Aunque Sebastián Castella se hartó y nos hartó de verle torear en su inacabable faena al primer sobrero de la tarde, un nobilísimo aunque soso sobrero de Buena Vista, y Javier Jiménez sufrió una grave cornada en el desclasado y nada fácil sexto de la remendada y muy deslucida corrida de Puerto de San Lorenzo, quien reconcilió a la afición y nos compensó del desesperante aburrimiento que ayer padecimos otra vez, fue Alejandro Talavante en su faena al sobrero de Conde de Mayalde. La natural exquisitez de su obra tuvo la gran virtud de hacernos olvidar por un momento el lamentable padecimiento que nos achaca a costa del que parece irremediable descastamiento y blandura del ganado hasta lo que llevamos de feria.
La faena de Talavante, un precioso oasis en medio del desierto
J.A. del Moral · 20/05/2017
Madrid. Plaza de Las Ventas. Viernes 19 de mayo de 2017. Novena de feria y Corrida de la Prensa. Tarde agradable con lleno de no hay billetes.
Cuatro toros de Puerto de San Lorenzo, desigualmente presentados entre los aceptables y los terciados, todos sin fuerza ni casta. Un sobrero Buena Vista muy noble aunque soso que reemplazó al devuelto por inválido primero. Y otro muy noble del Conde de Mayalde que reemplazó sucesivamente al flojísimo y muy terciado quinto y al segundo sobrero de Torrealta, rechazado por su falta de fuerza y de remate.
Sebastián Castella (malva y oro): Estocada trasera caída y descabello, ovación con saludos. Buena estocada, palmas.
Alejandro Talavante (almirante y oro): Pinchazo, media muy tendida y cuatro descabellos, silencio. Estoconazo desprendido de rápidos efectos, oreja de peso.
Javier Jiménez (obispo y oro): Buena estocada, silencio. Resultó cogido y gravemente herido en medio de su faena al sexto que mató Castella de estocada.
En palos destacaron José Chacón, Juan José Trujillo y Abraham Neiro.
Asistió de manera oficial S. M. El Rey Emérito, que fue muy aplaudido al ocupar su localidad habitual y en los brindis que le hicieron los tres matadores en sus primeros toros.
El noble y duradero aunque apagadito primer sobrero de los tres que vimos salir de los chiqueros, un pavo muy alto de agujas perteneciente a la ganadería de Buenavista, duró hasta hacer sonar un par de avisos. O sea, que mucho. Tanto, que dio tiempo más que suficiente para que Sebastián Castella se hartara de torear con la muleta tras su breve quite por tafalleras y dos medias verónicas que enjaretó tras tomar el segundo puyazo, simulado y huyendo después de un primer encuentro en forma. Tan larga fue la faena que, en su transcurso, hubo una primera parte realmente estimable y otra declinable hasta hartarnos. Castella iba a por las dos orejas y se quedó en una ovación tras matar de estocada ligeramente defectuosa y un descabello. Habían sonado dos avisos y a punto estuvo del tercero. El diestros francés se pasó de rosca y de tiempos en una obra que terminó siendo desapercibida. Como si no hubiera hecho nada.
Esta falta de buena administración del toreo es una de las lacras que padecemos últimamente. Una figura con más que suficiente carrera y sobrada experiencia, jamás debería cometer tamaño abultamiento. Su faena al manso, suelto, andarín y muy distraído cuarto de Puerto de San Lorenzo fue insustancial e intrascendente salvo la buena estocada con que lo mató.
Alejandro Talavante también pasó desapercibido y como de puntillas con el apenas manejable, sosísimo y sin ninguna clase segundo de la tarde. Luego le protestaron con “miaus” por la falta de trapío del quinto. Y otro tanto hasta ser devuelto el segundo sobrero de Torrealta, absolutamente inválido.
En medio del desesperante aburrimiento de los espectadores, apareció en la arena un tercer sobrero como retinto y acochinado del Conde de Mayalde que no pasó en los intentos capoteros de Talavante y resultó manso en el caballo. De ahí que la faena del extremeño cogió de más que agradable sorpresa porque nadie salvo el gran torero se había percibido de la bondad del animal. Por eso y sin apenas tantear con la muleta, la faena empezó por naturales. Brevemente porque, de seguido, se la mostró por el pitón derecho con una ronda que nos despertó hasta gozar de una felicidad celestial que duró lo suficiente para que nos sintiéramos ángeles. Cuando estos milagros del toreo acontecen, cual sucedió en esta magnífica faena de Talavante, se olvida uno de todos los pesares anteriores, igual que los sedientos en la travesía de un desierto que parece no tener fin hasta que, de pronto, se avisa un oasis frondoso, húmedo y fresco tan atrayente que nos precipita hasta alcanzarlo para saciarnos de sus aguas cristalinas. La faena de este Alejandro Magno del toreo actual fue completa, rotunda por redondos y pluscuamperfecta al natural con esa mano izquierda de oro y diamantes que atesora el extremeño.
El toreo de Talavante es líquido, su muleta parece la prolongación de sus fuertes y al mismo tiempo blandos brazos, de sus muñecas de seda, de sus dedos de finísimo platino. El asombro ante una realidad que parece soñada. Y de ahí que la de ayer nos hiciera olvidar todo lo malo que venimos pasando en esta primera parte de la feria. Lo justo en una angélica exactitud. La oreja que le pidieron y concedieron fue de mucho peso y a mí este premio me supo a poco. Yo le hubiera dado las dos para distinguirla de las pocas se le llevan cortadas en este San Isidro. Con este primer triunfo, Alejandro Talavente dio comienzo en su gesto de torear cuatro tardes en San Isidro, una de ellas con toros de Victorino Martín. Un gesto de verdad con el que pretende superarse a sí mismo y a las demás figuras que no pasan de un par de actuaciones en la feria.
Lo del tercer y más joven espada, Javier Jiménez, con su primer toro, también resultó intrascendente por la extrema debilidad del animal hasta que lo mató de buena y certera estocada. Y luego, con el sexto, que en cada embestida más que echar las manos por delante saltaba como un delfín, le llegó la cogida y la grave cornada que sentimos por inoportuna en este momento del sevillano en el que parecía estar subiendo los primeros escalones hacia el estrellato. Le deseamos una pronta recuperación física y anímica.
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