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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 10 de julio de 2016

5ª de San Fermín en Pamplona. Oreja a la solvencia, al temple y a la elegancia de Juan Bautista / por J.A. del Moral



"...Desde el dolor y el luto, me veo obligado a escribir esta crónica tras enterarme de la muerte de Víctor Barrio ayer tarde en la plaza de toros de Teruel, en la coincidente hora, en los coincidentes minutos con los que transcurría la corrida sanferminera que ocupa estas líneas..."

Oreja a la solvencia, al temple y a la elegancia de Juan Bautista

J.A. del Moral· 10/07/2016
Plaza de toros de Pamplona. Sábado 9 de julio de 2016. Quinta de feria. Tarde muy calurosa con lleno.

Seis toros de José Escolar Gil, muy bien presentados y de importante aunque variado juego. Bravo y manejable aunque sin humillar y a peor en la muleta el primero. Noble en el capote, cumplidor en varas y manejable con problemas el segundo. Noble de salida, manso en varas y manejable en la muleta en tercero. Malo y a peor en la muleta el cuarto. Noble de salida y tras dejase pegar mucho en varas, franco por los dos pitones el quinto. Y malo sin paliativos y a peor por culpa de su matador el sexto.

Francisco Marcos (rosa y oro): Pinchazo, otro saliendo cogido y estocada, silencio. Pinchazo, otro hondo a paso de banderillas y estocada baja, silencio tras escuchar protestas.
Juan Bautista Jalabert (avellana y oro con remates negros): Media tendida, petición insuficiente de oreja y gran ovación con saludos. Buena estocada, oreja.
Alberto Aguilar (añil y oro): Pinchazo y estocada, palmas. Pinchazo y estocada trasera caída, ovación con saludos.

En la brega y en palos destacó Rafael González.


Desde el dolor y el luto, me veo obligado a escribir esta crónica tras enterarme de la muerte de Víctor Barrio ayer tarde en la plaza de toros de Teruel, en la coincidente hora, en los coincidentes minutos con los que transcurría la corrida sanferminera que ocupa estas líneas.

He sido testigo directo de la muerte de varios toreros en el ruedo. Que recuerde, la del peón El Coli en la plaza de las Ventas madrileña, la de Antonio Rizo en la de Vista Alegre en Bilbao, la de El Yiyo en Colmenar Viajo y la del grandioso banderillero Manolo Montoliú en la Maestranza de Sevilla. Momentos de intensísima, de indescriptible emoción.. No hay palabras para definir estos sentimientos. Ni falta que hace intentarlo. Todos los aficionados y muy especialmente todos los toreros saben mejor que yo lo que se siente cuando ocurren estas inevitables tragedias. Estas muertes que, reconozcámoslo, son al fin y al cabo la constatación más palpable de la mayor grandeza de La Fiesta. Y es que, cada vez que esto sucede, la importancia del toreo recobra la, tantas veces, denostada Fiesta a la que nosotros mismo tantísimas veces le perdemos el respeto que siempre merece.

Por eso hoy no quiero hacer sangre con nadie. No quiero ni debo aunque, por ser siempre fiel a la verdad o a “mi verdad”, mejor dicho porque la verdad absoluta no existe ni es patrimonio de nadie, he de comentar lo sucedido ayer en la quinta corrida de estos Sanfermines en los que, mira por donde, la vida de varios toreros acaba de rondarnos en el mismo filo de la navaja.

Parece ahora mismo una premonición que las tremendas cogidas sufridas en esta misma feria por Roca Rey en su tarde del gran triunfo, por Eugenio de Mora, por Javier Jiménez y ayer mismo por Francisco Marco al entrar a matar al primer toro de Escolar Gil, nos parezcan ahora algo bastante más trascendental de lo que en realidad fueron por duras que nos parecieran.

