Fotografía: Andrew Moore
Castella toma la Bastilla
La Revolución Francesa en marcha. Castella ha tomado la Bastilla, pese a que Robespierre ha hecho lo imposible para impedírselo guillotinándole una segunda oreja en su primer toro, que pocas veces habrá sido más merecida. El “monsieur” ha ejercido un mandarinato desconcertante con su errática manera de proceder y su cara de pocos amigos, como si estar en el palco fuera para él un castigo. Un presidente más sensible y ecuánime se habría percatado de que el público -que hoy ha vuelto a ser el de Madrid- ha vibrado como pocas veces con “El francés impasible”, que ha demostrado una extraordinaria solvencia torera, un valor apabullante y un gran empeño por hacer honor a la primera plaza del mundo. Y a fe que lo ha conseguido. En sus dos toros. La mejor tarde de Castella en Las Ventas.
El único que no se ha enterado de ello ha sido el “Robespierre” de turno. ¡Qué cruz, Dios mío! Un solo hombre no puede ser señor de horca y cuchillo de una tarde de toros, ni del esfuerzo y la ilusión de un hombre que se juega la vida sin reservas. Si hay que dar dos orejas se dan, que el público es soberano, aunque la mayoría de los presidentes de la plaza de la calle de Alcalá no se hayan enterado todavía. Y si hay que echar un toro para atrás se echa en tiempo y forma, y no cuando le rote al poncio de guardia. A esto hay que ponerle remedio.
¡Qué encaste el de la sangre polaca y la española criada en la campiña de Beziers! Castella es buena prueba de la internacionalidad del toreo. De que de cualquier país puede brotar un torero de postín. Borja Domecq ha lidiado una buena corrida, con un segundo toro que ha sido gloria brava en estado puro, sí, pero que ha tenido delante a un torero excepcional. Lo de Jandilla ha quedado hoy reivindicado en la Universidad Central del Toreo. De sus imitadores serán sus defectos.
López Simón no ha tenido su tarde. Rivera Ordóñez se ha despedido de Madrid; que sea muy feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario