Carta al inmortal Paquirri en el 32 aniversario de su muerte
J.A. del Moral · 26/09/2016
Querido Paco que estás en el Cielo.
Cada año que se cumple el día de tu prematura y trágica muerte, no puedo por menos que acordarme de ti. No son estas líneas un mero epitafio por muy emocionado que me sienta mientras lo escribo. Las escribo como otras tantas veces por estas fechas porque no puedo quitarme de la cabeza lo muy amigos que fuimos, lo mucho que nos quisimos y lo bien que lo pasamos hasta que dejaste de ser tan feliz como siempre fuiste pese a que nunca llegaste a disfrutar por completo de la vida como ansiabas y merecías.
Recuerdo perfectamente las muchas veces que me dijiste lo que me envidiabas mientras te dabas por entero y ciertamente sacrificado a tu profesión: “Te envido porque siempre haces lo que te da la gana. Vas a las corridas que quieres, te haces acompañar por los que prefieres tratar y nunca por los que no te son afectos, sé que en tus viajes no te limitas a vernos torear y a escribir o hablar de lo que hemos hecho, también vas a ver lo que en cada sitio merece la pena contemplar porque disfrutas conociendo todo, comes y cenas donde más te apetece, bebes poco, muy moderadamente, eso sí…Cuando me retire me iré contigo a todas partes…Tenlo por seguro”. “A ver si es verdad y lo cumples porque me encantaría”, te respondía yo cada vez que me lo decías que fueron muchas veces.
Y yo seguía escribiendo o hablando sobre tus hazañas. Pero también sobre tus baches. Los padeciste como casi todos los toreros.
Hoy, al cabo de tanto tiempo, quiero traer aquí lo que nos ocurrió tras aquel inesperado e inoportuno bache que te dejó seco durante unos meses a raíz de una cornada que te quitó el sitio pese a no revestir ninguna gravedad. Fue en la feria de Sevilla. Llevabas dos años ya casado con Carmen Ordóñez y reinabas sobrado en el toreo. Pero te llegó una primera amargura profesional y cubriste la temporada y los contratos – tres tardes tres en los Sanfermines, por ejemplo, y con esto está dicho todo sobre el primerísimo lugar que disfrutabas – como buena o malamente pudiste hasta que, por fin, te recuperaste en plena feria de Bilbao. Días antes, en la de Málaga, me diste la prueba de tu inmensa calidad humana cuando, tras celebrarse el sorteo de los toros que se iban a lidiar por la tarde, entraste junto con tu suegra y tu mujer en el despacho empresarial de Antonio Ordóñez y ellas no quisieron ni mirarme. Al salir de la visita al maestro, Carmina y Carmuca volvieron a ignorar mi presencia. Pero tú, Paco, te quedaste para darme un abrazo y me dijiste: “No las hagas caso, están muy enfadadas contigo por las crónicas que estás haciendo de mis fracasos sin ocultarlos. Yo sé mejor que nadie que ando mal y que cumples con la obligación que te exige ser el gran crítico que eres por encima de cualquier otra cuestión…”
Me dejaste helado y al mismo tiempo inmensamente agradecido por tu cariñosa confesión. Pero pocos días después, tras verte totalmente recuperado del bache en una corrida de Urquijo celebrada en la plaza de Vista Alegre bilbaína – que fue mala – subí a tu habitación del Hotel Ercilla, donde también estaba viviendo yo, y al verte sorprendido cuando entré mientras tu tío Ramón Alvarado te ayudaba a desvestirte – estabais solos –, recuerdo las palabras que te dije: “Enhorabuena, Paco. Tus dos toros no han valido nada pero has estado magnifico. Lo de menos es que no hayas cortado orejas. Lo importante es ya estás recuperado…” Y tú, muy sonriente, contestaste: “Que hayas subido para decirme eso vale más que todas las orejas del mundo…” Nos abrazamos largo rato, muy emocionados. Y desde ese momento, nuestra amistad se convirtió en cariño de hermanos.
Creo firmemente que, por las amarguras que viviste en los últimos años de tu vida, y de eso sé más que nadie, fue el mismo Dios el que quiso tenerte a su lado aun siendo tan joven. Mi propia madre, que también te conocía y sabía cómo eras como de todo lo que estabas pasando, en el terrible momento de enterarnos de que te había matado un toro, me dijo con tanta pena como sabia seguridad: “Dios lo ha querido a su lado porque sabe lo que hubiera sufrido de continuar vivo” Lo que ocurrió después, certificó tan certero aserto.
No es cuestión de relatar aquí y ahora todo lo que sucedió una vez fallecido Paquirri. Algún días lo diré porque, si Dios me sigue dando vida y salud, me queda por escribir un gran libro de memorias y de anécdotas a lo largo y a lo ancho de los más de 60 años que llevo viendo toros por todo el mundo.
Quede memoria, por el momento, de una mínima parte de de su vida en la que se plasma significativamente lo gran torero que fue y la gran persona que también fue Francisco Rivera Pérez. Dios te tiene en su seno, inolvidable amigo.
Paquirri inmortal.
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