Recuerdo perfectamente lo que ocurrió y lo que trascendió en el general ambiente de la Fiesta con las muertes de Paquirri y de El Yiyo, sucedidas con apenas un año de diferencia. La Fiesta, hasta entonces, venía siendo objeto de acervas críticas por parte de no pocos periodistas supuestamente especializados – solamente uno de ellos vive todavía – que le estaban quitando importancia a lo que hacían las figuras de aquella época. Hasta mentira parecen ahora la enormidad de barbaridades que venían cayendo sobre los mejores de aquellos años. Las cosas habían llegado a tal punto de injusticia que daba la sensación de que los grandes protagonistas del toreo no eran los que se jugaban la vida, sino los que salían por televisión para ponerlos a parir semanalmente y los que desde algunos periódicos diarios, dictaban sentencias inapelables contra los toreros más famosos. Recuerdo que ninguno de estos tuvieron valor para asistir al multitudinario entierro de Paquirri en Sevilla, sin duda temiendo que les hubieran tirado al Guadalquivir… Pues bien, fue precisamente la muerte de Paquirri en Pozoblanco y la de Yiyo en Colmenar Viajo las que sirvieron para que la Fiesta recobrara su prestigio.

Y ahora va a pasar lo mismo con la muerte de Víctor Barrio pese al todavía escaso bagaje profesional que disfrutaba lleno de ilusión por ser alguien importante en el toreo. La fuerza de los actuales medios, con internet, la telefonía móvil, las llamadas redes sociales que tanto influyen y el continuo bulle-bulle informativo van a agrandar el significado del luctuoso suceso.
Estoy seguro que hoy mismo se guardará un más que impresionante minuto de silencio en la ruidosísima plaza de Pamplona tras el paseíllo. Como también lo estoy que, otra vez a partir de ahora, todos tendremos que tentarnos la ropa antes de jugar con la tremenda verdad de la Fiesta.


Y vayamos al tajo de lo que ayer aconteció en la plaza de toros de Pamplona. Vimos lidiar una importante corrida de don José Escolar Gil, toros con neta procedencia de Victorino Martín que unas veces dan mal juego y, otras, malo. También medio como ayer mismo cuatro de los toros que se lidiaron salvo los del lote que le correspondió al ya muy veterano diestro de la vecina Estella, Francisco Marco. El hombre, bastante hizo con intentarlo otra vez más desde su falta de sitio derivada de lo poquísimo que torea y, una vez más, quedó claro que no está preparado para estas dificilísimas empresas.



Por el contrario, ayer pudimos disfrutar ampliamente con la actuación del diestro francés, Juan Bautista Jalabert. Juan Bautista está en su más brillante madurez. Siempre fue un buen profesional. Su proverbial facilidad debida al mucho campo que atesoraba en las dehesas bravas de su señor padre, el gran rejoneador, le ha llevado desde la aparente frialdad con que toreaba en sus primeros años de matador a un más que cálida realidad por el magisterio que ha adquirido. Un magisterio que expresa con tanto oficio como buen hacer por el gran sentido común con que torea, tanto con el capote como con la muleta y con esa espada que ayer vimos feliz en la muerte del quinto toro de la tarde que el mejor de su lote. Juan Bautista es de los que sabe buscarle las vueltas a los toros hasta poder extraerles lo mejor que llevan dentro y eso quinto llevaba mucho y de lo bueno. Los toros encastados como varios de los lidiados ayer en Pamplona tiene esa virtud escondida, que se prestan al buen toreo cuando quien tienen enfrente es capaz de resolver y de sortear con donosura, con tranquilidad y, en definitiva con valor auténtico, ese saber pensar delante de la cara de los toros y hacerles todo con el mayor temple y la mayor limpieza posibles – hasta conseguir lo que, de entrada, a muchos nos les parecía posible. Y eso fue lo que ayer logró Juan Bautista con sus dos enemigos y, sobre todo, con el quinto del que cortó la única oreja de la tarde. Tras matar al segundo, fue muy aplaudido porque, pese a no poder brillar tanto como con el del triunfo, también Juan Bautista dio vivas muestras de su magisterio.



También anduvo rozando el éxito el madrileño Alberto Aguilar, al que tantas veces he llamando “pequeño gigante”. Su repajolera torería con capote y muleta – estuvo esplendido en el recibo del sexto toro -, su saber qué y cómo hacer y su indeclinable entrega, le permitieron desenvolverse ayer como pez en el agua salvo con la espada. Los dos toros que le correspondieron tuvieron mucho que torear y Alberto les sacó todo lo que pareció que llevaban tapado. Muy especialmente en su faena al sexto. Fue una pena que no lo matara al primer envite.

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