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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 12 de diciembre de 2017

Los toros y la generación del 27: "la riqueza poética y vital de España" / por Álvaro R. del Moral



Está a punto de cumplirse el 90 aniversario de la reunión de un grupo de poetas que encontró en la cultura popular una vena culta y un vehículo de inspiración. Bajo el mecenazgo de Ignacio Sánchez Mejías, se reunieron en Sevilla para conmemorar del III centenario de la muerte de Luis de Góngora. Aquel 17 de diciembre de 1927 volverá a ser rememorado ahora, a iniciativa de otro torero: Miguel A. Perera, con el presidente del Ateneo sevillano se reunirá a un elenco que cuenta, entre otros, con Carlos Marzal, Plácido Domingo, Eliseo Summavielle, José Mercé, Juan Echanove, Fernando Savater y el propio torero. Fieles a ese recuerdo, los reunidos también acudirán, como hace 90 años, a la finca Pinto Montano. El acontecimiento será el 13 de diciembre en Sevilla.



El 13 de diciembre en Sevilla, 90 años después
 Los toros y la generación del 27: "la riqueza poética y vital de España".

Los poetas de la generación del 27 tendieron puentes con la cultura popular del momento. Hablar de los años 20 es adentrarse en la exuberancia de las artes y las vanguardias pero esa efervescencia cultural, la Edad de Plata, no pasa de largo al toreo, que ya se encuentra sumido en su imparable transformación: el arte entendido como oficio o destreza pasa a ser concebido como vehículo de expresión estética.

Federico García Lorca incidió en esta idea en una entrevista concedida el año anterior a su muerte afirmando que “el toreo es probablemente la riqueza poética y vital mayor de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas”. El poeta granadino que definió la Tauromaquia como “la fiesta más culta del mundo” se preguntaba “qué sería de la primavera española, de nuestra sangre y de nuestra lengua, si dejaran de sonar los clarines dramáticos de la corrida”. Los toros, termina de aclarar Jacobo Cortines, “se integran, gracias a Lorca y otros miembros de la generación, en un tipo especial de cultura que es propio de la sensibilidad española, la que llamó Pedro Salinas la cultura de la muerte”.

Jorge Guillén o Gerardo Diego, autor de la Suerte o la Muerte, no fueron ajenos a estos nexos taurinos pero esos hilos y con la cultura popular nos conducen a la obra de Rafael Alberti que escribió las famosas Chuflillas al Niño de la Palmadentro de la obra El alba del alhelí.

¡Qué revuelo!
¡Aire, que al toro torillo
le pica el pájaro pillo
que no pone el pie en el suelo!/
¡Qué revuelo...

Las inconfundibles estrofas están dedicadas al diestro rondeño Cayetano Ordóñez, el Niño de la Palma, padre de Antonio Ordóñez y uno de los toreros más emblemáticos de la Edad de Plata, que también inspiró a Hemingway el personaje de Pedro Romero en Fiesta, el retrato de sus primeros sanfermines.

Pero hay que recuperar el hilo que nos presta el poeta gaditano, que llegó a vestirse de luces en las filas de Ignacio Sánchez Mejías, la espuela taurina del grupo literario. Ignacio le incluyó en su cuadrilla el 3 de junio de 1927 en la plaza de Pontevedra. El torero alternaba aquella tarde lejana con el rejoneador Antonio Cañero y los diestros Joaquín Rodríguez Cagancho y Antonio Márquez --primer suegro de Curro Romero-- en la lidia de toros de Murube. Sánchez Mejías procuró a Alberti un vestido naranja y azabache con el que hizo el paseíllo pero la barrera siempre quedó entre el escritor y el toro.

El propio poeta evocaba en La Arboleda Perdida la emoción de aquella experiencia. “Comprendí la astronómica distancia que mediaba entre un hombre sentado ante un soneto y otro de pie y a cuerpo limpio bajo el sol, delante de ese mar, ciego rayo sin límite, que es un toro recién salido del chiquero”, escribía el poeta de El Puerto que aquel mismo día dio por terminada su breve carrera taurina sin haber llegado a ponerse delante del toro.

