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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 18 de abril de 2016

Miuras en Sevilla. ¿Quién es el público y dónde se encuentra? / por José Ramón Márquez


La plebe se adueña de la Maestranza


"...Cuando se dice Miura, en lo que menos se piensa es en la blandura, en la triste visión del toro rodando por los suelos. Miura es una palabra mágica, un aleph, una seña de identidad, un vértigo de toros que lo mismo destrozaban la puerta del chiquero de la Plaza Vieja de Madrid que se llevaban la vida de tal o cual toreador..."


Miuras en Sevilla. ¿Quién es el público y dónde se encuentra?

Segunda corrida de toros de nuestra particular Feria de Abril sevillana, corrida de Miura para cerrar el ciclo. Entre tanto, leemos que en esa misma Plaza han pasado tales y cuales cosas, que por supuesto no nos interesan ni lo más mínimo y que, por lo general, nos sirven como motivo de chacota y de befa. Hacia dónde va Sevilla nadie lo sabe, pero pongámonos en lo peor en cuanto a la seriedad, al respeto al rito, al respeto a la propia Plaza. Hace unos días sacaron a recibir una tremenda ovación a un torero gordito que se dejó un toro vivo, luego indultaron a un toro que pasó de trámite por la cosa del tercio de varas, abrieron la Puerta del Príncipe a quien les vino en gana ciscándose en todos los que abrieron esa puerta a base de denuedo y de toreo del verdadero. Así que la cosa ha sido una sucesión de momentos históricos, únicos e irrepetibles a porrillo, de emociones de saldo compradas en los chinos, de fast-food emocional que nada deja en el alma por ayuno de lo que es la emoción verdadera, la que nace del conocimiento y de la pasión. Luego asoman por ahí unos vulgarísimos vates que explican al populacho las claves de lo que han visto y todo el mundo queda tan contento: los unos por saber que han vivido algo único, los otros por la satisfacción del deber cumplido.

Cuando se dice Miura, en lo que menos se piensa es en la blandura, en la triste visión del toro rodando por los suelos. Miura es una palabra mágica, un aleph, una seña de identidad, un vértigo de toros que lo mismo destrozaban la puerta del chiquero de la Plaza Vieja de Madrid que se llevaban la vida de tal o cual toreador; animales inciertos de pelajes inciertos: los salineros, los coloraos, los castaños, los sardos, los cárdenos. Comportamientos impredecibles a base de fiereza o de malas intenciones con una base de mansedumbre encastada muy golosa para el aficionado que disfruta con los toros que crean peligro, Bueno; pues de eso, ayer, nada. Salvando al primero, Tenito, número 55, la corrida se movió por unos derroteros muy poco miureños, dejándose torear y blandeando lo que le dio la gana. Corrida de muy poquito interés para los que ayer íbamos a los toros convocados por la llamada de la A con asas, una de las peores de Miura en Sevilla desde que uno guarda memoria, por escasa de fuerzas y de inteligencia.

Tenito fue otra cosa. Salió como un manojo de nervios al albero de la Plaza del Arenal, mirándolo todo, enterándose. No remató en tablas. Se aproximaba y se quedaba a una corta distancia de ellas, la cabeza erguida, sacudiéndola a veces. Acudió con vigor al cite de los capotes frenándose. Con su altura, sus pitones astigordos, su imponente seriedad negra mulata bragada, era un gusto verle andar por la Plaza, habitada normalmente por esas inermes bolitas de sebo tan apropiadas para que mane el arte, al decir de los que entienden.
Rafaelillo le recibió impecablemente de capote. No a la caza de la verónica marrullera, mendicidad del ole, sino en el capoteo firme y efectivo, el de hacerse con un animal incierto. Al llegar al capote por primera vez se frenó y Rafaelillo le aguantó con hombría y lo lanceó con eficacia antigua, sin que una sola vez Tenito le tocase la tela. Lances muy de verdad, muy sabiamente administrados, eficaces y a miles de años luz de lo que en la moderna tauromaquia es eso que los revistosos llaman “el saludo capotero”. Lo puso al caballo y se arrancó con alegría. Al entrar al caballo se repuchó un instante, como extrañado de sentir el hierro en la espalda, pero inmediatamente tomó bríos y arremetió vigorosamente contra el peto del penco en el que iba montado Juan José Esquivel, empujó con fijeza, sin mover la cabeza y recibió un duro castigo en el rato que estuvo ahí peleando. Hubo que sacarle, no sin dificultad, y cuando Rafaelillo lo puso de nuevo se arrancó por segunda vez con brío y alegría; vamos, que si el toro de Victorino hubiese hecho esta pelea en el caballo el otro día no pondríamos en tela de juicio la justicia del tal “indulto”*, ni el animalito hubiese tenido tan poca cura y tan rápida sanación. El hecho es que a Tenito le tocó cobrar en varas por todos los toros de la semana de farolillos, que se llevó lo que no está en los escritos. Llegó a la muleta suave y noble, sin ánimo de crear complicaciones a su matador, y aguantó un trasteo largo y de poca enjundia en el que acaso sobresalgan unos naturales ya a destiempo, cuando hacía bastante que la faena debía haber acabado. Se pasó de faena y el toro en esas condiciones no dio facilidades. Lo mató a la última, y cuando las mulas arrastraron a Tenito, recibió justas palmas del público.

