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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 26 de julio de 2016

Millán-Astray, Unamuno y la inteligencia

José Millán-Astray y Miguel de Unamuno

La guerra civil española –de cuyo estallido se cumplen ahora 80 años– la ganaron los nacionales de forma rotunda e inapelable en todos los terrenos excepto en uno: el de la propaganda.

Millán-Astray, Unamuno y la inteligencia
  • Entre las múltiples calles que el ayuntamiento de Madrid tiene previsto rebautizar, se encuentra la de Millán Astray, que pasará a llamarse Calle de la Inteligencia. El gesto pretende ser una ingeniosa alusión a cierto episodio que tuvo lugar a comienzos de la guerra civil…

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La propaganda del bando derrotado, dirigida no pocas veces de manera magistral por los comunistas, no solo ha superado la prueba del tiempo, sino que ha alcanzado una pátina de respetabilidad académica que sus creadores seguramente no pudieron imaginar.

En esa propaganda encontramos una profusión de eslóganes en absoluto originales, desde el “No pasarán” –indisimulado plagio de la consigna francesa en el Verdún de 1916-, hasta “Madrid será la tumba del fascismo” –que, a la vista de su éxito, más valdría olvidar-,pasando por “Mejor morir de pie que vivir de rodillas” – otro vergonzante remedo, en este caso de Emiliano Zapata, una versión del cual ya había sido empleada nada menos que por Calvo Sotelo).

Así mismo, lograron inducir la creencia de que el primer bombardeo de población civil fue el de Guernica –en realidad, lo habían llevado a cabo ellos mismos sobre las plazas españolas del norte de África nueve meses antes-; que la zona del Frente Popular defendía la cultura –pese a que allí se perpetraron los mayores atentados contra el patrimonio nacional que jamás hayan sucedido en toda la historia de España-; o que los nacionales ganaron la guerra gracias a Hitler –aunque este no tenía más interés que el que la guerra se prolongase todo lo que fuera posible-.

Eslóganes y episodios de la guerra que han prendido en el imaginario colectivo al obtener un amplio respaldo intelectual y mediático.

Doce de octubre en Salamanca

Uno de esos episodios es el que tuvo lugar en Salamanca el 12 de octubre de 1936, con motivo de la conmemoración del día de la Hispanidad. Se celebraba en el paraninfo de la universidad de la ciudad del Tormes un acto en el que se encontraban presentes altas autoridades, entre las que se encontraban la mujer del Generalísimo, Carmen Polo, Miguel de Unamuno como rector de la institución anfitriona y en representación del Caudillo, el general Millán-Astray, el obispo Pla y Deniel y José María Pemán. Además de ellos –que presidían desde la mesa principal-, intervenían el catedrático de Historia José María Ramos Loscertales y el de literatura Francisco Maldonado, además del dominico y catedrático Vicente Beltrán de Heredia.

Miguel de Unamuno / Elmunicipio.es

Podemos imaginar sin dificultad que la temperatura emocional de la sala -repleta de falangistas y legionarios- era muy alta, dado el momento histórico y la efeméride que se conmemoraba.

La intervención de Unamuno, vehemente como casi siempre y sin duda valiente, sonó displicente y casi ofensiva para quienes se estaban jugando la vida.

En ese contexto, y cuando le llegó el turno de leer su discurso, José María Ramos pronunció unas palabras de menosprecio a vascos y catalanes, y algo más tarde incidió en el mismo sentido el catedrático de literatura Francisco Maldonado. Aunque no estaba previsto que hablase, Miguel de Unamuno tomaba notas en silencio desde su asiento. Cuando finalmente lo hizo, su intervención, vehemente como casi siempre y sin duda valiente, en la atmósfera de la Salamanca de 1936 sonó displicente y casi ofensiva para quienes se estaban jugando la vida en una partida en la que aún no podía saberse de qué lado caería la victoria.

Defendió en todo caso don Miguel la patria española y le fe cristiana con su peculiar entusiasmo. Proclamó la intrínseca hispanidad de Cataluña y Vasconia frente a la brutalidad de quienes se empecinaban en dar la razón a los separatistas negando, como estos, que ambas regiones fueran españolas. Pero lo hizo enfrentándose a ellos con acritud, lo que pareció cargar la sala de negros presagios.

Unamuno contra la República

Al comenzar la guerra, Unamuno se había posicionado inequívocamente con el bando sublevado. El mismo 18 de julio, a la vista de los soldados y los oficiales militarmente formados, había exclamado aquello de “¡Viva España, soldados!” para añadir a continuación: “¡Y ahora, a por el faraón de El Pardo!”, en una transparente alusión a Azaña, al que detestaba, y a cuyo gobierno había motejado de “miserable”. La respuesta del gobierno republicano había sido la de expulsarle de su cátedra: Azaña no ignoraba que el bilbaíno había dicho de él aquello de “cuidado con Azaña, que es un escritor sin lectores y sería capaz de hacer la revolución para que lo leyesen”.

Unamuno: “Las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción…”

Consideraba Unamuno, así mismo, que Franco encabezaba “gloriosamente” un movimiento de salvación de “la civilización occidental cristiana y la independencia nacional”. Aunque jamás cerraría los ojos a la hora de censurar agriamente los excesos propios de la situación que vivía España sin hacer acepción de bandos (los hunos y los hotros), tenía claro que “las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción…”

No era, pues, equidistante en aquella tesitura de enfrentamiento civil, aunque estuviera dolido hasta lo más profundo por una guerra entre hermanos que repugnaba su más profundo sentido humano y espiritual. Unamuno percibía que lo que había en juego, a través de un terrible enfrentamiento entre españoles, era el combate que libraba España por su ser histórico, ya que lo que ocurría en la zona del Frente Popular era “incivil, bárbaro e inhumano” y tenía el valor de una invasión extranjera.

