto...

No; no puede describirse. Es más: creo que una descripción, un decir que la faena se compuso de tantos pases naturales, y tantos afarolados, y tantos de pecho, y tantos con la derecha, y tantos de trinchera... es desvirtuarla; es tratar de ofrecer, en artificioso aislamiento --un pase, más otro, más otro...-- !o que de ninguna manera estuvo aislado; lo que fue un maravilloso bloque, un cautivador “conjunto monumental”. Porque cada pase cristalizaba en. el siguiente; cada pase, venia engendrado en las entrañas del anterior.

Y para final, la suerte de recibir ejecutada cinco veces con una limpieza y una derechura admirables. Nos perdimos, por esta mala puntería, el espectáculo de un delirio de toda la plaza, que no sé a qué grado habría podido llegar. Pero a mí, particularmente, esta desgracia --vamos a llamarla así-- no me hizo mella. Más bien me produjo alegría; porque me permitió saborear cinco veces una suerte hoy en desuso, a la que Viti daba gran realce.

Espectáculo inenarrable, en la Maestranza. Y la Maestranza --tan coto cerrado, al decir de muchos, para los toreros “de Despeñaperros para arriba”--, absorta, subyugada, entregada con frenesí al gigante de la quinta de Feria. Pero con frenesí de paladeo ante lo selecto y sublime, bien lejano de ese otro frenesí histérico de barricada antitorera.

Y yo, tan poco adicto a Viti de cuello largo y torero corto, de cite frontal adulterado, de sosería y desangelamiento..., roto de emoción y felicidad ante el toreo, ¡toreo! --el que estuve pensando durante los cinco primeros toros, mientras pensaba en Belmonte-- en versión de un hombre seco y sin “duende”, que nació en Vitigudino”.

La versión de Díaz Cañabate, en ABC

En su crónica para ABC don Antonio Díaz Cañabate tampoco se quedaba corto en elogios. Escribía sobre esta faena:

“Fue su faena una faena completa, la más completa que he visto en estos últimos tiempos de la monotonía imperante, de la rutina sin imaginación. Variadísima desde sus pases iniciales por alto, por bajo, adornados con un garbo ni andaluz ni castellano, sino de flor de la gallardía, del ramillete de la gentileza. Esta es la faena que vengo propugnando desde hace ya diez años. Esto es lo que era antes el toreo y lo que debe ser el torero. La unidad en la variedad. El adorno combinado con la seriedad. El buen gusto en cada movimiento. Sin pausas, sin baches, sin garambainas efectistas. La pureza del toreo y el realce del ornato. Pases que se enlazan, que se suceden en un fluir de manantial. ¡Qué lastima que no la viera toda España a través de la televisión! Faena ejemplo para la obcecados por una propaganda engañosa y encubridora. Faena que nos da la razón a los que combatimos los vicios del toreo actual. En ella los dos pases tuvieron su sitio. Pero, ¡qué sitio!, el adecuado, sin exclusividad fatigosa, sin pesadez abrumadora. Faena trabada, como concebida no por la inspiración momentánea, sino por el reposo de la meditación. La victoria de “El Viti” es la victoria de la razón contra el ofuscamiento”.

La narración de “Don Celes”, en “El Ruedo”

Por su parte, Celestino Fernández Ortiz (Don Celes, en la crónica taurina”) la contó en estos términos:

“La gran faena, sin embargo --la faena de la Feria, seguramente--, sucede en el que cierra plaza. Algo memorable, que quedará. De ella se ha hablado y se seguirá hablando. Una faena medida, justa, elegante, inteligentísima y de un estilo magnifico, en el que se han conjugado la sobria eficacia de los pases fundamentales a un ritmo lentísimo, con granos de auténtica sal. La sal de la estética limpia, desnuda. La alegría precisa y la técnica. Desde los pases por alto, afarolados, pasando por las tandas de ambas manos --tan naturales los de una mano como los de otra-- para culminar en el paradójico fracaso --el de la muerte aguantando o recibiendo-- que ha sido su mayor triunfo. Por realizar un alarde, Viti pierde las orejas y el rabo, que ya estaban pidiendo para él los pañuelos y los corazones, jugándose el todo por el todo con singular majeza. Pero ello ha servido para deplegar a los ojos del público algo que hace mucho tiempo no veía y cuya ejecución no llega sino hasta el cuarto intento, y aun así, por mala suerte, con deficiencia evidente. Esta ha sido la faena más grande que hemos contemplado quo no haya sido coronada por trofeos. Y una de las mejores que hemos visto y veremos entre todas las de clase que hayan podido darse en la Real Maestranza. Esta faena, sin orejas, queda como la suprema nota de arte de la Feria”.

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