A partir de ahí la tarde se vino abajo. Los toros presentaron mucha más blandura de la deseable y, para más INRI, tampoco es que se trajeran de Lora del Río a los más listos de la camada. Eso, unido a lo desconcertante del tercero, carita de pablorromero, pitoncetes de ahí te quedas, o el quinto, de espalda sinusoidal, marcó el declive de una agradable tarde en la que no hubo toro.

Castaño recibió el cariño de la Plaza por las cosas de la salud y luego dejó dos trasteos muy en Castaño, poca enjundia y menos decisión. Los aplausos se los llevó, como casi siempre, la cuadrilla. Al segundo, Berenjeno, número 5, le puso un magnífico par de banderillas Fernando Sánchez -con vestido color berenjena, casualmente- dando todas las ventajas al toro, arrancando el cuarteo con el toro lanzado y reuniendo en la cara de manera sobria y eficaz. A ese toro lo bregó de forma eficacísima Marco Galán. En el quinto, Galán pasó un quinario para intentar clavar los palos y después de tres pasadas en falso, casi de compromiso, el usía cambió el tercio, que tampoco la cosa estaba como para ver una desgracia.

Escribano no tuvo la suerte de encontrarse con la máquina de embestir de Victorino del otro día y ahí asomaron sus grandes carencias, pues cada vez que el toro se paraba se quedaba el torero a metro y medio, totalmente descompuesto. Eso es lo mismo que le hizo al Victorino, pero como el animalito no cesaba de ir y venir, el torero pudo vender su burra sin que nadie le echase cuentas de su pésima colocación y de lo antiestético de su figura encorvada en el cite. 
Con las banderillas no es, ni mucho menos, Paquito Esplá: necesita mucha ayuda del peonaje para aparcarle el toro, reúne a cabeza pasada, toma todas las ventajas en sus veloces cuarteos y sale corriendo de los pares. Interesa poco, la verdad. Reseñemos, no obstante, las buenas verónicas con las que recibió a su primero, Barquerito (sic), número 30, ganando terreno y llevando muy toreado al toro: lo mejor de Escribano en las dos tardes que le hemos visto en Sevilla. El hombre se quejaba en una entrevista de que le hubiesen puesto en la de Victorino y, mire usted por dónde, es la que le ha servido para que se hable algo de él.

En su segundo, Rafaelillo anduvo animoso y sin que en ningún momento le llegase el agua al cuello. Él se ha visto con miuras de condición menos amable que los de ayer y no se le vio en su segundo pasar fatigas. Le arreó una serie con la derecha cuando parecía que ya no se podría, a base de oficio y de consentir y se tiró con rabia a una estocada de buena ejecución que quedó emborronada al perder el engaño, pero a estas alturas ¿quién se fija ya en las estocadas?
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*El atento lector y amigo, D. A.G.P. censura, con conocimiento, el uso de la palabra “indulto”: «Se indulta a quien cometió/realizó acción punible y solicita su perdón (lleva implícito el reconocimiento de culpabilidad)»

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