Este era, pues, el Unamuno que comparecía aquel 12 de octubre en la universidad salmantina de la que era rector.

¿Qué sucedió realmente?

Los propagandistas han insistido una y otra vez, frente a toda evidencia, que al terminar su intervención Unamuno, Millán-Astray tomó la palabra para atacarle y exclamar aquello de “¡Viva la muerte!”, seguido de un grito que se haría célebre durante los siguientes decenios: “Muera la inteligencia”.

Carmen Polo / Wikipedia

A continuación, los legionarios adoptarían una postura amenazante contra el escritor, se oiría el sonido metálico que hacen las armas al montarse y se vivirían momentos de terrible tensión, solventados gracias a la decidida actitud de doña Carmen Polo que, tomando del brazo al rector, lograría sacarlo indemne del recinto.

En esa escena quedaría condensada la naturaleza del enfrentamiento: la brutalidad del militar legionario frente a la fragilidad aparente del conocimiento y la cultura. Tal interpretación encajaría a la perfección con determinados propósitos propagandísticos.

La realidad es que se trata de una falsificación, que alcanzó cierta credibilidad gracias a la versión que del hecho hicieron algunos destacados personajes del bando nacional
El ejemplo más notable es el de Serrano Suñer quien, sin estar presente durante los acontecimientos (no llegaría a Salamanca hasta febrero de 1937) construyó un relato de los mismos tan literario como fantasioso. Y que, básicamente, es el que ha trascendido, siendo repetido con escaso sentido crítico por ciertos historiadores como Paul Preston, Carlos Rojas y Gabriel Jackson, adquiriendo así un aire de autoridad que ha conducido al extravío a algunos intelectuales de verdadero valor como Andrés Trapiello. Es posible que, por esa razón, nunca remitan en sus obras a la fuente que reproducen y que les permite sostener sus versiones.

Resulta, en cambio, curioso que las narraciones más ajustadas de lo que sucedió ese doce de octubre en Salamanca -que proceden, claro está, de testigos presenciales – apenas sean citadas.

Como es el caso de Eugenio Vegas, enemigo de Millán-Astray y quien, sin embargo, asegura que la voz que salió de la garganta de este –se encontraba sentado muy cerca del general- fue la de “¡Muera la intelectualidad traidora!” sin añadir ningún grito legionario ni insulto alguno a la inteligencia; otras personas presentes, como José María Pemán y la propia esposa de Franco, ratificaron esta versión en lo esencial. Pemán añade, incluso, que el incidente tuvo un dramatismo mucho menor del que habitualmente se le atribuye y que, si bien existieron algunas actitudes amenazantes (los legionarios se sentían vejados por Unamuno desde que años atrás este les insultara llamándoles cortacabezas) en ningún momento pareció que las cosas fuesen a ir más allá; algo que resultaba impensable teniendo en cuenta, entre otras menudencias, las altas autoridades que estaban presentes.

Unamuno salió del brazo de Carmen Polo por cumplimentar a la mujer del jefe del Estado, que no había sido recibida como correspondía por el escritor

Ciertamente, Unamuno salió del paraninfo agarrado del brazo de la esposa de Franco, pero lo hizo a indicación del propio Millán-Astray, quien más tarde aseguró que no fue por salvar de ningún peligro al rector, sino por cumplimentar a la mujer del jefe del Estado, que no había sido recibida como correspondía por Unamuno a su llegada a la universidad. Sea como fuere, parece claro que no hubo un propósito de agredir al anciano rector.

En su momento, no se dio al incidente una excesiva relevancia. No fue hasta los años sesenta cuando se recuperaron y magnificaron los hechos hasta reelaborarlos tal y como hoy los conocemos, con un evidente propósito propagandístico.

José Millán-Astray

Tampoco parece que para Unamuno el incidente tuviese una importancia excesiva. Y, desde luego, frente a lo que tan abundantemente se ha escrito, no por ello modificó ni mucho menos su postura de apoyo a los nacionales. A un amigo aún tendría ocasión de decirle que “estoy deseando que entren en Madrid para ir por la calle gritando mi verdad…!” En sus postreros días, y con todas sus dudas a cuestas, ratificó su “adhesión al movimiento de Franco” en carta privada, prólogo de sus últimas palabras en este mundo, recogidas por el falangista Bartolomé Aragón:

“Dios no puede volverle la espalda a España. España se salvará porque tiene que salvarse”.

Ningún historiador debería desconocer, a estas alturas que, cuando menos, hay muy serias dudas acerca de lo que pasa por ser la versión oficial del incidente del 12 de octubre de 1936 en Salamanca.

Y quienes ofician de consejeros, en esta materia, de la señora alcaldesa de Madrid, menos que nadie. Si no supiésemos quiénes son esos asesores de la señora Carmena, acaso se podría dudar de que su decisión se debiese a la ignorancia. Pero, con los antecedentes conocidos, temo que no quepa siquiera la alternativa de la maldad.

Acaso no esté de más recordar la respuesta del célebre corsario francés Robert Surcouf a los ingleses cuando estos le acusaban de pelear por dinero, mientras que ellos lo hacían por honor:

“Señores, cada uno lucha por lo que no tiene”.

Quizá, como en el caso del corsario francés, tras la fatua pretensión del equipo municipal de homenajear la inteligencia no se esconda más que una sonrojante carencia.

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