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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 19 de diciembre de 2017

Venezuela en el corazón / Por Hilario Taboada



Hace demasiado tiempo que sufro por Venezuela. Ante tanta aflicción de sus gentes la pena nubla los bellos recuerdos de mi estancia en tan exuberante país. Para los españoles es un país hermano; para mí, además, es parte de mi vida y hoy confieso que mi alma llora. 

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Venezuela en el corazón

Hilario Taboada
Hace demasiado tiempo que sufro por Venezuela. Ante tanta aflicción de sus gentes la pena nubla los bellos recuerdos de mi estancia en tan exuberante país. Para los españoles es un país hermano; para mí, además, es parte de mi vida y hoy confieso que mi alma llora. 

Se agolpan alegres los recuerdos de juventud vividos como torero por todo el país. Reflejadas en el espejo de mi mente quedaron para siempre las imágenes de tanta gente que me entregó su amistad y su cariño. Llegué a Caracas avalado por algunos triunfos en Colombia y fui acogido por los venezolanos de manera entrañable, fijando en mí sentimientos de gratitud que aún perduran. 

Entonces Venezuela era un país tranquilo y jovial donde corría la plata, y digo bien, corría la plata. Estoy hablando de mi estancia en dicho país allá por el año 1973. El menudeo cotidiano se hacía siempre en monedas de plata, podías pagar en papel, pero el cambio te lo devolvían en plata y así continuó siendo hasta que el valor del metal superó al de la moneda. Aún guardo como recuerdo algunos bolívares de plata de aquella moneda oficial. 

Como digo, llegaba de Colombia y me costó meter cabeza en el Nuevo Circo de Caracas. El empresario de la plaza era un español que se llamaba Quijano, aunque la única similitud que tenía con Don Quijote de la Mancha, era la coincidencia exacta de sus apellidos… no me quería poner y luego tuvo que anunciarme cinco tardes como base de cartel y, es ahí donde quiero llegar: los venezolanos me abrieron sus brazos hasta sentir en mi piel el palpito fraternal de sus corazones. Recuerdo aquellas novilladas por todo el país, la sana rivalidad con los compañeros de profesión: venezolanos, colombianos, mexicanos… que fuera de la plaza éramos amigos y entrenábamos juntos en el parque Carabobo de Caracas. No los puedo nombrar a todos, pero por nuestra relación personal, quiero recordar aquí a William Cárdenas, hoy verdadero embajador del mundo taurino venezolano en España. 

De aquellas novilladas caraqueñas, hay una anécdota que quiero contar. Una tarde vino a saludarme Francisco Rivera “Paquirri” y al desearme suerte antes de hacer el paseíllo charlamos un poco. Como yo lo tratara de usted y con el respeto que merece toda figura del toreo, me dijo: “no me trates de usted porque los toros nos tutean a todos y a mí me puede matar un toro antes que a nadie“. Quizás fueron palabras dichas con la intención de rebajarme el grado de preocupación que los toreros tenemos antes de hacer el paseíllo. 

Pero cuando once años más tarde lo mató un toro en Pozoblanco, aquellas impresionantes y premonitorias palabras quedaron marcadas para siempre entre mis recuerdos. 

Ya digo, aquel año de 1973 estuvo lleno de intensos recuerdos personales y profesionales, hasta el punto de ofrecerme tomar la alternativa torera en la plaza de Barquesimeto, de manos del matador Cesar Faraco, llamado el Cóndor de los Andes, que no acepté por motivos que no vienen al caso. 

Cuento esto porque a través a mi profesión pude vivir intensamente la idiosincrasia de todas las capas sociales del país. No es mi intención hacer valoraciones política, pero si contar que en aquella época se alternaban en el poder dos grandes partidos, los Copeyanos y los Adecos, estos últimos liderados por el Presidente Carlos Andrés Pérez. Que había corrupción?, seguro!, tan cierto como que existen las “meigas” aunque no lo creamos, pero la gente vivía bien y estaba tranquila. Es verdad que entonces el dinero del petróleo tapaba los agujeros de todos los estómagos venezolanos. Cuando la gente no pasa hambre vive más relajada y se desentiende de la cosa política. La peor penuria de una sociedad es no tener cubiertas sus necesidades básicas, como pasa ahora en Venezuela y, esas privaciones en un país tan rico, no son digeribles por la sociedad y provocan violencia con riesgo de guerra, que es después del hambre lo peor que le puede pasar al ser humano.

Insisto en no hacer valoraciones políticas, pero si hay que culpar a alguien ha de ser a los mandatarios que no supieron gestionar con prudencia las posibilidades del país, repito, inmensamente rico en recursos. Y tampoco dejan que los ciudadanos se expresen libremente para explorar otra manera de gobernar. Sí, me apena mucho ver las calles de alegre bullicio que yo conocí, convertidas en furibundas manifestaciones reivindicativas por falta de lo más necesario. En la época de que les hablo era una tierra de oportunidades para toda persona animosa y dispuesta a trabajar. ¿Había diferencias sociales? claro que sí, porque estas diferencias existen en todos los países por ricos que sean, pero yo conocí a gente que de la nada habían levantado una fortuna.

No quiero incomodar a nadie con mi relato. He querido simplemente exteriorizar mi angustia al ver ciertas imágenes de la Venezuela actual en los medios, que me desgarran el corazón.

 


Hilario Taboada

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