Javier Jiménez en su más que entonada actuación frente al bonancible animal que le cupo en suerte como primero de su lote – pudo cortar una oreja de no haber pinchado antes de agarrar una buena estocada, tuvo que contentarse con dar una obligada vuelta al ruedo
Solo un toro y Javier Jiménez se medio salvaron
en el diezmado petardo de Alcurrucén.
Lo mejor, como tantas veces en Sevilla, fue contemplar casi llena la plaza de toros de la Real Maestranza. El solo hecho de mirar con detenida y hasta paladeante emoción plástica este Palacio Real del Toreo estoy por afirmar que, por muy mal que salga una corrida, merece la pena estar aposentado en sus escaños. Y no digamos, si además, alguien torea a placer divinamente acompañado por los sones de la inigualable Banda de música del Maestro Tejera. Ayer apenas la oímos durante parte de la faena de muleta de Javier Jiménez en su actuación frente al tercer toro de Alcurrucén.
Una pena. No pudimos gozar con ninguno de esos momentos mágicos que solamente pueden vivirse en esta plaza. Momentos que te llenan el alma y todos los sentidos. Momentos que se producen cada vez que un torero se siente, sobre todo los capaces de torear con el alma puesta al servicio del arte, mientras los sones de la música se acoplan a lo que el torero está creando y el cielo de la Maestranza se azula tornasolado en el atardecer como si el mismísimo Velázquez hubiera bajado a pintarlo. ¡ Ay !… pero de esto no hubo nada ayer…
Pensando en tales faltas, casi me arrepentí de habar dejado de seguir a Enrique Ponce como acabo de hacer durante varios días en este mes de septiembre que está a punto de terminar. Pero mi fidelidad a las grandes ferias aunque sean cortas como esta sevillana de San Miguel, así como también por el respeto que merecen las plazas de altísimo rango, las obligaciones mandan más que las devociones por muy satisfactorias que sean estas últimas.
Los hermanos Lozano enviaron un corridón con más que sobrada romana y trapío. Algunos de mejor hechuras que otros, esta es la verdad. Una corrida para nada de las que llamamos “sevillanas”. No sé por qué este torpe empeño en traer a la Maestranza reses más propias de Pamplona o de Bilbao que las que se lidiaron aquí mismo en sus mejores tiempos. Pero el caso de ayer fue que, salvo el ya mencionado tercero, los demás terminaron siendo de esos que ahora decimos inviables por mansos, por huidizos, por sosos, por muy pronto venidos a menos hasta casi pararse o pararse del todo. También, por cierto, padecimos casi lo mismo con el sobrero que reemplazó al devuelto sexto por su manifiesta invalidez, que no fue de la ganadería titular sino de la llamada El Tajo, uno de los dos hierros de José Miguel Arroyo Joselito.
Como he dicho, con tan lamentable materia prima, salvo Javier Jiménez en su más que entonada actuación frente al bonancible animal que le cupo en suerte como primero de su lote – pudo cortar una oreja de no haber pinchado antes de agarrar una buena estocada y tuvo que contentarse con dar una obligada vuelta al ruedo tras negar el palco la oreja que no fue pedida por mayoría – y, si a caso, también salvo su brillante y variado recibo con el capote en el sobrero – el de El Tajo no dio más se sí –, el resto del festejo fue para olvidar, salvo la aparatosa además de terrible cogida que sufrió el espada sevillano durante su faena al último toro de la tarde, por suerte sin más consecuencias que el sustazo.
Morante de la Puebla pasó por la plaza – su plaza – como una sombra de sí mismo que, para colmo, decidió llevar envuelta en un feo vestido de seda lila y adornos de azabache. Morante mató al primer toro de pinchazo hondo trasero tendido y caído que necesitó del descabello, y al cuarto de estocada casi entera y tres descabellos, recibiendo una leve bronquita por su expeditiva labor muleteril.
Y Paco Ureña, que volvió a la Maestranza con el recuerdo de su gran éxito en la pasada Feria de Abril, solamente pudo dejar sobre el albero unos cuantos lances y otros tantos muletazos que recetó forzosamente aislados con el buen aire que ya le hemos descubierto y celebrado en otras plazas y ocasiones. Pero nada más. Ureña mató al segundo toro de dos pinchazos, estocada y tres descabellos. Y al quinto de estocada corta.
De las cuadrillas, destacó el peón Isaac Valdín en su muy celebrado tercio de banderillas. Recibió la ovación más sonora de la tarde.
Y por lo que se refiere a lo sucedido ayer al margen de la lidia, tras el paseíllo se guardó un larguísimo y solemne además de respetuoso minuto de silencio por la muerte del ganadero salmantino, Antonio Pérez Tabernero. Había cumplido nada menos que 99 años y hacia varios que no le veíamos en sus barrera de la plaza de La Glorieta. Descanse en la paz que merece quien, además de eminente criador de reses bravas fue un gran señor.
La anécdota de la tarde la protagonizó el empresario Simón Casas en los aledaños de la Puerta de Príncipe. No paró de recibir abrazos por su presentida victoria en la batalla por la plaza de Las Ventas de Madrid.
Por lo que respecta a lo sucedido sobre el albero maestrante, no merece la pena seguir escribiendo más sobre la nada. Mejor será pasar página y esperar a que en la tarde de hoy, último domingo de septiembre y primero de este muy caluroso otoño, la tarde sea de las grandes de verdad en Sevilla. Ojala que sea así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario