Majestad, ha muerto doña Carmen Franco a la edad de 91 años. En esta hora triste para muchos, esperábamos de usted uno de esos gestos que subliman a las personas, y ya no digamos a los reyes. Esperábamos ese gesto porque el agradecimiento es de bien nacidos. Y porque no puede ser el rey de todos los españoles quien no sabe ser agradecido.
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Carta al Rey del director de AD: cuando se llora la muerte de Chiquito de la Calzada y se ignora la de la hija del que repuso en el trono a los Borbones.
No ignoro, Majestad, que los argumentos son siempre instrumentales en democracia y los grandes principios, como los de los hermanos Marx, tienen otros de repuesto. No ignoro, Majestad, que vivimos una época donde lo esencial es moldear el significado de los gestos y la expresión de las emociones al calculado interés de la institucionalidad. Eso lleva por ejemplo a los políticos a sostener digo donde ayer decían diego, o a establecer correlatos entre conceptos en apariencia tan antagónicos como un Moët & Chandon y un cava catalán. No ignoro, Majestad, que la volubilidad moral del sistema le obliga usted a ajustarse al patrón de la canalla más veces de la que seguro desearía. Pero hay ocasiones, Majestad, en las que hasta un Rey tiene que hacer abstracción del deber impuesto y actuar conforme al deber que nace en la conciencia, pasa por el corazón, atraviesa el alma y desemboca en el honor bien entendido. A la manera calderoniana, ya sabe.
Majestad, ha muerto doña Carmen Franco a la edad de 91 años. En esta hora triste para muchos, esperábamos de usted uno de esos gestos que subliman a las personas, y ya no digamos a los reyes. Esperábamos ese gesto porque el agradecimiento es de bien nacidos. Y porque no puede ser el rey de todos los españoles quien no sabe ser agradecido. Conozco que el instinto de conservación de los Borbones ha consistido, desde la Transición, en mantener una calculada y supongo que provechosa equidistancia entre los malos y los peores. De los buenos, mejor no mencionarlos ni siquiera en la hora de su muerte, aunque les deban las prerrogativas regias de las que disfrutan. Usted y la que, según algunas lenguas, manda en Zarzuela.
Es mi deber preguntarle, Majestad, si sería usted Rey de no haberlo dispuesto el padre de la dama a la que usted ignora en la postrera hora de su muerte. Más allá de lo probable debería responder que no. Tendría que vivir de un trabajo, posiblemente mal remunerado, como cualquier hijo de vecino, y apuesto doble o nada a que la inductora de su silencio sería hoy una de las caras más reconocibles de La Sexta, junto a la Pastor, el Ferreras y el Wyoming.
Lamento tener que remover hechos que la amnesia nos aconsejó ignorar durante años, pero se diría que los Borbones no tienen memoria histórica, que representan a una institución huérfana de pasado. Debe ser la única en el mundo que no bebe ni se nutre de la tradición ni de la herencia. Al menos no para los que quieren desenterrar ahora parte del pasado para exorcizar el presente y garantizarle un futuro a las princesitas.
Carmen Franco, de niña, con un chapiri legionario.
En julio de 1969 las Cortes franquistas aprobaban, con la obediencia debida, a su padre como sucesor del Caudillo “a título” de Rey. A las siete de la tarde del 23 de julio de 1969, el nuevo Príncipe heredero del general Franco introdujo su juramento con estas palabras: “Estoy profundamente emocionado por la gran confianza que ha depositado en mí Su Excelencia el Jefe del Estado…Formado en la España surgida el 18 de julio, he conocido paso a paso las importantes realizaciones que se han conseguido bajo el mando magistral del Generalísimo…”.
Es decir, Majestad, que el padre de doña Carmen Franco había al fin decidido quién le sucedería y bajo qué cláusulas. Nada más. Si removemos el pasado, Majestad, que sea sin trampas.
Probablemente, la gente que le aconseja habrá calculado los riesgos de una expresión de afecto a la hija de Franco, a cuya memoria usted tanto debe.
Hace poco se refirió usted al franquismo como una “trágica dictadura”, lo que nunca se hubiera atrevido a decir de otras que gozan de tan buena prensa. Por ejemplo la de los hermanos Castro. Tras la muerte de Fidel, envió usted un telegrama de pésame a su hermano Raúl, en el que subrayó que se trataba de una figura de “indiscutible significado histórico” y donde recordó “muy especialmente sus lazos familiares y vínculos con España”.
Al parecer, los lazos afectivos del dictador comunista con España no son comparables al papel que tuvo Franco para la continuidad de su familia al frente de la más alta institución española.
Usted no ha tenido el decoro de mandar una nota de pésame a la familia de la finada. En cambio sí lo hizo recientemente con los familiares de Chiquito de la Calzada, de forma harto efusiva. Tal vez la significación del humorista malagueño en la identidad monárquica de los españoles sea un capítulo de nuestra historia que nosotros, ingenuamente, desconocemos.
Además de Chiquito, no hay personaje público en 2017 cuyo fallecimiento no haya usted lamentado a través de una nota. En ocasiones visitando la capilla ardiente del finado, como fue en el caso del fiscal general Maza.
En fin, Majestad, nada nos complacería más que una noble rectificación de quien debería haber sido el primero en lamentar el fallecimiento de la hija del que tuvo la generosidad de reponer a su padre en el mismo trono que usted hoy tan inmerecidamente disfruta.
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