Pero hay que volver a invocar la figura de Sánchez Mejías que, de alguna manera, encerró al propio Alberti conminándole para que escribiera un poema dedicado a Joselito, muerto en Talavera siete años antes. El resultado, desvelado en el teatro Cervantes, fue Joselito en su gloria, dedicado al propio Ignacio, cuñado de José:

Llora, Giraldilla mora
lágrimas en tu pañuelo.
Mira como sube al cielo
la gracia toreadora...

A Ignacio Sánchez Mejías le quedaban sólo siete años para protagonizar su propia elegía. Había reaparecido, fuera de forma y a la vuelta de sí mismo en 1934. Ignacio aceptó --a la carrera y sin poder contar con su propia cuadrilla-- una sustitución de Domingo Ortega en la localidad manchega de Manzanares. Era el día 11 de un ardiente mes de agosto. Un toro de Ayala llamado Granadino le hirió al comienzo de su faena. El torero insistió en ser trasladado a Madrid; se declaró la gangrena... murió entre delirios el día 13. Lorca, impresionado, estaba a punto de escribir su Llanto, posiblemente la mejor elegía escrita en castellano. Seguramente, su obra maestra. “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura...”.

Sánchez Mejías y Pino Montano

Aunque algunos autores han discutido o minimizado el papel catalizador de Sánchez Mejías, no se puede soslayar el rol aglutinador y su vocación de animador del grupo de poetas que se reunieron en el Ateneo de Sevilla el 17 de diciembre de 1927 para conmemorar el III centenario de la muerte de Luis de Góngora. En realidad, aquellos creadores tomaron definitivo espíritu de grupo gracias a los oficios del torero. “Aunque el Ateneo era quien nos llevaba, en todos nosotros había el sentimiento de ser únicamente Ignacio Sánchez Mejías, gran matador de toros amigo, el que, dado su entusiasmo creciente por la literatura, nos trasladaba de las pobres orillas del Manzanares madrileño a las floridas del Guadalquivir sevillano”, declaró el propio Federico García Lorca.


Ignacio, además, les presentó a Fernando Villalón, ganadero utópico, garrochista y excelente poeta y cantor de la mitología de la Baja Andalucía. La reunión de intelectuales culminó en una surrealista borrachera en Pino Montano amenizada con el cante de Manuel Torres. Pero antes --la influencia del psicoanálisis es patente-- habían realizado una esotérica visita nocturna al cercano manicomio de Miraflores. La visita de los poetas no estuvo exenta de otras aventuras: hablan de la conducción alocada de Villalón por las calles intrincadas de la Sevilla de la época; del terror de Lorca en una travesía nocturna por el Guadalquivir...

Eso sí: pocos saben que Ignacio había llegado hasta aquella tropa de creadores a través de sus amores con la Argentinita, una auténtica celebridad de la época, que antes había sido amante de su cuñado Joselito. El torero, casado con su hermana Lola Gómez Ortega, nunca ocultó esa relación, que le llevó, sucesivamente, a trabar amistad con Lorca --y por extensión con el resto del grupo literario-- además de conocer a músicos de la talla de Manuel de Falla, que con Turina, Granados o Albéniz marcan las cumbres del regionalismo musical que pone banda sonora a esta época.

Ignacio había sostenido la cabeza de José en la noche oscura de Talavera. Pero el destino le tenía preparada su propia Samarkanda. Alberti, convertido en íntimo amigo del matador, lo llegaría a definir como andaluz “clásico, grave, perfilado y severo de la Sevilla de Trajano”. El poeta recibió la noticia de la muerte de Ignacio en un viaje por el extranjero. Le inspiró el poema Verte y no verte:

Verónicas, faroles
velas y alas. 
Yo en el mar, cuando el viento
los apagaba.
Yo, de viaje.
Tú, dándole a la muerte
tu último traje.

Ya hemos mencionado que Lorca cinceló la que es, sin lugar a dudas, la más bella elegía escrita en castellano. Pero el poeta granadino no sabía que estaba dictando su propio epitafio. Dos años después encontraría aquella muerte absurda y evitable, fusilado en el barranco de Víznar junto a un maestro de escuela y --paradojas del destino-- dos banderilleros anarquistas. Los cañones iban a silenciar para siempre aquella luminosa Edad de Plata.

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