El llamado “Hebreo” bien podría ser el toro de la feria por bravo, encastado, noble y duradero. Fue premiado con una merecidísima vuelta al ruedo tras doblar de la media estocada con la que le mató Sebastián Castella que lo aprovechó con una celebrada y larga faena en la que se esmeró con abundante templanza sobre las dos manos cortando una oreja. Pero fue toro de dos y, en plazas de menos importancia, hasta de rabo e incluso de indulto. También fue un toro para triunfar incontestablemente el tercero de la tarde con el hierro familiar de Vistahermosa que se le fue entero a un vulgar y monocorde López Simón. La tarde acogió la despedida madrileña de Francisco Rivera Ordoñez frente al lote menos lucido del envío. Ya sin sitio ni apenas capaz, solamente anduvo fácil al banderillear al cuarto. Todavía pesaba y seguirá pesando en los que resta de feria el faenón de Ginés Marín de la tarde anterior. Cuando acontecen estas grandísimas obras, es inevitable el término de la comparación.
Muy bien Castella aunque por bajo de un Jandilla
de excepcional bravura y clase.
J.A. del Moral · 27/05/2017
Madrid. Plaza de Las Ventas. Viernes 26 de mayo de 2017. Decimosexta de feria. Tras amenaza de tormenta, la tarde trocó a soleada y calurosa. Llenazo.
Cuatro toros de Jandilla, el tercero con el hierro familiar de Vegahermosa, muy bien presentados y de vario juego. Por devolución del inválido quinto, se corrió un deslucido sobrero de Salvador Domecq. Primero y cuarto, manejables sin clase. Por todo magnifico el segundo que fue premiado con vuelta al ruedo. Estupendo el tercero. Y con genio el sexto.
Francisco Rivera Ordóñez (añil y oro): Pinchazo muy hondo arriba y descabello, palmas. Estocada trasera desprendida, silencio.
Sebastián Castella (celeste y oro): Media estocada, aviso y oreja. Pinchazo y estocada caída, dos avisos y ovación con saludos.
Alberto López Simón (marino y oro): Buena estocada, ovación. Dos pinchazos y estocada, silencio.
En banderillas destacaron José Chacón que también sobresalió en la brega, Jesús Arruga, Vicente Herrera y Vicente Osuna.
Técnicamente hablando, no se le puede poner un solo pero a la completa faena de Sebastián Castella que atraviesa un gran momento como bien pudimos apreciar en la pasada feria de Sevilla. Pero a su larga labor muletera de irreprochable factura, se le pueden achacar faltas de las que el diestro francés no tiene ninguna culpa: la clase, el duende, el alma y todos los aditamentos que acompañan a los diestros tocados por la varita mágica. Ya sé que tales virtudes solamente las da Dios. Cuantos no las tienen, apuran otras desde luego meritorias aunque no son tan llamativas. Por eso me supo a poco la faena de Castella que, desde luego, fue celebradísima por el público que ayer llenó la plaza por completo aunque nadie solicitó la segunda oreja. Todos se guardaron el pañuelo blanco tras ser concedida la primera.
Con el difícil y complicado sobrero de Salvador Domecq, un imponentísimo animal con 585 kilos sobre los lomos, Castella luchó sin cansarse, aguantando inmutable las muchas e incomodísimas tarascadas del animal por lo que más de la mitad de los muchos muletazos que pegó resultaron feamente enganchados, salvo en una ronda con la derecha en los finales del trasteo. Las grandes dificultades que tuvo el toro para poder cuadrarlo y matarlo – huyó en varios intentos – alargaron los tiempos hasta que sonaron dos avisos. No obstante el tiempo transcurrido, el público agradeció el gran esfuerzo de Sebastián, ovacionándole tras matar de pinchazo y estocada.
No sé si Alberto López Simón está atravesando un bache o que cuantos hace dos años y durante la pasada temporada se le entregaban incondicionalmente cada tarde, se han cansado de la manifiesta vulgaridad de sus formas. Otro que no tiene la culpa de carecer de esas virtudes que distinguen a los elegidos. Pero bien hubiera podido echarle más pasión mientras duraron las muy nobles embestidas del tercer toro hasta que fue viniéndose abajo. Quizá antes de lo que hubiera deseado el de Barajas en su indudable empeño que repitió con valerosa porfía frente al geniudo sexto y último de la tarde.
Una jornada que albergó la despedida definitiva de Francisco Rivera Ordóñez en Madrid. Anunciada a bombo y platillo en los programas y en los espacios mediáticos del corazón, muchos de los que terminaron de agotar las entradas acudieron a la plaza para verle. La plaza le respetó e incluso le ovacionó cuando banderilleó en solitario al cuarto toro, con el que se mostró impotente en una faena de muleta que apenas logró completar dada la tardanza en arrancarse y la evidente sosería del animal. Su lógica desconfianza frente al toro que abrió plaza, apenas manejable aunque mejor de lo que pareció en sus manos como bien pudo comprobar al final de la faena con la mano derecha, provocó el cansancio de gran parte del público que le pidió a gritos que matara, suerte en la que por cierto no se mostró Francisco tan prudente como en lo demás de su quehacer. No obstante lo dicho, debido es apreciar el mérito o el atrevimiento que supuso el solo hecho de comparecer en la primera plaza del mundo frente a ganado tan serio y ofensivo como el que ayer se lidió en Las Ventas, escenario que nunca rehuyó Francisco desde que confirmó su alternativa alternando con Joselito y Enrique Ponce en aquella memorable tarde que quedó como la de los quites entre ambas figuras, sin que Rivera Ordóñez desmereciera lo hecho por su ilustres compañeros de terna, hasta el punto de que, a raíz de lo ocurrido en esta corrida, los tres actuaron juntos en todas la plazas y ferias de España con el sobrenombre de “Los tres tenores”. Deseamos que Francisco pase definitivamente a la vida civil con la felicidad que merece.
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