"...Me gusta la valentía de Santiago Abascal (en la imagen) en su tierra vasca, porque en Euskadi ser razonable despierta el aullido de la locura y porque aún persiste la mayor herida de ETA: la razón de la fuerza entronizada como sentido común..."
- Así que, una vez más, ni en Galicia ni en Euskadi puede un cristiano votar, en conciencia, ni a Feijóo ni a Alonso.
- Ni al PNV, ni al PSOE… por muy similares razones.
- Eso sí, sin conciencia, y sin vergüenza, puede votar a quien quiera.
- Lo único que ha merecido la pena en las elecciones vascas ha sido el fracasado partido Vox: por contraste.
- El PNV ha pasado de partido clerical a derecha pagana o agnóstica.
- Y en Galicia no ha merecido la pena nada: el PP progre ha impuesto su ley en la derecha española.
- A día de hoy el problema del católico en política se llama modernismo.
- Es decir, la doctrina que exige a Dios que se adapte al mundo y no al revés.
Ya he dicho que VOX no es mi partido favorito, aunque en él se haya integrado, para ser deglutido, el entrañable micropartido Familia y Vida.
Me gusta la valentía de Santiago Abascal (en la imagen) en su tierra vasca, porque en Euskadi ser razonable despierta el aullido de la locura y porque aún persiste la mayor herida de ETA: la razón de la fuerza entronizada como sentido común.
Pero no me gusta la filosofía de Vox y de Abascal, que podríamos calificar de americanista. Ya saben ustedes, el americanismo, aquel modernismo redivivo que pretendía que la Iglesia se adecuarse a los tiempos, es decir, al mundo, cuando lo importante es que sea el Cuerpo Místico de Cristo quien mueva al mundo y marque el signo de los tiempos. En definitiva, el modernismo consiste en despojar a la Iglesia de toda trascendencia y en exigir al Creador que se adapte a la criatura. Cuando lo lógico es lo contrario.
Y eso se nota, por ejemplo, en su ambigüedad a la hora de defender la vida del no nacido.
Verbigracia: cuando se trata de defensa de la vida, el primero de los derechos y sin el cual no existe ningún otro, los líderes de Vox (aún más que sus bases, y esto deberá hacerles reflexionar) defienden la vida con más entusiasmo que cualquiera.
En cualquier caso, Vox ha sido silenciado y apaleado durante la campaña vasca. El PP, que antaño se enfrentaba a los asesinos de ETA, el PP de María San Gil, ha dado lugar a un macilento perdulario como es el PP de Alfonso Alonso, que perdió sus principios cristianos tiempo atrás y no tiene la menor intención de recuperarlos.
Porque eso es lo malo de estas dos elecciones: los candidatos de la derecha, tanto Alonso como Feijóo, representan la consagración del nuevo PP progre, progresismo de derechas, que es aún más tonto, por más incoherente, que la progresía tradicional de izquierdas. Es una derecha pagana y agnóstica, que es la forma fina de decir atea.
En plata: a Feijóo y a Alonso los principios no negociables para un cristiano en la vida pública –y que afecta tanto a electores como a elegidos- les importan un pimiento. Les importa una higa el derecho a la vida, la familia natural, la libertad de enseñanza, la propiedad privada pequeña, la libertad religiosa y hasta la libertad de expresión para ir contra lo políticamente correcto.
Ellos son tipos modernos y descreídos, candados de tanto casposo que aún eleva sus brazos a Cristo y que aún se abre a la trascendencia. Intelectualmente resultan muy flojitos, tan flojos como los nacionalistas que han convertido a su nación en su Dios. Es el nuevo PP, la derecha pagana que sonríe condescendiente cuando le hablas de principios y que sólo atiende a esos principios (si, la unidad de España es uno de ellos, pero hay otros y más importantes) cuando les son útiles para mantener su maquinaria de poder y su reparto de cargos.
Y todo esto que digo, ¿es nuevo? No, no lo es, ni soy el único en decirlo. Lo dijo el obispo de Alcalá, Monseñor Reig Pla cuando la famosa ley de aborto de Gallardón: el partido Popular es una formación liberal (en el sentido filosófico, es decir, más profundo del término) que se guía por los principios de feminismo radical y la ideología de género. ¿Y el PNV? Lo mismo sólo que encima adora a la patria vasca, un ídolo como otro cualquiera.
Y si pasamos del elector a los elegidos, me temo que estamos en las mismas: una cosa es permitir el mal, cuando no queda otro remedio, que a la fuerza ahorcan, y otra, bien distinta, colaborar con el mal.
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